sábado, 13 de agosto de 2016

De la vida y de la muerte



 


Hubo un tiempo en que el día 23 de enero se colgaba una enorme pancarta o cartel en la madrileña calle de Preciados que decía “Bienvenidos, toledanos”. La causa no era otra que la festividad de San Ildefonso, patrón de la Ciudad Imperial, y motivo muy propicio, por tanto, para desplazarse a la capital de compras. El cartel lo ponía El Corte Inglés, como puede imaginarse.

Un día de San Ildefonso, yendo hacia Fuenla (1) casi morí. Este tuneo de la letra de “El Relicario” viene muy bien para recordarme que fui bienvenido de nuevo a la vida. Son esos momentos en el devenir de la existencia que los caminos de la vida y la muerte se cruzan, aunque solo una vez se producirá la salida definitiva. El resto serán  situaciones en las que, como se dice habitualmente, uno ha vuelto a nacer.
Ese día, el que esto escribe casi se mata en la carretera. Un pequeño movimiento de volante para corregir una maniobra hizo a su coche describir múltiples eses para al final hacer un trompo. Afortunadamente la carretera estaba vacía y nadie venía detrás, ni se vieron implicados otros vehículos. Tampoco sufrí ni un rasguño y el coche quedó intacto. Sin embargo, el no haber sufrido daños hace que la memoria estuviera despierta todo el tiempo y la película de los hechos estuvo mucho tiempo pasando por mis ojos. Los escasos segundos en los que aconteció el incidente se me antojaron eternos. Llamé, o mejor, grité, a Jesús varias veces mientras daba vueltas como una peonza intentando controlar el coche, porque vi el final muy próximo. Iba a morir o, como mínimo, terminaría la jornada en un hospital, a saber en qué estado. El coche se paró al final y lo enderecé rápidamente para seguir mi camino como un flan.

Desde entonces amo más la vida y tengo más Fe en Dios, aunque siga siendo un heterodoxo. Sus designios no me tenían reservado el final para aquel día. De ahí, el rechazo a quienes se creen con derecho a acabar con su vida o la del prójimo argumentando buenos sentimientos o un supuesto derecho a morir dignamente. Como si la muerte fuera indigna.  El pensamiento único nos organiza la vida y la muerte, nos dice cómo hemos de vivir y también cómo y cuándo hemos de morir. Es nuestro mentor y nuestro verdugo.

Y es que todo este asunto huele a falso y está solo creado por intereses políticos. Salvo escasísimas excepciones —muy aireadas por el cine y los medios, eso sí— ningún enfermo terminal ni sus familiares piden la eutanasia. Sólo se solicita vivir los últimos tiempos sin sufrimiento y esto es perfectamente posible desde el punto de  vista terapéutico sin necesidad de acelerar el exitus. La existencia tiene sentido desde el primer momento hasta el último y no es lícito ni compatible con la moral suprimir ningún instante de la misma por parte de terceros. Mucho menos aún que el Estado pueda llegar a suplir las voluntades íntimas del individuo que solo a éste pertenecen.

Por eso, cuando me llame el de la trompeta (2), espero y deseo que la decisión venga de Arriba, no de otro sitio.

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(1) Fuenlabrada, para los que allí viven.
(2) El de la trompeta es Fausto, el ángel que corona la cúpula del Cementerio de la Almudena, en Madrid. Está sentado y tiene entre sus piernas una trompeta para la llamada al Juicio. Sobre él circulan múltiples leyendas. Mi abuelo (q.e.p.d) se refería mucho a él (Por ejemplo: "Cuando me llame el de la trompeta).

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