domingo, 25 de septiembre de 2016

El buenismo no es bueno


Uno de los rasgos típicos de esta sociedad posmoderna, cultivado con profusión por la clase política y también por la sociedad, seamos sinceros, es el denominado buenismo. Virtud cuando menos discutible pues se halla a medio camino entre la ingenuidad más absoluta y los fines más perversos que se disfrazan de este modo con una aureola de bondad.

En el terreno político tenemos diversos ejemplos del nefasto buenismo que se han prodigado desde el comienzo de la democracia. Uno ha sido con la cuadrilla separatista en general a la que se ha dado poder y alas con la absurda excusa de que representan a muchos (¿?) y que “no se pueden excluir” y otro con los asesinos etarras.

Este último es todavía más sangrante. Si nos remontamos a los tiempos de la Transición, muchos pensaban llenos de candor que la ETA que mataba durante el franquismo eran algo así como una especie de luchadores por la democracia y que, una vez amnistiados, cesarían en sus empeños sanguinarios. Los hechos acaecidos desde entonces vinieron a demostrar lo contrario. Ahora han cesado, sí, pero porque matar no les conviene. Y eso tras diversos "procesos de paz" y otros diálogos también trufados de buenismo.

El buenismo alcanza límites insospechados en nuestros días. Se consienten conductas como la de permitir las ”okupaciones”, los manteros y otros modos de vivir que son inaceptables, basándose en las necesidades de “la gente”, ese ente amorfo tan de moda. Como los demás también somos gente, podríamos exigir nuestro derecho a no pagar la hipoteca o los impuestos. Seguro que con nosotros no cuela.
Un caso muy significativo es el de la cadena perpetua; todavía en España muchos se rasgan las vestiduras cuando se plantea este castigo para los terroristas, asesinos o narcotraficantes. Mientras tanto, en otros países democráticos se halla implantada y no aparece ningún cantamañanas argumentando sobre la rehabilitación de esta patulea y lo desproporcionado de la sanción. Eso por no hablar de Estados Unidos, donde más de un indeseable habría terminado colgando de una soga o achicharrado en la "old sparky" tras un juicio ejemplar.


Aquí en cambio, nos dedicamos a una falsa vida contemplativa y mística mezclada con hipocresía. Así nos va.

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