domingo, 25 de septiembre de 2016

Sólo un verso




Estos días azules y este sol de la infancia.

(Último verso escrito por Antonio Machado. Fue encontrado en su gabán después de morir. Al final, siempre se vuelve al niño que fuimos).




El buenismo no es bueno


Uno de los rasgos típicos de esta sociedad posmoderna, cultivado con profusión por la clase política y también por la sociedad, seamos sinceros, es el denominado buenismo. Virtud cuando menos discutible pues se halla a medio camino entre la ingenuidad más absoluta y los fines más perversos que se disfrazan de este modo con una aureola de bondad.

En el terreno político tenemos diversos ejemplos del nefasto buenismo que se han prodigado desde el comienzo de la democracia. Uno ha sido con la cuadrilla separatista en general a la que se ha dado poder y alas con la absurda excusa de que representan a muchos (¿?) y que “no se pueden excluir” y otro con los asesinos etarras.

Este último es todavía más sangrante. Si nos remontamos a los tiempos de la Transición, muchos pensaban llenos de candor que la ETA que mataba durante el franquismo eran algo así como una especie de luchadores por la democracia y que, una vez amnistiados, cesarían en sus empeños sanguinarios. Los hechos acaecidos desde entonces vinieron a demostrar lo contrario. Ahora han cesado, sí, pero porque matar no les conviene. Y eso tras diversos "procesos de paz" y otros diálogos también trufados de buenismo.

El buenismo alcanza límites insospechados en nuestros días. Se consienten conductas como la de permitir las ”okupaciones”, los manteros y otros modos de vivir que son inaceptables, basándose en las necesidades de “la gente”, ese ente amorfo tan de moda. Como los demás también somos gente, podríamos exigir nuestro derecho a no pagar la hipoteca o los impuestos. Seguro que con nosotros no cuela.
Un caso muy significativo es el de la cadena perpetua; todavía en España muchos se rasgan las vestiduras cuando se plantea este castigo para los terroristas, asesinos o narcotraficantes. Mientras tanto, en otros países democráticos se halla implantada y no aparece ningún cantamañanas argumentando sobre la rehabilitación de esta patulea y lo desproporcionado de la sanción. Eso por no hablar de Estados Unidos, donde más de un indeseable habría terminado colgando de una soga o achicharrado en la "old sparky" tras un juicio ejemplar.


Aquí en cambio, nos dedicamos a una falsa vida contemplativa y mística mezclada con hipocresía. Así nos va.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Que vuelva la mili




Desde que se eliminó el Servicio Militar Obligatorio,  más de uno se ha dado cuenta de lo bueno que tenía. Diversas agrupaciones de militares retirados y también muchos particulares proponen la vuelta de la mili para los jóvenes mayores de 18 años de ambos sexos, aunque fuera con una duración menor (3-6 meses de instrucción y prácticas.) De esta forma, todos los españoles tendrían una formación militar y de defensa que ahora mismo desconocen y permitiría disponer de reservistas instruidos para si llega el caso, que esperemos que no llegue.

No entro a valorar la duración y el modo, pero la idea me parece excelente. La inmensa mayoría de los que hicimos la mili cambiamos nuestra opinión sobre la misma. Al principio nadie quiere y echa pestes, pero la mayoría reconocían su utilidad cuando se terminaba. Además de la instrucción, el servicio militar aprende a valerse por sí mismo e inculca otros valores como el amor a la Patria —bastante necesario en estos tristes tiempos del nacionalismo, y seguramente más importante que la Educación para la Ciudadanía—, la disciplina y el respeto.

También permitía fortalecer las capacidades físicas y desarrollar una mente más ordenada, aspecto éste bastante necesario para las nuevas generaciones. La obediencia y el respeto no son malos, salvo que se use de ellos con fines dictatoriales y absolutos. Nada más importante que la autodisciplina y el respeto a los demás y a uno mismo; y eso se puede aprender en el Ejército.

Y además, que caray, no viene mal un poco de sufrimiento, que hemos creado una generación de jóvenes acomodados y sin herramientas ante las desgracias y problemas que se les presentarán después en la vida. Baste un ejemplo: Yo no sabía coserme ni un botón hasta que un alférez de complemento me dijo que tenía dos minutos para hacerlo. No he vuelto a coser botones desde que acabé la mili, pero es como lo de montar en bicicleta, ya no se me olvida.
Fuerza y Honor.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Otras costumbres, otras culturas






Cuando llega el final de la jornada, el veraneante se relaja en la tumbona de la terraza de su apartamento frente a las playas del Levante español, disponiéndose a pasar un rato agradable en esas horas que anteceden al sueño y que son un tesoro en las noches del estío mediterráneo. No tiene Internet y la televisión le aburre —como suele ser lo habitual—, de modo que echa mano al transistor para buscar música o algún programa ameno que le entretenga. Los dedos se posan sobre el dial y pronto surge una emisora, pero algo raro se barrunta en los oídos de nuestro héroe. De las ondas hertzianas llega una música extraña y repetitiva pletórica de sonidos que se le antojan poco armónicos acompañada de un monótono cántico en el que aparentemente sólo se distingue un “jamalajá jamalají” o algo similar. Rápidamente, cambia de emisora en busca de otra oferta más acorde a sus gustos hispánicos y el relax vuelve por donde solía.

Esta historia ficticia no se da sólo en la actualidad, sino que también hace setecientos años ocurría un fenómeno parecido en aquellas ciudades donde convivían —es un decir— varias culturas. Parece ser que los cristianos del medievo detestaban la música árabe y echaban mil pestes cuando sus vecinos musulmanes se ponían a tañer la chirimía; asimismo es muy posible que a éstos les ocurriera lo mismo cuando los trovadores se ponían a cantar las gestas de los caballeros de la época. Ahora, los más radicales detestan el rock como símbolo de la decadente cultura occidental, pero también el fútbol, los videojuegos, etc. La verdad es que son bastante aburridos.

Cuando los adalides de esa entelequia que se llama alianza de Civilizaciones diseñaron tal evento, no se pararon a pensar que las culturas difieren en muchos aspectos y cada una constituye en sí un “todo” que difícilmente admite la mezcolanza, salvo en algunos hechos puntuales que pudieran ser comunes. La cultura española sienta sus raíces fundamentalmente en la herencia romana, visigoda y cristiana y sólo asimiló algunos rasgos islámicos durante los setecientos años en que los musulmanes anduvieron por aquí. Frente a la teoría sostenida por muchos progresistas y algunos eruditos en el pasado, la moderna historiografía demuestra más bien que la huella islámica no es tanta como pretenden hacernos creer.

Stanley Payne recoge en su libro España, una historia única varios asuntos que vienen a demostrar lo anterior. Retomando el tema de los gustos musicales tan dispares, algunos podrán decir que el cante flamenco es una excepción, pero si se tiene en cuenta que tal manifestación es de origen gitano y no árabe, no lo es tanto, ya que muchos expertos sostienen que los gitanos son originarios de la India, aunque recalaran en España procedentes de Egipto, según parece.

Existe una total diferencia en otros ámbitos cotidianos. Véase asimismo el ejemplo de las costumbres culinarias. La herencia árabe ha dejado reminiscencias sobre todo en el gusto por algunas especias y ciertas recetas de repostería, pero la gastronomía española basada en los vegetales, el pescado y el aceite de oliva responde a unas características mediterráneas que ya existían en tiempos de los romanos. Igualmente, el gusto por la carne de cerdo y sus derivados (embutidos, etc.) es una constante en España, al igual que en el resto de Europa, aun con sus peculiaridades propias.

En cuanto a la lengua, se considera que solo unas 4.000 palabras del actual idioma español son de origen árabe, aun cuando algunas sean muy comunes. La mayoría tienen sus orígenes en el latín, muchas en el griego y existen también numerosos germanismos de la etapa visigoda, por no hablar de los abundantes vocablos de origen indígena procedentes de la colonización de las Américas. Si nos referimos a la arquitectura, existen efectivamente numerosos restos de los trazados árabes en las ciudades españolas, pero su conservación se debe a un cierto ejercicio de tolerancia por los vencedores cristianos, que no siguieron una política de destrucción masiva sobre las tierras reconquistadas, si bien la leyenda a veces parece ser otra.


Somos una nación de Occidente. Con algunas influencias andalusíes, obviamente, pero es fundamental que los árboles no nos dejen ver el bosque.  Nuestras costumbres y modo de vida actuales poco tienen que ver con los de los musulmanes y mucho con las de los países europeos de nuestro entorno, mal que les pese a algunos.



La rehabilitación de los visigodos


Mucho se ha hablado de los visigodos en España considerándose esta etapa como generalmente negativa o, cuando menos, errática. Se critican  las debilidades de su monarquía, de carácter electivo en vez de hereditario. Esto originaba frecuentes luchas intestinas entre las distintas familias de la nobleza visigótica, de tal modo que la corona pasaba en pocos años de una cabeza (descabezada frecuentemente) a otra. Los reyes solían terminar su mandato asesinados, siendo la muerte natural un bien bastante escaso en la época.

Fueron asimismo las pugnas internas entre los partidarios del depuesto Witiza y el rey don Rodrigo las que propiciaron la invasión musulmana, otra de las piezas de esa leyenda negra que acompaña  a los visigodos.  España se perdió por un cúmulo de traiciones y ambición de poder. Empezó por el conde Don Julián que permitió desde Ceuta el paso de los ejércitos de Tarik, y concluyó con la infamante deserción y el pase a las filas enemigas de Sisberto y don Opas con sus huestes en plena batalla del Guadalete.

Actualmente, los historiadores se hallan en revisión de este período histórico y tienden a poner más luz y menos sombras en el mismo. Es innegable que, pese a sus errores y la debilidad de su sistema, los visigodos fueron los que alumbraron un primer reino español independiente y unido, cuyo territorio era prácticamente similar al actual; incluso poseíamos el norte de África, que ahora reivindican otros. De no ser por la invasión islámica, este reino posiblemente habría llegado hasta nuestros días, evitándose la posterior proliferación de reinos cristianos y moros que constituye uno de los orígenes remotos —aun cuando sea indirecto— de las divisiones y hechos diferenciales que ahora padece España.

Mérito es también de los visigodos hacer suya la herencia romana y cristiana, que constituyen las raíces más poderosas de la cultura española, mucho más sin duda que la musulmana,  no tan abundante ni maravillosa como algunos paladines de la Alianza de Civilizaciones quieren hacer creer. Fue en esta etapa de la antigüedad tardía que constituye el reino de Toledo cuando se implanta el catolicismo oficial y el Liber Iudiciorum, posiblemente el cuerpo jurídico más antiguo promulgado para un país independiente de Roma, y que adapta la lex romana al nuevo reino. Dos símbolos de unidad en los que se reconoce una de las naciones más antiguas del mundo.

A la par que el sentimiento de unión surge también el de orgullo nacional, que se refleja en los escritos y crónicas de la época. Basten como ejemplo estas palabras de San Isidoro en sus Etimologías:

¡Oh, España! La más hermosa de todas las naciones que se extienden desde Occidente hasta la India. Tierra bendita y feliz, madre de muchos pueblos… (ver texto completo en el siguiente enlace).


La sensación de pertenencia a una patria común perdura tras la derrota frente a los infieles, siendo los visigodos supervivientes a la catástrofe los encargados de mantenerla. Se organizaron en seguida núcleo de resistencia frente al invasor en las tierras del Norte y se fundaron los primeros reinos cristianos, como Asturias cuyo primer monarca fue el mítico don Pelayo, noble visigodo y vencedor de Covadonga. Fueron ellos quienes iniciaron el proceso de Reconquista, único en el mundo, pues de todas las naciones conquistadas por el Islam ha sido España la única recuperada por los descendientes de la población premusulmana. A lo largo del Medievo ese deber ineludible pervivió y fue la causa de la victoria final y de la reunificación de la Nación española.

Merece, pues, la pena rehabilitar en su justa medida a aquellos bárbaros, dicho sea en el buen sentido, que entraron en España por puro azar expansionista, pero que descubrieron y amaron esta tierra. La dieron un sentido que perdura hasta nuestros días y que no debe perderse nuevamente para retrotraerse a una nueva Edad Media que nos sumerja en las tinieblas de la Historia.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Nacionalismo español (III). El voto.



Una de las problemáticas que asolan a aquellos que defienden la Nación es encontrar un partido que les represente, para así depositar su confianza en él y apoyarle electoralmente para que ejerza desde el poder políticas acordes a la unidad, cohesión y prosperidad de la Patria. El PSOE está descartado de antemano, dada su nefasta gestión demostrada varias veces (sobre todo en la época del Innombrable) y sus amistades y veleidades que a veces tiene con los nacionalistas, hecho éste un tanto absurda actualmente pues ya no le sirve ni para sacar votos en Cataluña. Menos aun Podemos, que es más radical en sus ideas económicas y sintoniza con el llamado "derecho a decidir".

Hasta hace unos años no quedaba otra alternativa que apoyar al Partido Popular. De este modo, todos los calificados como “nacionalistas españoles” votaban al PP, pues es el único que tiene una idea de España y el principal partido nacional en el que puede enmarcarse todos aquellos ciudadanos que rechacen la supuesta ideología progre o populista. Sin embargo, votantes no quiere decir simpatizantes, por lo menos en términos absolutos, resultando difícil coincidir muchas veces con un partido que sorprende a veces con erráticas propuestas que descolocan al personal que en él había puesto sus ilusiones.

Es notorio el afán del PP por intentar que no le tilden de “facha”, inútil esfuerzo, pues la izquierda siempre le descalificará con ese apelativo, además de otros (“derechona”, etc.). Ello le lleva a situarse frecuentemente en la órbita de lo políticamente correcto, con lo nociva que esa postura. Federico Jiménez Losantos llamó con bastante acierto "maricomplejines" a esta actitud. El no intentar parecer extremista a nadie conduce asimismo hacia el centrismo, término “light” que parece instalado en Génova desde la derrota del 2008. Eso por no hablar de sus pasados intentos por entenderse con el nacionalismo “moderado”, que ni es nacionalismo (más bien separatismo) ni es moderado.


Ante la situación, unos siguen creyendo en el PP a ciegas, otros con críticas. Mas la irrupción de nuevos partidos ha modificado algo la situación. La aparición de Ciudadanos y sus propuestas de regeneración se ha llevado bastantes votos del PP, si bien no ha conseguido desbancarle como principal partido del área del centro derecha. El partido de Albert Rivera tiene algunas ideas ilusionantes y ha demostrado su voluntad de contribuir a la gobernabilidad de España, pero mantiene la fe en las Autonomías (lagarto, lagarto) y presenta un sesgo  hacia la izquierda que no gusta a todos.  

Del hartazgo de antiguos votantes y simpatizantes del PP surgió VOX, seguramente la mejor alternativa de todas, si no fuera porque su escasa implantación y el silencio mediático al que se halla sometido, hacen que sea electoralmente muy poco importante. La prensa y la gente de izquierdas le tildan de ultraderechista cuando no lo es, señal inequívoca de que se halla en el camino adecuado.

El tiempo, juez inexorable, decidirá si los “nacionalistas españoles” (la mitad de la población al menos de este sufrido país) se decantan por unas opciones o por otras.


sábado, 3 de septiembre de 2016

Moros y cristianos

Andan celebrándose en estos días de Septiembre por muchos pueblos de la geografía patria las célebres fiestas de Moros y Cristianos que rememoran las épicas batallas acontecidas en medievales épocas para la Reconquista de España. Aun hallándose en todo su esplendor, mucho es de temer que pronto caigan bajo las zarpas de aquellos que en nombre de la corrección política —término que define a la nueva Inquisición disfrazada de modernidad— estipulen que tales eventos pueden molestar a aquellos que nunca han sido un ejemplo de pacifismo y tolerancia, salvo que ahorcar homosexuales, cortar manos o lapidar mujeres  sea el ejemplo a seguir en la sociedad del futuro.

Precedentes al efecto no faltan. En una claudicación vergonzante, ya se retiró la escultura de Santiago Matamoros que había en la catedral compostelana para no ofender a los musulmanes sin que hasta ahora haya habido contrapartida (entre otras cosas porque el Islam es iconoclasta y su cultura carece de imágenes o retratos salvo algunos casos). Asimismo, la progresía y los regionalistas estuvieron a punto de cargarse las cuatro cabezas de moro que figuran en el escudo de Aragón y es de buen seguro que a las andadas volverían si hallan propicia la ocasión.

Es lógico temer por el futuro de estas fiestas que celebran la victoria frente a la morisma, pues ya es costumbre en algunos de los que pierden las guerras el intentar ganarlas después. En muchos turbantes todavía se aboga por la recuperación de Al-Andalus, y muchas cabezas hispánicas siguen empeñadas por triunfar en una derrota ocurrida hace ochenta años. El buenismo, la tontería y ese incomprensible temor a ser acusado de islamofóbo (como si ellos no fueran cristianófobos) pueden hacer el resto.

Como la vida no deja de ser irónica, ambos grupos que suspiran por estas pérdidas fundaron tiempo ha un mutuo contubernio que llaman Alianza de Civilizaciones, en el que se persigue de modo absurdo no se sabe qué entendimiento con una cultura incompatible con la nuestra y que todavía cuenta entre sus miembros con algunos que consideran una premisa inalterable la derrota de los “infieles”. De este forcejeo cultural e ideológico siempre sale vencedor el que menos cede, y es evidente quien lleva las de perder.

Por eso, bien harán los festeros de toda España y en particular del Levante en no dejarse arrebatar ese patrimonio cultural que constituyen las Fiestas anteriormente citadas. Que no pierdan ripio, porque hay memos capaces de reescribir la historia y afirmar que los Reyes Católicos fueron unos perdedores y es mejor que los festejos se celebren con juegos florales y festivales de música coral, menos  excitantes y mucho más pulcros.

La siguiente será desterrar el jamón y operarse de fimosis. Que no lo vean nuestros ojos.