miércoles, 22 de enero de 2014

La pera irrigadora


Han caído en desuso últimamente una gama de artilugios que antaño se usaban eficazmente para el tratamiento de todo tipo de dolencias. Tal es el caso de aquellas vetustas técnicas denominadas enemas, lavativas o clísteres, mediante las cuales se introduce un líquido en alguna cavidad del organismo utilizando una pera irrigadora o una cánula conectada a un depósito. Por este último método es posible meterle a un usuario más de un litro de agua en un santiamén. La vía de entrada del enema puede ser cualquiera, pero la más extendida es aquella que todos suponemos y aunque también haya lavativas de oído, oculares o nasales (pues orificios el cuerpo humano tiene varios) todas las mentes siempre se dirigen velozmente al nefando agujero. Por este camino oscuro cumplían sin apenas riesgo, aunque con asaz molestia, la importante función de facilitar la evacuación intestinal a todo tipo de gentes. 

En nuestros días es raro que se prescriban muchas lavativas —salvo para limpiar los intestinos en caso de exploración radiológica, preparación al parto o previo a la cirugía— por lo que el comercio de peras de goma para la irrigación no tiene la pujanza de otras épocas. Aun así y con todo, todavía se pueden encontrar en las farmacias españolas este tipo de adminículos, muy útiles asimismo para otros menesteres como quitar el polvo a las lentes de cámaras fotográficas o telescopios, que suelen ser los que motivan un aumento en las ventas de dichos artículos.

No vendría mal que se popularizara el uso de las irrigaciones, pues los defensores de las mismas argumentaban en tiempos pretéritos que las purgas permitían eliminar miasmas y contribuían a la salud del cuerpo y la mente. En Francia, Luis XIV popularizó el uso de las lavativas que estuvieron mucho de moda. No se sabe si se curaron de sus males, pero a buen seguro que cagaban todos de maravilla. Asimismo, el gran Camilo José Cela afirmaba que era capaz de absorber un litro de agua por conducto anal, a lo que posiblemente debía su lucidez.

Como en esta sociedad nuestra no abunda precisamente la claridad de ideas, mal no estaría que alguno recurriera a estos enérgicos remedios para solucionar las empanadas mentales —bien adquiridas por uno mismo, bien transmitidas por políticos varios, plumillas y otras especies— que abundan en nuestro entorno como champiñones tras las lluvias, siendo de este modo eficazmente combatidas y contribuyendo por tanto a la lucidez del pensamiento y de las ideas. Se ha intentado sustituirlas por el bífidus, pero estas bacterias no poseen la potencia catártica de las lavativas, aunque la publicidad diga que regularizan mucho el tránsito.
En tiempos decadentes a veces sólo valen soluciones drásticas, por molestos que parezcan; además ya se sabe que a todo termina uno por acostumbrarse. Al fin y al cabo, nos están irrigando todo el día por ahí y ya ni nos enteramos.


Aunque lo mejor sería que se purgaran ellos.

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