Mientras
fumaba mi cigarro nocturno en la ventana de la salita lo he vuelto a ver. Una
planta más abajo, en un reducido piso de alquiler, el hombre de tez de ébano
ha desplegado su alfombra y ha intentado como todos los días volver a
orientarla hacia La Meca
para comenzar su quinto y último rezo del día, el Isha. Luego, agotado, se entregará
al sueño después de una dura jornada en la obra o haberse pateado inútilmente
las calles de Madrid en busca de un trabajo que cada vez se torna más esquivo.
Se arrodilla y toca el suelo con la
frente, como si se preparara para volver a nacer; o quizás simbolizando la
insignificancia del ser humano ante el Ser Superior. Musita palabras en un
idioma que la mente occidental no entiende, pero la intuición comprende
porque todos elevamos nuestras plegarias al Hacedor, aunque cada uno le llame
con un nombre distinto. Todos pedimos por nuestros familiares y amigos,
suplicamos que nos dé fuerzas para afrontar la vida terrible que nos ha
tocado vivir, damos gracias por lo mucho o poco que se nos ha concedido en el
día. Rezamos, en una palabra.
Una música suena a lo lejos, pero él
continúa imperturbable con su rito. Se acordará también de su esposa y de sus
hijos, que se hallan en una aldea perdida del Senegal o de la vieja Mali
esperando su retorno algún día de ese paraíso que les dijeron que era y que
al final no resultó ser tanto. Pero, mientras tanto, se va tirando y
consiguiendo algún dinero que se enviará puntualmente para el sostenimiento
familiar. Le han dicho que la cosa está muy mal y que el trabajo escasea,
pero él no se arredra y sigue rezando todos los días en una muestra de Fe
admirable que otros ya quisieran tener. Sabe que Dios ayuda a sus hijos y
nunca les abandona.
Bismilaji Rahmani Rahim (En el nombre de
Alá, el Único, el Misericordioso…).
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sábado, 19 de noviembre de 2016
El hombre que reza en la noche
sábado, 5 de noviembre de 2016
La estatua del jardín botánico
Todo vuelve, porque la historia se repite y esperemos que esta vez
no sea como tragedia ni como farsa. Abre otra vez el “Rock-Ola”, templo
de la movida madrileña de los 80 donde este humilde servidor aporreó
varias veces las teclas de su sintetizador. Cerrado por una reyerta en
la que hubo un muerto (fuera del local, no en su interior), renace como
Ave Fénix en otro sitio de Madrid, pero esperemos que el espíritu sea el
mismo.
En el viejo Rock-Ola se
dieron a conocer muchos grupos que luego fueron famosos. Como Radio
Futura, quizás el de mayor calidad técnica y musical, y el más original
en cuanto al sentido de las letras de sus canciones, compuestas en su
mayoría por Santiago Auserón. Eran estrofas poéticas, extrañas,
surrealistas, y a veces graciosas; téngase en cuenta que Auserón es
Licenciado en Filosofía y ahora afín a Podemos, surrealismo puro.
He vuelto a recordar una de sus canciones más conocidas, “La estatua del jardín botánico”.
Un día más me quedaré sentado aquí
en la penumbra de un jardín tan extraño
Cae la tarde y me olvidé otra vez
de tomar una determinación
Esperando un eclipse
me quedaré
Persiguiendo un enigma
al compás de las horas
Dibujando una elipse
me quedaré
entre el sol y mi corazón
Junto al estanque me atrapó la ilusión
escuchando el lenguaje de las plantas
Y he aprendido a esperar sin razón
Soy metálico en el Jardín Botánico
Con mi pensamiento sigo el movimiento
de los peces en el agua
Hace unos años escribí un post en Libertad Digital afirmando que el Innombrable era como la estatua de ese jardín botánico, impávido mientras todo se hunde a su alrededor. Pero no, no era aquel gafe siniestro el que escucha el lenguaje de las plantas, sino otro.
La estatua es un ser cuasi pétreo, impertérrito ante todo, cual estafermo que permanece inmóvil mientras los demás se la pegan contra él o por las circunstancias. Allí queda esperando el eclipse, que a este paso tardará varias legislaturas en producirse. Mientras, continúa filosofando y persiguiendo enigmas entre las flores y el murmullo de las aguas del estanque sin tomar ninguna determinación (La verdad es que la letra le cuadra a la perfección). Y así tendrá cuerda para rato, siempre que la estrategia de hacerse la estatua le funcione.
Veremos (o no, que diría el personaje).
Un día más me quedaré sentado aquí
en la penumbra de un jardín tan extraño
Cae la tarde y me olvidé otra vez
de tomar una determinación
Esperando un eclipse
me quedaré
Persiguiendo un enigma
al compás de las horas
Dibujando una elipse
me quedaré
entre el sol y mi corazón
Junto al estanque me atrapó la ilusión
escuchando el lenguaje de las plantas
Y he aprendido a esperar sin razón
Soy metálico en el Jardín Botánico
Con mi pensamiento sigo el movimiento
de los peces en el agua
Hace unos años escribí un post en Libertad Digital afirmando que el Innombrable era como la estatua de ese jardín botánico, impávido mientras todo se hunde a su alrededor. Pero no, no era aquel gafe siniestro el que escucha el lenguaje de las plantas, sino otro.
La estatua es un ser cuasi pétreo, impertérrito ante todo, cual estafermo que permanece inmóvil mientras los demás se la pegan contra él o por las circunstancias. Allí queda esperando el eclipse, que a este paso tardará varias legislaturas en producirse. Mientras, continúa filosofando y persiguiendo enigmas entre las flores y el murmullo de las aguas del estanque sin tomar ninguna determinación (La verdad es que la letra le cuadra a la perfección). Y así tendrá cuerda para rato, siempre que la estrategia de hacerse la estatua le funcione.
Veremos (o no, que diría el personaje).
El enemigo en casa
El historiador romano Pompeyo Trogo decía de los hispanos:
“Los hispanos tienen preparado el cuerpo para la abstinencia y la
fatiga, y el ánimo para la muerte: dura y austera sobriedad en todo. En
tantos siglos de guerras con Roma no han tenido ningún capitán sino
Viriato, hombre de tal virtud y continencia que, después de vencer los
ejércitos consulares durante 10 años, nunca quiso en su género de vida
distinguirse de cualquier soldado raso. Los hispanos prefieren la guerra
al descanso y si no tienen enemigo exterior lo buscan en casa.”
Como puede verse en el último párrafo, puede llegarse a la conclusión de
que los españoles estamos permanentemente condenados a luchar, y si no
hay enemigo exterior, lo buscamos dentro de casa. Con respecto al resto
del texto hemos perdido bastantes cualidades.
Esta constante de
buscar guerra puede observarse en la izquierda, que siempre achaca a los
que no piensan como ellos de todos los males, acusándoles de fascistas.
Este carácter excluyente abarca incluso a gentes de la propia izquierda
que cometen el tremendo crimen de pensar y señalar los defectos que
observan en sus correligionarios. Automáticamente pasan a ser “fachas”.
Véanse sino, los últimos episodios protagonizados por los podemitas y
los partidarios de Sánchez contra aquellos socialistas que se oponían a
la salida del citado Pedrusco.
Lo mismo puede decirse del
nacionalismo. Todo aquel que no esté de acuerdo con ellos, ofende al
territorio común. El no hablar en catalán o vasco o criticar los
desmanes separatistas puede llegar a ser una injuria a Cataluña o
Euskadi y por tanto, merece el más severo de los castigos.
Gran
parte de lo anterior se debe a la posición privilegiada que gozan los
nacionalismos (e incluso los regionalismos) en nuestro país debido a la
nefasta ley D´Hont que les proporciona una representación excesiva, lo
que ha obligado durante años a los partidos nacionales a pactar con
ellos en el Congreso para recabar su apoyo, obteniendo a cambio
importantes prebendas. Urge cambiar la Ley Electoral para que en las
Cortes no obtengan representación nada más que aquellos que se presenten
en un número elevado de circunscripciones, puesto que los diputados
representan a todo el pueblo español y no a una parte.
El
filósofo, escritor y político Ernesto Ladrón de Guevara criticó una vez
a los nacionalistas vascos y la respuesta que obtuvo fue “Al PNV no se
le molesta. Es fundamental para las políticas del Estado”. Mientras el
buenismo y lo políticamente correcto mantengan esta postura, mal vamos.
Porque no se ven trazas de que esto vaya a cambiar.
En otro
ejemplo más cercano, hace años a un conocido mío (funcionario del
Estado) se le aleccionó antes de una reunión con sus homólogos de la
comunidad autónoma correspondiente, más o menos en los siguientes
términos: “Sed prudentes y no les enfadéis ni discutáis con ellos”. No
era en Cataluña ni en Vascongadas, y los asuntos o competencias a tratar
eran simplemente cuestiones técnicas. Inaudito.
Y al final se
llega a la triste conclusión de que el Estado no es residual en
Cataluña, lo es en toda España. ¿Hasta cuándo las autonomías?
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