lunes, 11 de julio de 2011

Audiencias y licencias

Con la llegada de la TDT a España muchos pensábamos que ello supondría una mayor oferta informativa y, por tanto, un mayor pluralismo que contrarrestara el enorme peso mediático que ostentaba el poder sobre las cadenas existentes. La cruda realidad ha venido a darnos en las narices y a confirmar que el oligopolio existente sigue teniendo la sartén por el mango.

Con el fin de la publicidad en TVE, todo hacía suponer que el enorme pastel publicitario que quedaba libre se repartiría entre el resto, mas no ha sido así. Los anunciantes contratan su publicidad en función de la audiencia y las nuevas emisoras no pueden competir con las grandes cadenas generalistas que, debido a su mayor audiencia, les han dejado poco más que las migajas. El resultado es que más de una emisora ha tenido que cerrar y las demás andan con problemas.

Ahora bien, ¿cómo se mide la audiencia? ¿Es cierto que las grandes cadenas tienen tanta audiencia y las pequeñas tan poca? Pues es bastante discutible. Sólo 4600 ciudadanos (panelistas, en el argot) que tienen en su casa el famoso audímetro son los que deciden; el problema está en que recientemente se han desvelado que hay bastantes trampas. Gente que puntúa programas que no le gustan simplemente para fastidiar a otras cadenas, cadenas que son puntuadas porque un familiar suyo trabaja allí, usuarios que si les gusta el programa ponen que lo están viendo más miembros de la familia que los que realmente están haciéndolo, otros que nunca puntuaron las cadenas de TDT mientras existieron las analógicas porque eran las que veían, etc. Véase un ejemplo (o dos, que diría Mariano) de esta auténtica chapuza:



Es evidente que este sistema deja bastante que desear. Bueno, pues con estos datos tan “fiables” se calcula el share, el rating y otros palabros que deciden donde se pone dinero en publicidad. Hace falta otro sistema, o muchísimos más aparatejos de esos para que los resultados sean veraces (la media aritmética de un conjunto de datos se aproxima al valor verdadero sólo cuando el número de datos es muy grande). Además se impone controlar más a los privilegiados que disponen del cacharro, que ya se ve que pueden hacer de las suyas.

El otro sistema en que se basan los anunciantes es el famoso EGM (Estudio General de Medios) que funciona a base de encuestas y del cual es mejor no hablar, porque ya se citaron hace tiempo sus múltiples fallos.

Se puede llegar entonces a la conclusión de que, a lo mejor, los programas de telebasura no son tan vistos aunque así lo parezca; de hecho, nadie o casi nadie confiesa verlos aunque luego figura lo contrario, si bien puede ser que por vergüenza se nieguen. Y, desgraciadamente, también se puede aventurar que programas buenos pueden ser retirados por un capricho de los dedos panelistas; e incluso se puede llegar más aún: cadenas que han cerrado o pueden estar a punto de echar el cierre tendrían más audiencia de la reflejada con este método y a lo mejor hubieran salido adelante.

El pluralismo se resiente además por otro aspecto que, unido al anterior, impide la existencia de nuevas cadenas estables, como es la concesión de licencias. Constituye un enorme despropósito el que una emisora radiofónica o televisiva necesite una licencia para poder salir al aire, licencia que otorga el poder establecido muchas veces en función de simpatías o afinidades políticas o personales, aunque se diga lo contrario. El día que Libertad Digital, por ejemplo, obtenga una licencia nacional, será el que las ranas críen pelo que no sea el de la ceja ni el de la barba.

Mucho mejor sería que se eliminaran las funestas licencias y quien quiera emitir que emita siempre que la frecuencia esté libre; bastaría un organismo arbitral que cuide este aspecto y que adjudique las frecuencias libres o desalojadas por otras cadenas sin más trámites que los puramente administrativos. Si salen adelante o no, ése ya sería su problema (con el permiso de los aparatitos, claro).

De este modo, entre la dictadura de las audiencias y el despropósito de las licencias, es muy posible que la completa libertad de expresión en España sea una quimera. ¿Harán algo los políticos para solucionar esto? Evidentemente, es una pregunta retórica.

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