lunes, 23 de noviembre de 2009

Los penúltimos españoles

Corren tiempos difíciles para aquellos que sienten la idea de España como vital. Se podrá afirmar que existen muchas ideas sobre nuestra Nación, pero forzosamente entonces tendrían que converger en algún punto, y no es así. Por un lado, se encuentra la teoría políticamente correcta del llamado “patriotismo constitucional” que no deja de ser un absurdo puesto que carece de sentido ligar una idea que trasciende los siglos a una Ley que es susceptible de cambio y por tanto efímera, por muy respetable y Magna que sea. Más bien parece que el significado interesado que se intenta dar esta frase es la de que no se puede ser patriota sin respetar la Constitución, lo cual a primera vista puede parecer aceptable, pero entonces volvemos al punto anterior. Si un día se modifica la Ley, ¿significa entonces que los que acataron la anterior Constitución no son patriotas? Evidentemente parece que no, por lo menos en la mayoría de los casos, por lo que al final el lógico razonamiento es que eso del patriotismo constitucional es difícil de asimilar.


Por otro lado, se encuentra la idea progresista-nacionalista de España, que es tan confusa que probablemente muchos de los que la defienden ni terminan de entenderla. Una de las causas principales de este galimatías es que realmente esta idea son dos —separatista e izquierdista—, que a veces se solapan mientras que otras divergen por completo. La vertiente separatista es muy clara: España no es más que el Estado al que hay que exprimir para beneficio propio hasta que se consiga la a veces “anhelada” independencia. Y dice “a veces” porque muchos nacionalistas no desean realmente la secesión, conocedores del caos que esta decisión acarrearía para sus correspondiente Taifas, prefiriendo una independencia “de facto” más cómoda en el seno de un ente abstracto que algunos denominan Estado Plurinacional, que simplemente actuaría como soporte y pagano (económico) de los estadillos asociados.


Frente a la anterior, se encuentra la idea izquierdista que es un laberinto aún mayor, puesto que se halla entre dos aguas. Muchos progres pueden sentir la idea de España, pero recelan en parte y no desean proclamarla abiertamente por miedo a que les llame “fachas” o bien por perder el apoyo de los separatistas, que siempre viene muy bien a efectos electorales; por ello adoptan una trayectoria oscilante pasando entonces de vez en cuando a adoptar de mejor o peor gana la vertiente separatista con matices y otras pugnando con ellos, pero siempre manteniendo la distancia con la “derechona”, aunque todavía no se han enterado que la misma ya no existe, salvo algunos radicales minoritarios.


En la esquina opuesta se hallan los que tienen un concepto claro de Nación y de Patria. Son personas sin adscripción política determinada, otros de derechas e incluso algunos de izquierdas que rechazan abiertamente los postulados anteriores. España es lo principal para ellos y la llevan en su corazón, sintiendo profundamente en el mismo los avatares negativos por lo que pasa. Son a los que, como Unamuno “les duele España”, reconocen la gloria de su pasado y sueñan con la grandeza futura el día que algún político adopte sus tesis, lo cual es, de momento, difícil. Son patriotas, pero no patrioteros.


Son los penúltimos españoles, que no se resignan a que su ideal desaparezca. Baste, como ejemplo de lo expuesto, un fragmento del artículo de José María Marco que ha inspirado esta reflexión:


A mediados de los años noventa, una tarde de primavera madrileña con ráfagas de viento fresco y el cielo encapotado, iba con Federico Jiménez Losantos dando un paseo cerca del Parque del Retiro. No eran circunstancias amables, mucho menos alegres, para ninguno de los dos. Debía de ser sábado, o domingo, porque recuerdo las calles casi vacías, con poca circulación.

En un momento de la caminata pasamos por delante de uno de los establecimientos militares que se levantan en la acera norte del Paseo de María Cristina, cerca ya de la Basílica de Atocha. En el patio, solitario y vacío, unos soldados estaban arriando la bandera nacional. Eran unos cuantos cadetes, firmes, ensimismados en una tarea de la que nosotros dos, desde detrás de la valla, éramos los únicos espectadores. Sonó un cornetín. La ceremonia fue limpia, meticulosa. En su seriedad y sencillez, encarnaba como pocas veces he visto la vigencia de la idea nacional española, el respeto que deberían suscitar sus símbolos y su naturaleza eterna, sagrada. Ni Losantos ni yo nos atrevimos a decir nada, pero como él siempre encuentra la forma de expresar lo que hay que expresar, incluso lo más difícil, cuando le miré se llevó una mano a los párpados fugazmente cerrados, como si quisiera reprimir unas lágrimas que a mí me habían inundado los ojos.


Fuerza y Honor.

2 comentarios:

Impertérrito dijo...

Hola Emperor.

Yo también soy de la esquina opuesta y, como dices, uno de los penúltimos españoles. Espero que nadie llegue a ser nunca "el último español", sería muy triste, pero el camino se está recorriendo ya.

Y emociona el artículo de Marco, como se emocionaron él mismo y FJL. No era para menos.

Buen articulo.

Un fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

Me imagino la paradoja vital matutina de una persona de izquierdas al levantarse por la mañana intentando convencerse que no es español, de que no es nada, de que él, en sí mismo, no es sino un concepto discutido y discutible.

Buen post, Chino.

Un abrazo.