sábado, 10 de septiembre de 2016

Otras costumbres, otras culturas






Cuando llega el final de la jornada, el veraneante se relaja en la tumbona de la terraza de su apartamento frente a las playas del Levante español, disponiéndose a pasar un rato agradable en esas horas que anteceden al sueño y que son un tesoro en las noches del estío mediterráneo. No tiene Internet y la televisión le aburre —como suele ser lo habitual—, de modo que echa mano al transistor para buscar música o algún programa ameno que le entretenga. Los dedos se posan sobre el dial y pronto surge una emisora, pero algo raro se barrunta en los oídos de nuestro héroe. De las ondas hertzianas llega una música extraña y repetitiva pletórica de sonidos que se le antojan poco armónicos acompañada de un monótono cántico en el que aparentemente sólo se distingue un “jamalajá jamalají” o algo similar. Rápidamente, cambia de emisora en busca de otra oferta más acorde a sus gustos hispánicos y el relax vuelve por donde solía.

Esta historia ficticia no se da sólo en la actualidad, sino que también hace setecientos años ocurría un fenómeno parecido en aquellas ciudades donde convivían —es un decir— varias culturas. Parece ser que los cristianos del medievo detestaban la música árabe y echaban mil pestes cuando sus vecinos musulmanes se ponían a tañer la chirimía; asimismo es muy posible que a éstos les ocurriera lo mismo cuando los trovadores se ponían a cantar las gestas de los caballeros de la época. Ahora, los más radicales detestan el rock como símbolo de la decadente cultura occidental, pero también el fútbol, los videojuegos, etc. La verdad es que son bastante aburridos.

Cuando los adalides de esa entelequia que se llama alianza de Civilizaciones diseñaron tal evento, no se pararon a pensar que las culturas difieren en muchos aspectos y cada una constituye en sí un “todo” que difícilmente admite la mezcolanza, salvo en algunos hechos puntuales que pudieran ser comunes. La cultura española sienta sus raíces fundamentalmente en la herencia romana, visigoda y cristiana y sólo asimiló algunos rasgos islámicos durante los setecientos años en que los musulmanes anduvieron por aquí. Frente a la teoría sostenida por muchos progresistas y algunos eruditos en el pasado, la moderna historiografía demuestra más bien que la huella islámica no es tanta como pretenden hacernos creer.

Stanley Payne recoge en su libro España, una historia única varios asuntos que vienen a demostrar lo anterior. Retomando el tema de los gustos musicales tan dispares, algunos podrán decir que el cante flamenco es una excepción, pero si se tiene en cuenta que tal manifestación es de origen gitano y no árabe, no lo es tanto, ya que muchos expertos sostienen que los gitanos son originarios de la India, aunque recalaran en España procedentes de Egipto, según parece.

Existe una total diferencia en otros ámbitos cotidianos. Véase asimismo el ejemplo de las costumbres culinarias. La herencia árabe ha dejado reminiscencias sobre todo en el gusto por algunas especias y ciertas recetas de repostería, pero la gastronomía española basada en los vegetales, el pescado y el aceite de oliva responde a unas características mediterráneas que ya existían en tiempos de los romanos. Igualmente, el gusto por la carne de cerdo y sus derivados (embutidos, etc.) es una constante en España, al igual que en el resto de Europa, aun con sus peculiaridades propias.

En cuanto a la lengua, se considera que solo unas 4.000 palabras del actual idioma español son de origen árabe, aun cuando algunas sean muy comunes. La mayoría tienen sus orígenes en el latín, muchas en el griego y existen también numerosos germanismos de la etapa visigoda, por no hablar de los abundantes vocablos de origen indígena procedentes de la colonización de las Américas. Si nos referimos a la arquitectura, existen efectivamente numerosos restos de los trazados árabes en las ciudades españolas, pero su conservación se debe a un cierto ejercicio de tolerancia por los vencedores cristianos, que no siguieron una política de destrucción masiva sobre las tierras reconquistadas, si bien la leyenda a veces parece ser otra.


Somos una nación de Occidente. Con algunas influencias andalusíes, obviamente, pero es fundamental que los árboles no nos dejen ver el bosque.  Nuestras costumbres y modo de vida actuales poco tienen que ver con los de los musulmanes y mucho con las de los países europeos de nuestro entorno, mal que les pese a algunos.



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