miércoles, 7 de enero de 2009

Tardes de merienda y tristeza

El día de hoy no es agradable para este escribano virtual; se acaban las vacaciones y mañana hay que volver a la dura faena. La rutina habitual comienza su monótona andadura que anuncia inexorablemente el retorno a la cruda realidad; niños que tienen que bañarse, preparación de materiales escolares, y mil pequeñas cosas que precisa la logística habitual de los días laborables.

Así que por lo menos me tomaré un poco de café con el roscón que me queda y celebraré con esta merienda que se terminó lo bueno. Yo pertenezco a esa raza hispánica en vías de extinción que todavía mantiene la sana costumbre de mojar los bollos en el café y los churros en el chocolate. Ahora tampoco está bien visto hacerlo; sin duda, otra tradición que se pierde. Es frecuente también entre los modernos, ejecutivos de tres al cuarto y otras gentes “enteradas” esta costumbre de denostar el mojete cafetero, con el argumento de que es de mala educación, aunque en ningún manual de buenas maneras diga que esté prohibido, que yo sepa.

Recuerdo la primera vez que vi a unos extranjeros desayunar en un hotel de Barcelona. Cogían homeopáticos trozos de croissant con una mano y la taza en la otra mientras hablaban en un inglés imposible de entender para todo buen español que se precie. Intenté hacer lo mismo para quedar bien y casi me atraganto con una rebanada de pan tostado ¡Malditas costumbres bárbaras!

Y es que el placer de mojar —con perdón— es difícilmente insuperable. Eso sí, ha de hacerse sabiamente y con destreza para evitar poner perdido el mantel, la taza y nuestra indumentaria. Probablemente por ello, este goce se ha convertido también en políticamente incorrecto, pero a mí me la trae al fresco; Continúo haciéndolo pese a quien pese en los sitios públicos, aunque tengo la elegancia de usar el cuchillo y el tenedor para fraccionar el bollo e introducirlo el fragmento en la taza. Otra cuestión son los churros y porras; es absolutamente ridículo comérselos sin mojar, salvo que se compren en un tenderete callejero y las prisas o la falta de liquidez monetaria impidan pedir el correspondiente chocolate o café.

El sabor de un buen bollo o churro mojado no se parece en nada al que tiene a palo seco, aunque respeto a los que prefieran esta desértica y seca opción. Sin embargo, parece que hemos de cambiar nuestras costumbre simplemente porque unos cuantos gurús de las modas pontifiquen lo contrario. Y es que como dijo el gran Jardiel: “Desde que se inventó la máquina de cortar jamón y el bidé, ni el jamón sabe a jamón, ni nada sabe a nada”.

2 comentarios:

nieto1 dijo...

Buenos días CHINITO:

Me encanta tu post, y sobre todo lo de mojar en el café y en chocolate, yo tambien lo hago y disfruto como un enano, me da igual si esta bien visto o no.

Una brazo y que tengas buen día de retorno al trabajo.

Wolfson dijo...

¡Qué placer!
Eso de mojar un churro -yo soy más de porras, crujientes, y con regusto a levadura de pan recién fermentada- no tiene precio.
No saben los guiris y sus acólitos hispanos lo que se pierden.