sábado, 8 de septiembre de 2012

Donibane Lohitzune



San Juan de Luz, Saint-Jean-de-Luz, Donibane Lohitzune. Tres nombres para una sola ciudad que resumen la simbiosis de tres culturas que conviven en esta encantadora villa, antiguo y famoso balneario y hoy lugar de veraneo para franceses y algunos españoles que aprovechan la cercanía para escoger esta localidad como sitio de descanso.

Para llegar a San Juan de Luz hay que tomar una estrecha y congestionada carretera que acaba con los nervios de cualquier automovilista español que se precie. Y es que, aunque estemos a escasos diez kilómetros de España, esto es Francia donde lo mismo se toma una magnífica autopista (pagando, eso sí) que se adentra uno en un laberinto infumable plagado de rotondas y semáforos donde sufren miles de coches en cuyo interior Monsieur Brunot o Arteguy echa pestes mientras los enfants chillan y lloran porque mamá Madeleine no les da la merienda.

Pero todas las desdichas se disipan al llegar y contemplar la Grand Plage sobre la que se eleva una ciudad cuajada de casas de arquitectura vasca genuina, hoteles con encanto y calles pequeñas y típicas que alegran la mirada e invitan al paseo y la contemplación. San Juan es el ejemplo de cómo una cultura, la vasca en este caso, enriquece una nación sin presentarse como hostil a ésta. Al igual que en las Vascongadas españolas hay numerosos carteles en euskera y la toponimia de las calles es bilingüe mientras por las mismas pasean señores tocados con txapela. Se prodigan los frontones donde se juega al jai-alai e incluso la ikurriña ondea en los lugares públicos y privados, pero nunca anda lejos la bandera francesa. Casi todo el mundo habla español y todos hablan francés, pero a nadie oí en euskera salvo dos mujeres con más pinta de abertzales españoles que otra cosa.

El toque español que da la proximidad se manifiesta en diversos aspectos como la abundancia de apellidos españoles no vascos (López, por ejemplo) y la posibilidad de encontrar viandas que un poco más allá resultarían cuasi exóticas como los churros, la paella (de marisco, generalmente) y la zarzuela de pescado, que no de palacio. Todo un microcosmos gastronómico, cultural y social que le da una personalidad única.

Pero Francia está por encima de todo. Ni los churros ni la ikurriña pueden hacer olvidar que nos hallamos en el país de la Grandeur y eso se nota al final en esta amalgama que es Donibane Lohitzune, distinto en algo al resto pero para nada distante del resto de la Republique.


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