sábado, 10 de julio de 2010

Hilos de colores patrios



España renace tímidamente. Sólo un poco, quizás, pero algo emerge del ostracismo impuesto en los últimos años en aras de las diferencias y la pluralidad, esa palabra tan mal entendida y tan odiosa a veces. Posiblemente estemos simplemente ante un espejismo pasajero fruto de unas cuantas victorias futbolísticas y de los vaticinios de un cefalópodo con supuestas artes adivinatorias, pero todo es válido con tal de que la única Nación vuelva a cobrar fuerzas en los castigados espíritus ciudadanos, aparcando por un tiempo la secular amargura de ser español que arrastramos desde tiempos de los Austrias (y lo que te rondaré, morena).
Preocupa mucho en ambientes secesionistas la profusión de banderas y símbolos patrios, incluso en aquellos territorios donde se asientan los partidarios de mitos inventados y los benefactores de jíbaros. Y no es para menos; han descubierto a su pesar que el todo sigue siendo más que las partes, por mucho que éstas intenten ser “toditos” o mejorables imitaciones de un todo a cien o, peor aún, de un todo a diecisiete. El corazón de la mayoría sigue siendo rojigualda y se manifiesta en cuanto tiene ocasión para hacerlo. Puede que mañana la efusión acabe, pero el poso allí seguirá esperando otra oportunidad que cuente con el permiso de la política corrección que nos asola.
Uno no podía ser menos y, cavilando como aprovechar esta breve etapa de patriotismo decidió echar mano, no de la bandera, que también la tiene y bien grande, sino de las pulseras. Muchos recordarán aquellos hilitos de plásticos que se vendían en los piperos y tiendas de frutos secos y que, convenientemente trenzados permitían hacer llaveros, pulseras y hasta figuritas varias. Con el tiempo, he aprendido que se llamaban hilos Scoubidou, vocablo que recuerda a la versión francesa de Scooby Doo, aquella serie de dibujos animados cuyo protagonista era un perro grande y miedoso, a la sazón mascota de una pandilla de jovenzuelos bastante cursis y sabelotodos que resolvían enigmas misteriosos en un santiamén. Bien valdrían como colaboradores en cuestiones de gobierno y otras hierbas, y si a ellos se les uniera el pulpo Paul, el equipo asesor sería incontestable. Pero no demos ideas, no vaya a ser que nos hagan caso y tengamos Zapatero para diez años más.
Pues bien, armándose de paciencia e intentando resolver el misterio del trenzado, se ha vuelto a conseguir una pulsera de hilos de plástico como las de antaño y que luce bastante bien. No les gustará seguramente a algunos (más por el cromatismo que por la calidad de la técnica), pero ya se sabe que hay gustos para todos y las opiniones son como los culos; cada persona tiene uno. En eso sí somos distintos.



domingo, 4 de julio de 2010

España existe

Tres meses por lo menos hacía que no escribía. Las obligaciones laborales y familiares, el cansancio lógico después de cuatro años de escritura, y también el desánimo y la sensación de estar predicando en el desierto han influido en este bloguero para cesar su actividad por un tiempo, que ahora parece tocar a su fin. Ha influido, asimismo, la llamada de mi gran amigo Nieto que me ha animado a ello y al que se corresponde —en lógica justicia— que este post vaya a él dedicado.
Después de un paréntesis tan prolongado, nada parece que haya cambiado en España, salvo a peor, como es lo habitual en esta época zapateril. Por si teníamos pocos problemas, parió la abuela y la bisabuela, dándonos cuenta de golpe y porrazo (los que no se habían percatado, que todavía eran muchos) de que nuestra nación está en vías de entrar en la ruina más absoluta, si es que no lo ha hecho ya. El decretazo zapateriano y sus recortes ha sido como el jarro de agua fría que ha abierto los ojos al adormecido hispánico para darse cuenta que la Arcadia Feliz de la progresía no era más que un espejismo que, como dirían en las películas, “fue bueno mientras duró”. Lo malo es que ni siquiera fue.
De repente y como por ensalmo, multitudes de españolitos, antaño fervorosos de la ceja, comienzan a echar denuestos de su otrora ídolo y juran y perjuran que no le volverán a votar. De momento, las encuestas así parecen apuntarlo aunque, teniendo en cuenta la habilidad para el marketing y la propaganda que siempre ha caracterizado a la izquierda y lo poco atractiva que sigue siendo la derecha para muchos, ya veremos en qué acaba todo esto.
Mas la debacle no es sólo económica, que ya de por sí es grave, sino también nacional, que es bastante peor. El estatuto de Cataluña ha salido adelante con pocas modificaciones, y se consagra la barbaridad que representa, siendo bastante acertadas las palabras de muchos (Federico Jiménez Losantos y César Vidal, por ejemplo) en el sentido de que España se ha convertido económica y políticamente en una colonia de Cataluña o, mejor dicho, de los nacionalistas catalanes, y que a lo mejor más convendría la independencia de una o de la otra pero no este desaguisado.
Y, sin embargo y a pesar de todo, España existe. Los triunfos en el Mundial de la selección nacional de fútbol —a la que algunos llaman “la roja” sin mala intención y otros con bastante intención— han despertado una pasión que, al contrario de otras veces, parece ir más allá de lo deportivo. Jamás se había visto tanto apoyo popular, banderas en balcones y locales, pulseras con los colores patrios y gentes ataviadas con la camiseta de nuestros colores. Dicen que en épocas de crisis salen a la luz todos los sueños y las esperanzas que hagan olvidar nuestros problemas, pero la intuición le dice a éste que escribe que también subyace ahí un deseo más o menos explícito de que España es y existe. Como el Ave Fénix que se consume cada quinientos años y vuelve a resurgir de sus cenizas, la Nación española brillará con fuerza y energía al final de este ya largo período de sombras a la que ha sido arrastrada por la ambición de unos y la complacencia de otros.
Yo soy español, español, español…