viernes, 23 de enero de 2009

Funcionarios versus trabajadores (II)

Continuando con el análisis comparativo —y totalmente subjetivo— entre la empresa pública y la empresa privada, vamos a abordar hoy los procedimientos que existen en los dos ámbitos para la selección del personal que en ellas trabaja.

La Administración se sirve principalmente de las oposiciones para el acceso a la Función Pública. Si bien se las acusa de estar dirigidas en algunos casos, es un sistema relativamente justo porque se atiene a los principios de igualdad, mérito y capacidad que establece la Ley. El asunto está en la dificultad de estudiarlas y la amplitud de los temarios, por lo que el opositor ha de dedicar varios años a su preparación. Últimamente se anda pensando en algunos estamentos sustituir el clásico proceso de oposiciones por otro de méritos, entrevistas etc., lo cual puede ser más sospechoso y más fácilmente manipulable No hace falta decir quiénes son los partidario de este nuevo sistema.

Por el contrario, la empresa privada de sirve de diversos instrumentos. Es frecuente a la hora de cubrir una vacante llamar a personas conocidas con más o menos experiencia para que desempeñen el puesto, lo que no parece del todo mal pues es lógico que el dueño de la empresa se fíe más de un conocido que de extraños, no habiendo además perjuicio directo a terceros, al no hacerse público el proceso .

Sin embargo, otras recurren a complicadísimos y costosos procesos que comienzan con la inserción de un anuncio de oferta de empleo y el envío de cientos de currículums, que son seleccionados por los Departamentos de Recursos Humanos para pasar luego a una fase de entrevistas. Éstas constituyen uno de los asuntos más absurdos e injustos que un servidos a conocido en su devenir laboral. Las entrevistas son absolutamente subjetivas por muchos rollos que se cuenten y ni siquiera garantizan la idoneidad del candidato para el puesto (sólo su habilidad para responder, a veces incluso mintiendo). De hecho, numerosos candidatos escogidos son luego despedidos a los pocos meses, tras comprobar su no valía para ese puesto. Es curioso además comprobar las preguntas, a menudo sin sentido. Ejemplos:

¿Qué opina usted del trabajo en equipo? Si digo que me gusta ir por libre, mal. Si afirmo que el trabajo en equipo está bien, todos dicen lo mismo. ¿Qué digo?

¿Se ve usted con aptitudes para este puesto? ¿Que voy a contestar, tonto del haba, que no valgo para esto?

Otro aspecto es las condiciones increíbles que muestran muchos anuncios de ofertas de empleo. Casi todos exigen un nivel alto de inglés, ese idioma maldito que todos dicen conocer y nadie sabe, aunque el trabajo sea para enterrador o sexador de pollos. Muchos piden una persona joven con alta experiencia (si se es joven no se tiene experiencia, y si se tiene experiencia, no se es joven) lo que representa una incongruencia que, como la anterior, sólo sirve para quitarse candidatos y que en vez de presentarse mil, se presenten trescientos.

Y, por último, una discriminación intolerable y que debería denunciarse por ser a todas luces anticonstitucional e ilegal. Me refiero a la edad. Muchos anuncios exigen que el candidato tenga como edad máxima 30-35 años. Parece que el que no tenga trabajo o se quede en paro a esa edad o mayor, es un residuo inservible y lo mejor que podía hacer es tirarse por un barranco. Argumentan los que defienden esta teoría que un joven es más “moldeable” (puteable) que una persona madura y experta, porque está más resabiada. Sólo le deseo a esos defensores de la edad máxima que se queden una temporadita (poca) en el paro con 43 años . Verán como cambian de opinión y comprobarán asimismo que una persona de 40 años sin trabajo hará prácticamente lo que sea con tal de tenerlo, demostrando que el exigir una edad no es de recibo.

En resumidas cuentas, y tratados ambos estamentos, un servidor prefiere la empresa pública para trabajar, y la empresa privada para ser el dueño.

Saludos cordiales.


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