Uno de los rasgos típicos de esta
sociedad posmoderna, cultivado con profusión por la clase política y también
por la sociedad, seamos sinceros, es el denominado buenismo. Virtud cuando
menos discutible pues se halla a medio camino entre la ingenuidad más absoluta
y los fines más perversos que se disfrazan de este modo con una aureola de
bondad.
En el terreno político tenemos diversos
ejemplos del nefasto buenismo que se han prodigado desde el comienzo de la
democracia. Uno ha sido con la cuadrilla separatista en general a la que se ha
dado poder y alas con la absurda excusa de que representan a muchos (¿?) y que
“no se pueden excluir” y otro con los asesinos etarras.
Este último es todavía más sangrante. Si
nos remontamos a los tiempos de la Transición, muchos pensaban llenos de candor
que la ETA que mataba durante el franquismo eran algo así como una especie de
luchadores por la democracia y que, una vez amnistiados, cesarían en sus
empeños sanguinarios. Los hechos acaecidos desde entonces vinieron a demostrar
lo contrario. Ahora han cesado, sí, pero porque matar no les conviene. Y eso
tras diversos "procesos de paz" y otros diálogos también trufados de
buenismo.
El buenismo alcanza límites insospechados
en nuestros días. Se consienten conductas como la de permitir las
”okupaciones”, los manteros y otros modos de vivir que son inaceptables,
basándose en las necesidades de “la gente”, ese ente amorfo tan de moda. Como
los demás también somos gente, podríamos exigir nuestro derecho a no pagar la
hipoteca o los impuestos. Seguro que con nosotros no cuela.
Un caso muy significativo es el de la
cadena perpetua; todavía en España muchos se rasgan las vestiduras cuando se
plantea este castigo para los terroristas, asesinos o narcotraficantes.
Mientras tanto, en otros países democráticos se halla implantada y no aparece
ningún cantamañanas argumentando sobre la rehabilitación de esta patulea y lo
desproporcionado de la sanción. Eso por no hablar de Estados Unidos, donde más
de un indeseable habría terminado colgando de una soga o achicharrado en la
"old sparky" tras un juicio ejemplar.
Aquí en cambio, nos dedicamos a una falsa
vida contemplativa y mística mezclada con hipocresía. Así nos va.
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