Han caído en desuso últimamente una gama de artilugios
que antaño se usaban eficazmente para el tratamiento de todo tipo de dolencias.
Tal es el caso de aquellas vetustas técnicas denominadas enemas, lavativas o
clísteres, mediante las cuales se introduce un líquido en alguna cavidad del
organismo utilizando una pera irrigadora o una cánula conectada a un depósito. Por
este último método es posible meterle a un usuario más de un litro de agua en
un santiamén. La vía de entrada del enema puede ser cualquiera, pero la más
extendida es aquella que todos suponemos y aunque también haya lavativas de
oído, oculares o nasales (pues orificios el cuerpo humano tiene varios) todas
las mentes siempre se dirigen velozmente al nefando agujero. Por este camino oscuro cumplían
sin apenas riesgo, aunque con asaz molestia, la importante función de facilitar
la evacuación intestinal a todo tipo de gentes.
En nuestros días es raro que se prescriban muchas
lavativas —salvo para limpiar los intestinos en caso de exploración
radiológica, preparación al parto o previo a la cirugía— por lo que el comercio
de peras de goma para la irrigación no tiene la pujanza de otras épocas. Aun
así y con todo, todavía se pueden encontrar en las farmacias españolas este
tipo de adminículos, muy útiles asimismo para otros menesteres como quitar el
polvo a las lentes de cámaras fotográficas o telescopios, que suelen ser los
que motivan un aumento en las ventas de dichos artículos.
No vendría mal que se popularizara el uso
de las irrigaciones, pues los defensores de las mismas argumentaban en tiempos
pretéritos que las purgas permitían eliminar miasmas y contribuían a la salud del
cuerpo y la mente. En
Francia, Luis XIV popularizó el uso de las lavativas que estuvieron mucho de
moda. No se sabe si se curaron de sus males, pero a buen seguro que cagaban
todos de maravilla. Asimismo, el gran Camilo José Cela afirmaba que era
capaz de absorber un litro de agua por conducto anal, a lo que posiblemente debía
su lucidez.
Como en esta sociedad nuestra no abunda precisamente
la claridad de ideas, mal no estaría que alguno recurriera a estos enérgicos
remedios para solucionar las empanadas mentales —bien adquiridas por uno mismo,
bien transmitidas por políticos varios, plumillas y otras especies— que abundan
en nuestro entorno como champiñones tras las lluvias, siendo de este modo
eficazmente combatidas y contribuyendo por tanto a la lucidez del pensamiento y
de las ideas. Se ha
intentado sustituirlas por el bífidus, pero estas bacterias no poseen la
potencia catártica de las lavativas, aunque la publicidad diga que regularizan
mucho el tránsito.
En tiempos decadentes a veces sólo valen soluciones
drásticas, por molestos que parezcan; además ya se sabe que a todo termina uno
por acostumbrarse. Al fin y al cabo, nos están irrigando todo el día por ahí y
ya ni nos enteramos.
Aunque lo mejor sería que se purgaran ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario