martes, 17 de junio de 2014

Nacionalismo español (I)


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La primera vez que me llamaron “nacionalista español” en un lóbrego piso compartido de una ciudad del Norte, sentí una curiosa mezcla de halago y extrañeza. Por un lado, eso de que a uno le llamen nacionalista hasta puede regalar los oídos, dado que esta especie de bípedos está muy bien vista por las gentes modernas de este solar plurinacional. Sin embargo, por otro, me sentí raro, dado que se me calificaba con un apelativo que yo mismo rechazaba abiertamente.
Después vinieron más veces, éstas ya protagonizadas por algunos conocidos y familiares que podrían encuadrarse en lo que muchos llaman progresía, y ya el término se me empezó a antojar molesto, pues descubrí que lo que realmente querían decirme estos artesanos del pensamiento único es que yo era un “facha”, vocablo que se aplica por extensión a todos aquellos que no siguen las máximas de lo establecido como correcto en esta zapatérica España en la que nos encontramos cuando escribo las primeras líneas de este ensayo heterodoxo.
Muchos de los calificados como “fachas” nunca fuimos franquistas, fascistas, falangistas ni nada por el estilo, sino más bien todo lo contrario. El que esto escribe desciende de honrados republicanos, participó en asambleas y en manifestaciones durante su época de estudiante que solían acabar en curiosas carreras pedestres —ejercicio hoy día impracticable a causa de una prominente barriga y un espolón en el calcáneo que martiriza de vez de cuando—, fue amenazado por elementos ultraderechistas tras alguna discusión, firmó manifiestos por la libertad de presos políticos e incluso alguna vez votó al PSOE, aunque esto último queda ya casi en las antípodas de la memoria.
Así, pues, no creo ser fascista, simplemente me aconteció lo mismo que a Neo, el personaje protagonista de Matrix —film cuasi premonitorio de los hermanos Wachowski— cuando un destacado miembro de la Resistencia al sistema le da a escoger entre dos comprimidos: uno azul, que le haría olvidar la conversación manteniendo su vida inalterada, y otro rojo que constituía el ingreso al mundo real. Él se tomó la pastilla roja; muchos de nosotros también. Lo único paradójico es el color de la medicación.