
Sábado, 28 de Ventoso.
Sábado, 28 de Ventoso.
Mucho se habla hoy de derechos pero muy poco de deberes, cuando la lógica y la ética establecen que deben gozar de igual importancia. Algunos se han especializado durante décadas en inculcar a las masas la imperiosa necesidad de ser consciente de sus derechos y de pedirlos en grado sumo, lo que lleva a la exigencia, término éste que tiene muchas veces connotaciones negativas porque puede llevar implícito lo imperioso o desmedido en los asuntos que se solicitan y que se desmarca, por tanto, de lo que serían unas justas reivindicaciones.
Las causas de tanta insistencia están muy claras. Nada mejor que incitar a la plebe y hacerles ver que andan escasos de derechos para que éstos se solivianten, sobre todo si el poder establecido es de signo contrario. También puede darse el caso de que se otorguen o reconozcan más derechos a un grupo o colectivo —este último vocablo es más progresista— que sea del agrado de los otorgantes y como pago por los servicios prestados, creándose así una situación injusta con respecto a los demás.
Sin embargo, poco se trata de los deberes. Quizás porque el sentido del deber implica obligación y para las mentes contestatarias todo lo que suena a imposición no está bien visto, salvo que ellas mismas sean las que lo impongan. Sin embargo, no es así; para que un ser humano tenga derechos y pueda reclamar lo que la autoridad otorga a su favor debe hacerse merecedor de aquello, y con este fin debe asumir una responsabilidad que se plasma en cumplir sus obligaciones para con él mismo y la sociedad.
Las personas que viven y forman parte de un Estado moderno sólo alcanzarán la categoría de auténticos ciudadanos que gozan de derechos cívicos y políticos cuando asuman los deberes que asimismo les corresponden. La Constitución establece tres deberes básicos: defender a España, contribuir al sostenimiento de los gastos públicos mediante los impuestos, y trabajar. Sin embargo, desde el punto de vista ético o moral existen muchos más.
Veamos algunos, a modo de ejemplo. Hay que respetar y cuidar el medio ambiente sin caer en posturas troglodíticas, muchas de ellas con oscuros intereses políticos por detrás. Debemos respetar y ayudar a los demás porque hay que amar al prójimo como a uno mismo. Y, asimismo, es una obligación cívica colaborar con la Administración pública en busca de una sociedad más justa y equitativa, a veces recurriendo incluso a la crítica o la protesta pues los gobernantes suelen hallarse en una posición muchas veces distante del sentir ciudadano, y se precisa llamar la atención para minimizar la lejanía que separa al estado llano del poder.
En esta tarea se hallan muchos.
Martes, 17 de Ventoso.
En estos tiempos de desunión vestida de modernidad son loables iniciativas como la que se relata. En Facebook existe un grupo que propugna la colocación de una bandera española en todas las aulas y escuelas de
http://www.facebook.com/orgulloso.de.ser.espanol?ref=sgm
La enseña nacional ha sido considerada en muchos ambientes como un símbolo de derechas o incluso de ser facha, lo cual es algo así como confundir el culo con las témporas pascuales. En otros países de larga tradición democrática se sienten orgullosos de su bandera y se expone en la mayoría de los lugares, incluidos las escuelas. Sin embargo, en España, ya sea porque muchos miembros de la izquierda sienten todavía afecto por la bandera tricolor —que, por cierto no es el símbolo de
Jueves, 15 de Ventoso (Día de la cabra).
Los que ya tenemos una cierta edad recordamos aquellos años gloriosos de las dos horas de digestión para poder bañarse y de las meriendas que consumían nuestras tardes de infancia. Meriendas con pan y chocolate que disfrutábamos con pasión y sin temor a las caries ni a la obesidad, pues parece que estos dos sólo fueran males de nuestro tiempo a causa de la supuesta calidad de vida que presuntamente se disfruta. También existirían entonces, pero no salían sesudos señores en la tele avisándonos de los peligros del dulce y amargándonos en consecuencia la vida.
Pero no son estos recuerdos gastronómicos el objeto fundamental de este artículo, sino un entretenimiento que acompañaba esas tardes de pan y chocolate. Se trata de aquel popular juego llamado “Churro va” o también “Churro media manga mangotero” (o manga entera).
Las reglas del juego son bastante conocidas. Dos bandos, uno de “sufridores” y el otro que parte de una situación más ventajosa. La forma de dilucidar este comienzo era generalmente “echar a pies” entre los capitanes de ambos equipos, lo que suscitaba enormes controversias a causa de los numerosos trucos que había en eso de los pies. Los del bando menos agraciado se colocaban agachados en posición de “burro” con la cabeza metida en la entrepierna del precedente y con las manos en las piernas del mismo, formando la fila de la ignominia. A los nervios subyacentes de ser los que recibirían los impactos, se añadía la olorosa posibilidad de que el de delante se tirara un pedo en nuestras narices, pues ése era también el momento que aprovechaban los más perversos y guarros. El primer burro apoyaba sus manos y cabezas sobre un sujeto pasivo que recibía el nombre de “madre” y que se aburría muchísimo por no participar nada más que de Tancredo, además de recibir en su estómago el impacto de la masa saltarina.
Una vez dispuesta la cosa, los miembros del otro equipo al grito de ¡Churro! tomaban carrerilla y se dejaban caer por orden sobre los lomos de los desgraciados que esperaban en la humillante posición antes descrita. El mayor terror era que cayera encima el alumno con problemas de sobrepeso —entonces no solían tener tanto complejo y se les llamaba simplemente “el gordo de la clase”— que siempre jugaba en el equipo contrario y se tiraba el último para ver si los burros caían, con lo cual volvían “a ligarla”. Ya subidos los torturadores sobre los torturados (no podían caerse porque perdían), el cabecilla hacía la pregunta del millón:
"¿Churro, media manga o mangotero?”
Para ello, se tocaba al azar la muñeca, el codo o el hombro (manga entera o mangotero). Uno de los enculados debía acertar la posición. Si así era, se cambiaban los papeles y la venganza estaba servida. Si no, vuelta a sufrir. La madre actuaba de notario para dar fe de la veracidad de la respuesta y evitar trampas.
Un heroico divertimento para tiempos épicos y salvajes donde daba gusto hacer el bestia sin que ninguna mente bienpensante dijera que tenías problemas de adaptación o conducta agresiva. En contra de lo que algunos correctos y melindrosos actuales puedan pensar, nadie se rompió ninguna vértebra, quedó discapacitado o se hernió, por lo menos en los múltiples lances que yo mismo tuve ocasión de jugarlo ni tampoco he tenido noticia de ello.
Ahora los niños luchan virtualmente en juegos electrónicos y consumen así su infancia en sedentarios pasatiempos. que aburrirían a la larga a aquellos guerreros que antaño fuimos y que preferíamos algo más vivo, Quizás porque somos una generación de supervivientes y de ello debemos de enorgullecernos.