viernes, 11 de febrero de 2011

Cuando la vida depende de un mosquito

Jueves, 21 de Pluvioso del año CCXIX. Jour de thlaspi (planta también conocida como zurrón boliviano y que nada tiene que ver con el del jersey).


Todos aquellos que se dedican —o que en su día nos dedicamos— a esa noble profesión que es la Sanidad, sabemos del valor principal que es la vida. Su importancia es primordial y ello hace que se sitúe por encima de cualquier otra cosa, lo que implica que haya que sacrificar a veces otras vidas, aunque suene duro. Nadie se plantea que hay que matar (o que otros maten) para poder comer, pues incluso la dieta vegetariana implica sacrificar plantas. De hecho, el león se zampa una jirafa sin sentir el más mínimo remordimiento y el pez grande se come al chico tan ricamente y sin pensar que algún día puede terminar él mismo formando parte de la zarzuela (de la zarzuela de pescado, obviamente), pues los animales viven en el presente y no se cuestionan su destino, ni como terminarán, ni a quien se comerán.


Cuando combatimos una infección, no nos paramos a pensar que el antibiótico que nos salva está destruyendo millones de pequeñas formas de vida microscópica pues la elección es clara: o los bichitos o nosotros. Sin embargo, y aunque parezca pasmoso, existen personas que empiezan a cuestionar en algunos casos la supervivencia del ser humano en aras del ecologismo extremo y mal entendido (los ecolojetas, vaya).


El dengue es una enfermedad producida por un virus que mata a miles de personas al año en todo el mundo, principalmente en las zonas tropicales de América y África. El virus se transmite por la picadura del mosquito Aedes aegypti, que asimismo trasmite el virus de la fiebre amarilla. Recientemente, un grupo internacional de científicos estableció una línea de investigación para acabar con el insecto y así con estas enfermedades, pero han tenido que dar marcha atrás en su proyecto.


http://findesemana.libertaddigital.com/el-dengue-debe-esperar-1276238545.html


El experimento consistía en liberar al medio una variedad de Aedes aegypti modificada genéticamente para producir una progenie defectuosa que muere pronto. De este modo, las sucesivas mezclas de mosquitos sanos y enfermos originarían crías con escasas posibilidades de supervivencia y se conseguiría hipotéticamente la erradicación del insecto al cabo de un tiempo.


Pero llegaron los de siempre y pusieron el grito en el cielo. Eliminar un bichejo de la faz de la tierra, aunque sea perjudicial, para salvar vidas ¡Quita, quita! Se acabó el experimento. Si por algunos fuera, todavía andaríamos en el Jurásico y dándoles las gracias a los dinosaurios por devorarnos. No opinarían lo mismo seguramente si a ellos les pudiera tocar la china o el bicho, en este caso.


Y es que siempre fue muy cómodo pronunciar teorías con el culo sentado en el calentito sofá de Occidente.