sábado, 19 de noviembre de 2016

El hombre que reza en la noche


Mientras fumaba mi cigarro nocturno en la ventana de la salita lo he vuelto a ver. Una planta más abajo, en un reducido piso de alquiler, el hombre de tez de ébano ha desplegado su alfombra y ha intentado como todos los días volver a orientarla hacia La Meca para comenzar su quinto y último rezo del día, el Isha. Luego, agotado, se entregará al sueño después de una dura jornada en la obra o haberse pateado inútilmente las calles de Madrid en busca de un trabajo que cada vez se torna más esquivo.

Se arrodilla y toca el suelo con la frente, como si se preparara para volver a nacer; o quizás simbolizando la insignificancia del ser humano ante el Ser Superior. Musita palabras en un idioma que la mente occidental no entiende, pero la intuición comprende porque todos elevamos nuestras plegarias al Hacedor, aunque cada uno le llame con un nombre distinto. Todos pedimos por nuestros familiares y amigos, suplicamos que nos dé fuerzas para afrontar la vida terrible que nos ha tocado vivir, damos gracias por lo mucho o poco que se nos ha concedido en el día. Rezamos, en una palabra.

Una música suena a lo lejos, pero él continúa imperturbable con su rito. Se acordará también de su esposa y de sus hijos, que se hallan en una aldea perdida del Senegal o de la vieja Mali esperando su retorno algún día de ese paraíso que les dijeron que era y que al final no resultó ser tanto. Pero, mientras tanto, se va tirando y consiguiendo algún dinero que se enviará puntualmente para el sostenimiento familiar. Le han dicho que la cosa está muy mal y que el trabajo escasea, pero él no se arredra y sigue rezando todos los días en una muestra de Fe admirable que otros ya quisieran tener. Sabe que Dios ayuda a sus hijos y nunca les abandona.

Bismilaji Rahmani Rahim (En el nombre de Alá, el Único, el Misericordioso…).

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