jueves, 3 de marzo de 2016

El profesional del cuento


Y allí está, casi perenne, como una funeraria por horas. En la puerta del centro comercial donde el observador acude con frecuencia a comprar las viandas para su sustento y el de su familia, el pedigüeño profesional desgrana su clónica letanía a todos los viandantes que entran o salen. “Por favor, una ayuda, tengo mujer e hijos, etc, etc, etc.”, con un extraño acento que al que esto escribe no le inspira lástima sino más bien irritación porque le suena totalmente artificial.
Algunos, al leer esto, dirán que no hay compasión en quien escribe estas líneas, e incluso que es un clasista, un fascista o un xenófobo que no entiende las necesidades de “la gente”, como ahora dicen algunos salvapatrias revolucionarios. A ellos habría que replicarles que en muchos casos se echa en falta la Ley de Vagos y Maleantes, por cierto, promulgada durante la II República, ese régimen idílico que tanto les gusta. Cuando vemos casi todos los días al mismo personaje, e incluso cuando se ha podido comprobar que acude regularmente en metro a su chiringuito como si fuera un puesto de trabajo al uso acompañado de su señora (que se coloca estratégicamente en otra esquina a desarrollar la misma labor) se piensa mal, y por tanto, casi siempre se acierta, como dice el refrán español. Las malas lenguas, o buenas, dicen que hay mafias profesionales que se dedican a este negocio que explota los sentimientos ajenos, pero éste y su “conyugue” parecen ser autónomos. Para el caso es lo mismo.
Al principio “la gente” (la de verdad) le daba dinero, incluso un servidor. Con el tiempo, casi nadie era ya generoso. Por eso, y con una habilidad especial, escurre el bulto durante unos cuantos días para dejar de ser recordado, volviendo al cabo de un tiempo.
Más de una vez, a sus peticiones el Emperador le ha contestado con un bufido entre dientes conteniéndose, aunque el cuerpo pide preguntar al lloroso necesitado si se ha molestado alguna vez en buscar trabajo. Su aspecto no es el de un ciudadano normal que haya tenido la desgracia que quedarse en paro o haberse arruinado por los vaivenes del destino sino el de un caradura que vive bien —o regular, pero va tirando— de la faena.
Conviene desenmascarar a esta patulea, a cuyo lado Rinconete y Cortadillo, el Lazarillo de Tormes o el Buscón eran cuasi unos aprendices pues hay personas necesitadas que no merecen ser comparadas con estos lúmpenes. Por ello, cuídense mucho Vuesas Mercedes a la hora de rascarse la faltriquera y denle al caletre un momento para que la intuición aconseje sobre si realmente deben dar o no su óbolo a aquellos que lo solicitan. A veces falla, cierto, pero ya no se sabe qué es peor, si un rato de mala conciencia por no socorrer al menesteroso o la sensación de haber hecho el canelo.

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