domingo, 23 de octubre de 2016

Porqué dejé de ser de izquierdas (Testimonio personal)


Sí, hubo un tiempo y un lugar en que fui de izquierdas. Como muchos otros, conocidos como Federico Jiménez Losantos, y no tan conocidos como son algunos amigos míos. Abandonamos el paraíso ideológico cuando nos caímos del caballo, del guindo y de mil sitios más, al darnos cuenta de que nos habían vendido una milonga en un bonito envoltorio; un paquete de lo más fashion que deslumbraba la vista y ocultaba un oscuro interior. Pero la metamorfosis no fue una conversión a la derecha, tan sólo en parte, sino una apostasía frente a lo progre e izquierdoso, ahora renovado con las delirantes teorías del populismo.

Todo empezó cuando el joven que yo era a finales de los setenta supo la historia de su abuelo, perseguido por la dictadura. La rabia por el injusto modo en que fue tratado me marcó los primeros años de mi juventud, aunque él no era socialista, y mucho menos comunista. Yo ya sólo veía al malo en la derecha, y el primer paso hacia la izquierda estaba dado.

La entrada en la Universidad coincidió con la muerte del general. Allí se juntaban gentes de todo tipo: maoístas, comunistas de los del PCE, anarquistas, etc., un ambiente donde solo era posible ser rojo perdido. Pronto me desvié hacia el comunismo libertario y me hice un ácrata de tomo y lomo, de los de pañuelo negro al cuello y en contra de cualquier sistema. Menos mal que no existía Podemos, pues hubiera caído en sus zarpas. Pero, sobre todo, era ferozmente antifascista, término éste que aglutina y une mucho.
Llegó la hora de votar por primera vez, en mi caso, el referéndum constitucional. La izquierda extrema pedía el NO, al igual que algunos movimientos de derechas, aunque las razones evidentemente eran muy distintas. Dudé mucho, pero la decisión tomada tuvo mucho que ver con unas palabras de mi padre (q.e.p.d). Me explicó las razones de su voto negativo, por su rechazo al nuevo sistema de organización territorial que llamaban pomposamente Estado de las Autonomías, ahora reinos de taifas.

Aquellas palabras movieron mi reflexión, aunque yo entonces no era consciente de ello. Sin embargo, este asunto unido a mi carácter radical y ácrata de entonces, opuesto a todo sistema y forma de gobierno, me decidieron a votar negativamente. Acerté de pleno sin saberlo entonces, visto después el cúmulo de desigualdades, riesgo de desmembración, insolidaridad y enfrentamiento entre españoles que supone el funesto sistema taifeño.

La izquierda progre y ya establecida de entonces votó sí. Fue el primer atisbo de desavenencia, al que siguieron otros muchos. De todas formas, en las siguientes elecciones voté al Partido Socialista. Fue la primera y única vez; desde ese momento una nube de dudas me impidió volver a hacerlo.

Tenía una buena empanada mental; no me convencía la izquierda, pero no me atrevía a votar a la derecha para que nadie interpretara que pudiera ser un fascistón. Mientras tanto, mi abuelo y antiguo preso político votaba sin vacilación a la entonces Alianza Popular. Él sí lo tenía claro, porque la experiencia de los años aviva las percepciones, mientras que en la juventud uno da bandazos entre las dudas y el apasionamiento.
Los años van aminorando la fogosidad política que es sustituida por otras bastante más atractivas como es el caso de la que se siente hacia el sexo opuesto. Tenía un trabajo, una esposa, acababa de ser padre y me había comprado un piso, cuando una aciaga primavera de 1995 me quedé en la calle. Comenzó una pesadilla que se prolongó durante cinco años, hasta que logré nuevamente un empleo estable. Fueron años muy duros, trabajando en lo que salía y con grandes apuros económicos que pudimos resolver gracias a la ayuda de mis padres, que en Gloria estén. Eso sí, nunca se me pasó por la cabeza okupar un piso, como se hace ahora. Hicimos lo que pudimos para pagar la hipoteca, como Dios manda.

Mientras tanto, la corrupción y los escándalos felipistas de la “beautiful people” me iban abriendo los ojos y me demostraron cómo la izquierda se sirve del pueblo para auparse en la poltrona y vivir a todo tren, mientras los curritos de a pie podemos caer en la miseria sin que los defensores del pueblo hagan nada por impedirlo.

Ése fue el momento decisivo en que me caí del caballo. Desde el 89 votaba al Partido Popular pero todavía sin pleno convencimiento. A partir de ese momento, lo asumí como mío y lo defendí hasta marzo del 2008. La metamorfosis mariana hizo que me desenganchara de las gaviotas de Génova. El centrismo y el maricomplejinismo no me van.

Hoy, vuelvo a no saber lo que soy, pero sí tengo al menos una cosa clara: no soy de izquierdas, por lo menos en el sentido social-comunista de la palabra.

No hay comentarios: