lunes, 28 de diciembre de 2009

Cicerón y los seis errores del hombre

Marco Tulio Cicerón fue un famoso orador y escritor romano cuyas disidencias en cuestiones políticas le hicieron perder literalmente la cabeza, pues fue decapitado a causa de aquellas en el año 43 antes de Cristo. Puede comprobarse que ya por entonces los gobernantes no gustaban de las críticas, siendo tremendamente descorazonador que después de dos mil años siga sucediendo más o menos lo mismo; la única diferencia es que ahora afortunadamente no se corta la cabeza, pero se intenta silenciar en muchos casos al discrepante.

Entre las numerosas aportaciones de Cicerón llama la atención los seis errores del hombre, que se contienen en uno de sus tratados, y que son de aplicación para todas las épocas y situaciones. Veamos cuáles son y procedamos a un somero análisis actual:

· Primer error: La ilusión de que las ganancias personales se consiguen aplastando a los demás. Este es un hecho muy frecuente. Siempre pensamos que para subir nosotros han de caer otros. El poder político cumple esta máxima a rajatabla machacando continuamente a los adversarios. Sin embargo, la estrategia de aplastar al contrario puede funcionar un tiempo pero luego puede volverse contra el que lo dice, porque nuestras críticas no son más que un reflejo de nuestras carencias (de ahí que los políticos sean tan críticos).

  • Segundo error: La tendencia a preocuparse por las cosas que no se pueden cambiar o corregir. A muchos les enfurece que llueva, cuando es mejor disfrutar de la lluvia. Algunos políticos se preocupan demasiado por España en su afán obsesivo por anularla, e intentan idear todo tipo de trucos y estratagemas. Vano empeño; por más que se esfuercen no podrán acabar con ella.
  • Tercer error: Insistir que una cosa es imposible porque no podemos conseguirla. Hasta entrado el siglo XX el volar era una cosa imposible para el ser humano; pero entonces surgieron unos hombres que inventaron el avión. Ahora mismo parece imposible que la Moncloa pueda cambiar de inquilino, y aún más contemplando a la oposición existente. Mas todo es cuestión de tiempo y de que surja algún líder que aglutine a un mayoría amplia. El proceso será largo, pero torres más altas han caído.
  • Cuarto error: No querer prescindir de las preocupaciones banales. Nos quebramos la cabeza por chorradas mayúsculas tales como si hemos limpiado bien la casa, si le hemos caído bien a ese nuevo amigo, quien ganará la liga, o el nombre del futuro ganador de Gran Hermano. En cambio, nos importa un pimiento cómo podemos mejorarnos a nosotros mismos o qué podemos hacer para que nuestro país y nuestra sociedad sena libres, justos y prósperos.
  • Quinto error: Rechazar el desarrollo y el perfeccionamiento de la mente y no adquirir el hábito de leer o estudiar. Esto enlaza bastante con el punto anterior. Si se es un palurdo absoluto (especie muy frecuente en esta España lanar) las preocupaciones e inquietudes son las descritas en el cuarto error. No leemos un libro ni aunque nos maten, salvo las crónicas deportivas o las revistas del corazón. En muchos pueblos todavía se valora más el trabajo manual que el intelectual y los que usan la cabeza para trabajar son unos señoritos y unos vagos, porque no tienen callos en las manos y muchos piensan por sí mismos, en vez de seguir fielmente los dictados de los medios oficiales de comunicación
  • Sexto error: Intentar obligar a los demás a vivir como nosotros. Esta anomalía es una constante en todos los tiempos. Intentamos que nuestros hijos hagan siempre lo que queremos (aunque ya sean mayores y con uso de razón), que nuestros allegados opinen lo mismo que nosotros, etc. A este respecto, es frecuente en muchos gobiernos —incluyendo por supuesto al actual, que es de los que se lleva la palma— el intentar intervenir en la vida de sus ciudadanos en todos los aspectos, hasta en los más nimios, empeñándose en decirles cómo actuar de forma “correcta” (no coman hamburguesas, no fumen, no sean fachas, etc.). Todo el que no piensa como ellos es un disidente y, por tanto, un enemigo.

Estos errores fueron observados por Cicerón basándose en las costumbres y modos de los habitantes de la antigua Roma, pero siguen desgraciadamente vigentes en esta España de hoy. Simplemente han cambiado de forma los gobernantes, los disidentes, los pretorianos, los súbditos y los leones, pero nada en el fondo. El tiempo pasa, pero el hombre sigue siendo el mismo y sigue cometiendo los mismos fallos, pues sólo evoluciona en su aspecto externo pero no en el interior.

Fuerza y Honor.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Que vivan los Reyes Magos



Llegan las fiestas navideñas y con ellas la tradición de los regalos. Cuando los que aquí escribimos éramos niños —salvo quizás alguno más joven— los juguetes los traían siempre los Reyes Magos, mientras que el advenedizo personaje vestido de rojo (no podía ser menos) y que agita la campanilla como si estuviera llamando al rancho no era más que una figurita de adorno de las que se colocaban en el árbol entre bolas y guirnaldas.



Pero los tiempos cambian y el marketing que todo lo puede va acomodando tradiciones y creando otras nuevas que nunca estuvieron en la esencia española, salvo en algunos hogares en los que el Niño Jesús ponía algún regalito a los más pequeños de la casa.


Se plantea entonces una disyuntiva problemática. Los padres luchamos por mantener la tradición, pero a los niños les meten en la cabeza al tío de la campanilla y de las risotadas, (que no deja de ser sino una deformación anglosajona de la figura del venerable San Nicolás, santo varón de la Iglesia) pero a ver quien le dice al infante que en esta casa no viene Papá Noel, porque no es bien recibido.


Mientras tanto, los pobres Magos de Oriente van perdiendo adeptos, porque los muchachos prefieren disfrutar antes de los juguetes y no al final de las vacaciones. Inclusive muchos seguidores de la progresía parecen preferir esta figura más aparentemente laica —aunque en realidad no sea así, como ya hemos visto— que a aquellos que llevaron presentes al niño Dios, que eso viene en la Biblia y es más correcto ser aconfesionales. Se olvida que gracias a los Reyes Magos las vacaciones de Navidad duran más que en otros sitios y que asimismo nos traen el maravilloso roscón, delicia del paladar y clásica costumbre española.


Un servidor lo tiene bastante claro. Cuando los hijos sean mayores y sepan de qué va el tema se acabó Papá Noel. Sólo vendrán los Reyes, como siempre ha sido y debiera de ser.


Feliz Navidad a todos.



martes, 15 de diciembre de 2009

Las fórmulas del Doctor Cataplasma

Tras fruto de numerosos años de investigación basados en la sabiduría popular, el Doctor Cataplasma llegó a la deducción de unos postulados inexorables que parecen regir diversos fenómenos de la vida cotidiana. Comoquiera que es necesaria la salida de estos hallazgos a la luz pública, es por ello que tan eminente luminaria de la ciencia ha decidido compartirlos con vosotros.

FÓRMULA PARA HACER QUE SUENE EL TELÉFONO:

1. Entre en la bañera (mejor si está llena).

2. Enjabónese bien la cabeza, el cuerpo y las partes nobles. Coja su osito de peluche favorito, el patito de goma y todos los adminículos que considere necesarios.

3. Cuente hasta tres.

Entonces, sonará el teléfono.

En ese momento se plantea una disyuntiva que abre dos caminos posibles:

a) Decide atenderlo; sale de la bañera corriendo, resbalándose acrobáticamente por toda la casa y poniéndolo todo perdido de agua. Cuando llega al teléfono, pueden ocurrir dos cosas:

1. Deja de sonar en ese momento

2. Logra cogerlo. En ese momento una voz desconocida le dirá:

¿Está la Petri? (Obviamente nosotros no somos la Petri).

b) Decide no atenderlo. Veinte días más tarde se enterará de que era una llamada importante.

FÓRMULAS VARIAS PARA HACER QUE LLUEVA:

1. Levántese y dígase “¡Qué día tan bonito hace hoy!”

2. Lave el coche. Ésta fórmula es infalible.

3. Organice una fiesta al aire libre para ese día.

4. Si duda entre coger el paraguas o no, no lo coja. Tampoco suele fallar.

(NOTA: Si coge el paraguas y no llueve, lo más probable es que se lo deje olvidado en algún sitio. Esto es lo que se denomina Principio del Gafe, también conocido en algunos círculos científicos como axioma de Zapatóstenes).


FÓRMULA PARA HACER APARECER UN AUTOBÚS:

1. Salga tarde y apurado de casa. Según se vaya aproximando a la parada, lo más seguro es que llegue el autobús. Por supuesto, lo hará antes que usted…y se marchará también antes. Por más que corra como un desaforado y eche las tripas en la maratónica carrera, lo más que conseguirá es ver como la puertas se cierra delante de sus narices.

2. Ante eso, lo más eficaz es encenderse un cigarrillo para relajarse. En mitad de la primera calada, aparecerá otro autobús. (Se han registrado casos donde han aparecido hasta tres autobuses juntos.)

3. Si no fuma, prepárese a esperar veinte minutos. Si decide caminar hasta la siguiente parada para ahorrar tiempo, según vaya por la mitad pasarán dos autobuses juntos.

FÓRMULA PARA PODER APARCAR CERCA DE CASA:

1. Pegue tres vueltas a la manzana de su casa buscando aparcamiento. Después tírese treinta minutos más dando vueltas en las 10 manzanas más próximas.

2. Termine aparcando finalmente en otro barrio a 30 minutos a pie de su casa.

3. Cuando llegue a casa a pie, verá dos o tres sitios vacíos delante de ella.

FÓRMULA PARA ECHAR LIMÓN AL PESCADO:

1. Ponga el pescado sobre su ojo derecho.

2. Tome un limón y exprímalo apuntando en cualquier dirección, nunca falla.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Treinta años es poco

Como en otras ocasiones, anduvo anoche el escribano errante de este rincón de la blogosfera en una cena con sus compañeros de colegio de épocas pretéritas, tan vetustas que se pierden en la noche de los tiempos modernos, en esa oscuridad de los recuerdos que de vez en cuando se ilumina brevemente para apuntar un destello de los buenos momentos vividos. No es la primera vez que esta reunión acontece, pues ya son cuatro años quedando para cenar, e incluso a veces hay alguna cita para desayunar un roscón el día de Nochevieja por la mañana, que también es un modo de adelantar la llegada del nuevo año que se aproxima.

La primera reunión que hubo tras el contacto —establecido gracias a las páginas de búsqueda de antiguos amigos que existen en la Red— hizo el pequeño milagro de volvernos a ver después de treinta años. La impresión es de haberse transportado a otro mundo quizás distinto, quizás mejor, porqué no decirlo. Habíamos quedado en la puerta de uno de aquellos cines de barrio que pisamos en nuestra mocedad entre aromas de chicle americano y cáscaras de pipas y que los azares del destino han querido que ahora sea un salón de bodas.

Las sensaciones son curiosas y cambiantes en esta tesitura. Compañeros que se reconocen inmediatamente nada más verles, como si nada hubiera cambiado; a otros, en cambio, hay que preguntarles aquello tan manido de “¿Y tú quien eres?” Es entonces cuando el interlocutor dice un apellido —la clásica forma de llamar a los condiscípulos en el colegio— y nuestro código descifra su identidad y la compara con una imagen juvenil que anida en un dormido rincón de las neuronas.

Dice la letra del tango que veinte años no es nada. Poco más son tampoco treinta, y aquellos muchachos, hoy canosos y en las puertas del otoño de la vida, se siguen llamando y comportando en sus encuentros como los inocentes escolares que habitaron aquellas aulas de los años setenta, entre albores de libertad y comienzos de amores, desamores y experiencias.

Mucho hemos cambiado o, a lo mejor, no. Pero los que anoche se reunieron tienen en su interior la certeza de que el tiempo se detuvo en un reloj de pared y las pesas inmóviles de antaño anunciaron que, a veces, cualquier tiempo pasado fue mejor.

martes, 8 de diciembre de 2009

No hay quien lo mueva

En esta vorágine de laicismo radical que nos invade y que amenaza a todo aquello que suene a religioso o simplemente espiritual —mientras no sea islámico— viene a la mente del que esto escribe un pequeño suceso que le aconteció hace años. Andaba el hecho dormido en los desvanes del recuerdo, y ha sido precisamente los sucesos últimos acaecidos en España los que han traído de nuevo al presente esta historia y la moraleja que un servidor extrae de la misma.

Para ello hay que retrotraerse a principios de los años noventa. Despacho lóbrego y frío de una institución hospitalaria. El Doctor Salfumán —“alter ego” del imperial escribano que habita en este rincón de la blogosfera— conversaba con un médico de ideología comunista bastante radical, rojo como el puño de Lenin, y que con mucha probabilidad hoy andará alojado en la progresía rampante o en sus aledaños.

El motivo de la conversación ni se recuerda, pero sí que el galeno bolchevique reparó en un crucifijo que adornaba la estancia, como era normal en aquellos tiempos, aunque ya intentos había de enviarlos al ostracismo. Intentando hacer una gracia que no tenía ni pizca de la misma se acercó a la pared mientras me decía:

— ¡Un crucifijo! A ver si le puedo dar la vuelta.

Pretendía de este modo emular el signo de los satánicos y dejar a Cristo en no muy buena posición. Recuerdo que aquello no me agradó, aun cuando nunca haya sido un cristiano al uso sino un creyente librepensador, y así se lo hice saber:

— Deja el crucifijo, que no hace nada malo.

Estas palabras no le detuvieron y prosiguió camino de su “hazaña”. Entonces ocurrió lo que a un servidor se le antoja todavía un pequeño milagro: el crucifijo estaba clavado a la pared por varios sitios y aunque el hereje del fonendo intentó moverlo, no pudo lograr su maléfico cometido.

— Cago en…. Está clavado. No hay quien lo mueva.

La consecuencia que se extrae de la historia es bien sencilla, pero podría resumirse en una cita de Yoda, maestro de los Jedis. “El lado Oscuro no es más fuerte. Es más fácil, más rápido, pero no más fuerte”.

Se podrán hacer todos los intentos para acabar con Dios, mas ninguno tendrá éxito a largo plazo. El Bien siempre triunfa aunque tarde en manifestarse la victoria, y ello es lo que debe animarnos en estos oscuros tiempos.

Fuerza y Honor.

viernes, 4 de diciembre de 2009

El Calendario Zaragozano


Los entusiastas del famoso cambio climático están equivocados. Y no por la endeblez de muchos de los postulados de tamaña pseudoteoria, sino porque han errado en consultar en las fuentes adecuadas. No, no es el profeta del Apocalipsis Al Gore la autoridad más recomendada para predecir los pronósticos del tiempo sino el astrónomo aragonés Don Mariano Castillo y Ocsiero, creador del famoso Calendario Zaragozano que, basándose en los movimientos de la Luna y sin instrumentos complejos ni grandes parafernalias, ideó un método hace más de 150 años para eso de la meteorología.

El que esto escribe lo ha comprado alguna vez y le ha gustado su estilo, además de que acierta muchas veces y de pleno. Con el Calendario Zaragozano y los refranes de la abuela no hacen falta los satélites meteorológicos; además las predicciones son acordes con lo clásico y no anuncian catástrofes globales ni simplezas por el estilo.

Los más malévolos le acusan de poco científico y de generalidad (no de Cataluña) y dicen aquel refrán de:"Calendario zaragozano: frío en invierno, calor en verano" pero, casualmente, muchos de los que así se pronuncian suelen cojear del pie izquierdo según he podido constatar en varios foros de meteorología y en algún diario progre. Se ve que Don Mariano Castillo también ha entrado a formar parte del elenco de personajes políticamente incorrectos al no anunciar el temido calentamiento (una moza de buen ver, eso sí que produce calentamiento global).

A pesar de todo, sigue siendo el de mayor difusión en España y una de las publicaciones de mayor solera. Además de los pronósticos del tiempo por meses y semanas anuncia la hora de salida y puesta del sol, las fases de la Luna, el paso de las estaciones, las ferias y mercados de España, etc. Todo un retrato de la vida española y su paso que ojala siga por muchos años.

Y sólo por 1,50 €. Bastante menos que las subvenciones que se llevan algunos con eso del cambio climático.




miércoles, 2 de diciembre de 2009

La vacuna

Se conmemora por estos días el comienzo de la aplicación de la vacuna antivariólica —contra la viruela— en España. La palabra “vacuna” deriva de “vaca”, ese simpático bóvido que se ríe en las cajas de quesitos debido a que, precisamente, la primera vacuna se descubrió a partir de estos cornúpetas gracias a las investigaciones del médico inglés Jenner en el siglo XVIII.

De antiguo se sabía que las personas que se dedicaban a ordeñar solían infectarse con el virus de la viruela vacuna, que produce ampollas en las ubres de las vacas y también en las manos y brazos de las personas que las manipulaban (en el buen sentido). Sin embargo este virus vacuno es menos peligroso que el de la viruela humana, enfermedad muy contagiosa y mortal a menudo.


Estas personas infectadas de viruela vacuna no sufrían nunca la terrible enfermedad humana. Jenner decidió probar que la viruela vacuna protegía a las personas de la viruela humana; para ello sacó fluido de una pústula (ampolla) de una mujer que se dedicaba al ordeño (de las vacas) y se la inoculó a un niño sano dándole varios cortes en el brazo e introduciendo el líquido. Unas semanas después inoculó al niño (que hacía de conejillo de Indias) con el virus vivo de la viruela humana, y el niño no enfermó. Probó con más gente y todos los inoculados nunca llegaron a sufrir la enfermedad, puesto que quedaban protegidos.


La vacuna comenzó a aplicarse en todo el mundo y en este sentido el papel de España fue determinante, pues fueron los españoles los que impulsaron una expedición a América (comandada por el insigne médico Balmis) para propagar la vacuna. Para ello se valieron de 22 niños huérfanos que eran infectados con viruela vacuna de uno en uno en cadena y hacían de reservorio. Si bien el método era algo expeditivo, por lo menos no pueden acusarnos esta vez de no haber hecho un bien a la humanidad y nuestra labor en América no sólo se redujo a matar indios como dicen algunos miserables.


Aquí


La palabra "vacuna" no se hizo popular hasta el siglo XIX cuando Pasteur (descubridor de la vacuna contra la rabia) comenzó a usarla. Desde entonces se conoce como vacuna toda inoculación para prevenir una infección bacteriana o vírica.


El éxito de la vacuna antivariólica en la prevención de la enfermedad ha sido tal que hoy día, la viruela ha sido erradicada en el mundo. Tan sólo se guardan celosamente algunos cultivos por si un día es necesario fabricar nuevas vacunas.


Las vacunas son buenas, pero también tienen sus riesgos. Precisamente a cuento de la nueva gripe, andan todos los organismos internacionales y gobiernos recomendado su aplicación. Allá cada cual con su conciencia pero, dado que la letalidad del virus H1N1 no parece ser tan alta como se presumía, se impone una reflexión sobre el balance beneficio-riesgo de tal vacuna. Muchos médicos y miembros del personal sanitario se han negado a ponérsela por los posibles efectos secundarios de los coadyuvantes, que son las sustancias añadidas para potenciar la inmunidad que incorpora este fármaco.
El más peligroso es el síndrome de Guillain-Barré, parálisis ascendente de origen autoinmune y que puede estar relacionado con un exceso de anticuerpos descontrolados que atacarían las propias estructuras del sistema nervioso, por explicarlo de modo simple.

Teniendo en cuenta que existe la posibilidad (remota, pero existente) de quedarse en una silla de ruedas, la verdad es que pocas ganas dan de arriesgarse. Salvo enfermos de mucho riesgo, más vale pasar el trancazo como se ha hecho clásicamente, pues ya se dice que la mejor medicina es la que no se toma y la mejor operación la que no se hace.