martes, 19 de marzo de 2013

Los Arribes del Duero



A un lado, España; al otro, Portugal. Dos tierras que nunca debieron separarse, pero así es el destino. Al río le toca hacer el ingrato papel de guarda fronterizo pero para compensar los avatares de la Historia nos regala aquí la vista con uno de los más bellos parajes de la Península: los Arribes del Duero.

La palabra viene de ribas o riberas pero el habla de gallegos y leoneses que repoblaron esta zona tras la Reconquista la transformó en “arribes”. Incluso en el género hay discrepancias, pues en la parte zamorana se dice “los arribes” mientras que en la salmantina prefieren “las arribes” y en la portuguesa, “las arribas”. Incluso el aspecto de la vegetación difiere como si quisiera marcar las diferencias y la triste separación de los pueblos ibéricos. El lado portugués recibe más horas de sol y en él pueden verse parajes con limoneros, prados y cultivos en terrazas, mientras que el español es más agreste y con abundante arbolado jalonado de rocas en cuyas cimas anidan los buitres leonados, las águilas reales y los alimoches. 

Poco tienen estas riberas en común con las habituales planicies que se encuentran a la vera de los ríos. Los arribes son enormes paredes de roca prácticamente inaccesibles entre las que serpentea un Duero con sesenta metros de profundidad —que se convierten en más de ciento treinta al llegar a la presa de Aldeadávila—, creando una muralla infranqueable entre ambas orillas por la que sólo se aventuraban a transitar los cabreros, que llegaban incluso a colgarse con sogas para rescatar aquellas pécoras que quedaban atrapadas en los riscos. En este paisaje inhóspito las únicas edificaciones eran los chozos donde residían durante semanas o meses mientras cuidaban su ganado, no viendo durante este tiempo a otros seres humanos ni por asomo; la necesidad, que es mala acompañante, obligaba a este tipo de vida. 

Cuenta la historia que un tal Felipe en el arrebato de la desesperación intentó derribar una de esas moles pétreas para así hacer un puente y poderse encontrar con su amada Casilda, que era portuguesa. No lo logró, obviamente, pero a base de cincel dejó la roca perforada en varios puntos y así puede verse hoy el paraje denominado Picón de Felipe como muestra de aquella pasión que chocaba con la Naturaleza y la Política.

Cerca del Duero, otros ríos que generosamente esparcen sus aguas regalan la vista con saltos y cascadas a veces espectaculares, como el Pozo de los Humos en el cauce del río Uces, llamado así por la nube de vapor que se forma tras cincuenta metros de caída vertical. 

El río sigue, atraviesa la presa de Saucelle y en su confluencia con el Águeda (que también hace de frontera unos kilómetros) se adentra en Portugal. En Barca d´Alva hay un puerto fluvial donde llegan los barcos que lo surcan desde Oporto y donde descienden los afortunados pasajeros —dicen que cuesta mil euros tres días de viaje— para darse una vuelta por Salamanca y sus alrededores. Aquí termina el papel de un río que separa dos pueblos hermanos que no se entendieron antaño, aunque siempre queda la esperanza de que algún día el Duero ya no sea un vigilante.



San José o la injusticia de las fiestas móviles




Hoy, 19 de Marzo, un servidor debería estar contento por la festividad que se celebra. Es San José, onomástica de los Pepes y Pepas, cuyo nombre ostentan una gran mayoría de españoles, y día del Padre según la tradición europea y la de El Corte Inglés (en EEUU y parte del continente americano se celebra el tercer domingo de junio). Además y para remate, un día de San José este humilde servidor contrajo esponsales con la que hoy es su santa esposa, lo cual es motivo de gran fiesta y ornato en esta casa. Téngase en cuenta también que el santo de mi mujer y hasta casi el mío porque mi segundo nombre (aunque no suelo usarlo) es Pepe.

Pero ya ha tenido que venir el nefasto estado de las autonomías y las disposiciones del Gobierno y me ha fastidiado la fiesta, pues este gran día sólo es festivo en algunas comunidades pero no en la que vivo. Antiguamente era fiesta nacional, aunque ese es un término hoy denigrado por el populacho políticamente correcto, para el cual todo que sea nacional equivale a antigualla, facha, etc. y sólo casi pervive el día del Pilar —ni siquiera Santiago, patrón de España, es festivo en todas las regiones lo cual es una barbaridad— y el día de la Constitución. Para colmo, en tierras nacionalistas se humilla también el sentimiento nacional, castigando estas fechas y declarándolas laborables algunas veces.
 
Y digo yo ¿No podía volverse al sistema anterior en la que había un número de fiestas nacionales fijas? Porque ahora esto parece  la feria de Linares; en unos sitios se trabaja en otros no, e incluso una misma fecha en una región unos años es fiesta y otros laborable. Esto último es particularmente ostensible con el día de San José, que le traen al pobre de acá para allá según convenga. Por lo menos las madres tienen el festivo asegurado, ya que su día es el primer domingo de mayo, así que los padres tendremos que recurrir a la celebración americana de junio antes citada.
 
En fín, que no hay derecho y reivindico para este gran Santo, modelo de padre y de trabajador, el lugar que se merece. ¡San José siempre festivo, YA!

domingo, 3 de marzo de 2013

Mira, López


En aquellos tiempos lejanos de la niñez daba largos paseos con mi abuelo por las calles de Madrid. Mientras dábamos aquellas grandes caminatas que llegaban hasta la puesta de sol me contaba cosas de la ciudad, de su vida y de la vida: “Mira, aquí hay una tienda de sombreros, que antes fue una cacharrería ¡Leche, pero si ahora es un banco!”; “Hay que creer en Dios, pero no en los curas”; “El día que se muera uno que yo sé, me voy a fumar un puro” y otras mil frases que recuerdo a veces ya con dificultad y que entonces apenas acertaba a comprender en muchos casos. Sí puedo decir que cuando se murió el interesado, no se fumó el puro sino que derramó incluso unas lágrimas y musitó “Pobre hombre”.

Pero si hay unas palabras que no se me han olvidado son aquellas que mi abuelo pronunciaba cuando se encontraba a un amigo o conocido: “Mira, López (o quien fuera) te presento al futuro presidente de la República Española”. Aquello me gustaba porque eso de ser presidente ya suponía yo que no debía estar mal pero…la República ¿Qué era eso? Sólo me sonaba a cosas de romanos que había estudiado en el colegio, porque entonces se estudiaba la historia de Roma, asunto éste en el que ahora tengo mis dudas. La confusión sobre tal término se acrecentó con el tiempo, porque en clase un día nos dijeron que España era una Monarquía a lo que un compañero respondió hábilmente “¿Cómo vamos a ser una Monarquía si aquí no hay rey?”. El profesor o cura se deshizo en divagaciones mil y así quedó la controversia.

Por ese tiempo me enteré de que mi abuelo había estado en la cárcel por ser republicano o “rojo”, cosa que sonaba fatal por entonces, puesto que los términos se confundían. Comoquiera que mi abuelo no tenía nada de lo segundo (entre otras cosas porque era un hombre muy recto y formal, amén de echar pestes de los comunistas a cuentas de la Guerra Civil) deduje que sólo era republicano y más bien de derechas, como así efectivamente resultó. Yo le admiraba y me empezó a sonar bien aquello de la República, porque lo de los reyes además me sonaba un tanto vetusto y eso de una Corte llena de marqueses, condes y señoras enjoyadas alrededor de un tío con una corona (ahora se dice corina, creo) en la cabeza me tiraba para atrás.

Se murió Franco y llegó el Rey a esa Monarquía que decían que éramos. Y ahí sigue, que es el único cargo público designado por el Dictador que todavía anda en activo. Unos hablan bien, otros no tanto, pero lo que sí sabemos es que su persona es inviolable y no está sujeta a control, más o menos como en los tiempos históricos. Dicen que no manda sino que arbitra, pero elogió a Zapatero y no sacó tarjeta roja a los separatistas; incluso firmó el nefasto Estatuto catalán que es una bomba de relojería para la Constitución y la unidad de España; dicen mil rumores sobre su vida privada y, aunque a nadie deben importar las intimidades de otro, se oyen cosas que, de ser ciertas, no son un buen ejemplo para los ciudadanos.

Pero lo que menos me gusta de la Monarquía es su carácter dinástico hereditario y vitalicio. Sin entrar a juzgar al futuro heredero, no es de recibo en una sociedad moderna que la Jefatura del Estado se transmita por el escaso modo democrático de la línea sucesoria, dejándolo todo al azar de las posibles virtudes de aquel que continúe la saga. Ejemplos sobrados a lo largo de la historia lo han demostrado: Carlos II el Hechizado, Fernando VII o Isabel II valdrían.

Un servidor no será presidente de la República como quería su abuelo, porque el reloj inexorable de los años y de las coyunturas hace que sea ya una utopía, pero sí le gustaría que la opción fuera posible para todos y, por supuesto, para sus descendientes. Así, cuando fuera con su hijo por la calle y encontrara a un amigo podría reproducirse, esta vez con visos de posibilidad, aquella vieja conversación de hace más de cuarenta años en una calle de Madrid:

“Mira, López, te presento al futuro presidente de la República Española”.

sábado, 2 de marzo de 2013

La ignorancia es atrevida


Personalmente y, aunque pueda parecer que uno va de sobrado, el que esto escribe ha de confesar que le repatean una gran cantidad de sus compatriotas pues, aunque España sea una gran Nación, muchos de sus habitantes dejan bastante que desear. En este breve opúsculo se intentará explicar las razones que sustentan tal opinión.
A lo largo de los siglos, grandes pensadores han llegado a la conclusión de que los pecados capitales fundamentales de los españoles son la envidia y la soberbia, que tienen sus raíces más profundas en la ignorancia que arrastramos de modo secular. No se debe confundir, a este respecto, dicha ignorancia con la falta de estudios; hay doctores y licenciados que son unos patanes y gente sin estudios con una sabiduría excepcional.
Es frecuente que el paisano común tenga envidia de otro por las razones más nimias: porque es más alto, porque tiene las cejas ganchudas, porque se ha comprado un coche nuevo o porque se ha arreglado el piso por la módica cantidad de 42 millones de pesetas (tales cifras son desconocidas en euros por el autor). Sin embargo, si el envidioso fuera menos ignorante intuiría que no es necesario envidiar a otros, puesto que todos tenemos cosas, bienes materiales y virtudes, y hemos de estar agradecidos por ello y centrarnos en lo que tenemos más que pensar en lo que se carece. Cualquier indígena de los países subdesarrollados sería feliz con la décima parte de lo que posee o tiene un españolito corriente pero aquí siempre nos buscamos metas más altas y nos fijamos en quien las tienen, odiándoles por ello. ¿Hace falta ser más estúpido?
En cuanto a la soberbia, basta ir a una reunión de vecinos, esa aberrante institución que debería estar prohibida por estrictas razones de Salud Pública e higiene mental de la población. Allí se puede comprobar como los más mediocres hacen alarde de su indigencia intelectual precisamente presumiendo de lo que carecen. No es raro encontrarse expertos en las más variadas materias: Electricidad, mecánica, fontanería, Economía, Arquitectura, Contabilidad, Derecho, etc. De todo dogmatizan y todo conocen, pero todo lo ignoran. ¿Razón? La soberbia, que nace de la ignorancia. No saben nada, pero necesitan destacar como sea y ser superiores al resto.
De ahí la gran verdad que encierra la frase del título: La ignorancia es atrevida.
Lo mismo ocurre con la política. Una gran parte de la sociedad, a la que generosamente solo se puede catalogar como populacho, está absolutamente indocumentada, y sus únicas fuentes de información son los amiguetes, algún periódico gratuito y el programa televisivo basura de turno. Con tal elevado bagaje de conocimientos, el atrevimiento de algunos les lleva a pensar que ya lo saben todo y se dedican a pontificar sobre el tema. Cuando alguien les hace ver con argumentos sólidos los errores de su actitud y/o de sus teorías, en seguida sienten envidia del mismo y suplen su ignorancia para contestar con denuestos o insultos hacia el anterior.
Por algo se dijo que la democracia es el menos malo de los sistemas posibles. Estos individuos antes descritos también tienen derecho al voto.
Fuerza y Honor.