sábado, 27 de febrero de 2016

Rourke y el corazón del ángel


El sábado por la noche, la televisión es una alternativa de ocio para aquellos que ya salimos poco porque la edad —o, más que eso, la sensación de estar de vuelta de todo— y la magra economía no nos lo permiten. Como los debates del sábado sobre la coyuntura política son más repetitivos que una tonelada de ajos y aburren al mismísimo Mariano en su marianidad, es mejor pasarse a otro género. Por eso, y ya que no la había visto, me decidí por el cine, más concretamente El corazón del Ángel.

Gran interpretación de Mickey Rourke, galán chulesco y el chico de moda de los ochenta en un film siniestro, inquietante, turbador pero con una escena de sexo que muchos consideran de las mejores de la historia del cine. Un thriller con fondos satánicos y sobrenaturales en el que Robert de Niro borda el breve papel de Louis Cypher (pronúnciese en inglés y se comprenderá el fondo).

Mas no vengo aquí a hacer de crítico cinematográfico, sino a rememorar aquellos tiempos en que servidor era un mindundi y admiraba a Rourke por ser un tío que se las llevaba a todas de calle. También hay que decir que en muchas de sus películas hacía de millonario, y ya se sabe que eso ayuda mucho en la cosa de atraer al sexo opuesto, desgraciadamente para los que estamos siempre a la cuarta pregunta. Yo quería ser como él, descarado y rico como en Nueve Semanas y Media, o rico y raro como en Orquídea Salvaje (película de la que salí sofocado gracias a las escenas finales). El caso era pillar cacho con una rubia vestida de negro, mi sueño casi imposible, pero los posibles escaseaban y siempre fui más corto que un escolar de Primaria. Después de patear durante años las noches de Madrid y volver a las tantas con el estómago destrozado y los dedos de los pies como dos manojillos de percebes, no logré encontrar a la rubia de negro. La intuición, el cacumen, o seguramente ambos, dijeron que eso no estaba escrito en mi oráculo del destino y continué lo de “cherchez la femme” por otros sitios.

Después de comprobar el desastroso estado actual de Rourke, cuya afición al boxeo y la cirugía plástica han hecho de su careto un tubérculo con lentejuelas, uno se consuela porque un servidor también está horroroso, pero el Sic Transit Gloria Mundi se cumple inexorablemente incluso en esta vida. Al final, la decadencia de lo físico acontece aunque se compensa con la plenitud de los saberes adquiridos, pocos en mi caso.

El final de la historia terminó en boda con una morena-castaña que viste de otras tonalidades como el camel, el blanco roto o el chicle, amalgama de pigmentos extraños que ven las mujeres donde los hombres tan sólo advertimos marrón, blanco y rosa. Pero, oh sorpresa, ahora es rubia (gracias a la coiffure y a la estética), y a veces se viste de negro. Algo he conseguido.

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