martes, 3 de enero de 2017

El cinturón de incomodidad



Anda uno de bastante mal genio, porque está constipado y los virus, amén de la rinorrea y el dolor de cabeza, le ponen a uno con un cabreo de mil narices. Además, eso de que la comida no sepa a nada es motivo de malhumor añadido que viene a juntarse con los síntomas anteriores y completan un cuadro glorioso en el que me encuentro actualmente.

Por eso, esta mañana al ir a trabajar he reparado más de la cuenta en un adminículo que odio habitualmente pero con el que transijo a causa de la economía doméstica. Me refiero a esa especie de horca que ha de atravesar nuestro tórax cuando nos subimos a los vehículos automóviles y que se llama cinturón de seguridad, aunque mejor sería denominarle como “cinturón de incomodidad”. El susodicho se ha enrollado de tan mala manera alrededor de mi frágil figura al intentar sacar un cigarro (ya sé que es malo, pero calma mucho) que he tenido que pararme y desabrocharlo haciendo numerosos aspavientos y echando mil pestes.
Nunca he apreciado tal artilugio y no me lo he puesto —salvo en carretera— hasta que se implantó de manera democrática la obligatoriedad de su uso. No discuto sus virtudes, aunque algunos expertos avisan asimismo de sus riesgos (sobre todo si uno queda atrapado en el interior del coche y éste empieza a arder, por ejemplo) pero no me gustan las imposiciones y menos aún si no se perjudica de forma directa a otros.

Me explico, puedo darme un trastazo sin llevar el cinturón y si me escogorcio, el único afectado seré yo; nada le ocurrirá a otros por esta conducta y es pura y simplemente responsabilidad de uno. Sin embargo, las autoridades, siempre tan solícitas ellas, nos obligan salvo pena de multa y pérdida de puntos, a ponérnoslo para que no nos matemos. Eso sí, podemos fumar, beber y llevar otros vicios mortales sin ningún problema, pues buenos impuestos se sacan a costa de ellos. El caso es sacar los cuartos como sea, de una u otra forma.

Y como soy políticamente incorrecto, dejo aquí una frase que lo retrata: Podrán obligarme a ponérmelo, pero no a que me guste.

Saludos cordiales.

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