miércoles, 22 de enero de 2014

Y desde entonces Castilla no se ha vuelto a levantar

El día de San Jorge de 1521 las tropas comuneras fueron derrotadas por el ejército imperial en Villalar, pueblo cercano a Tordesillas. Esta batalla supuso el fin de la revuelta comunera en Castilla, aunque las ciudades de Madrid, Toledo y Alcalá de Henares resistieron un tiempo. Los jefes Padilla, Bravo y Maldonado fueron ejecutados en Villalar, y después corrieron su suerte muchos de los dirigentes de la Junta Santa, que era como se denominaba a la Junta de Comunidades.

Mucho se ha hablado de los comuneros castellanos y su revolución, probablemente la primera de la historia moderna, ha dado pie a diversas interpretaciones. Para algunos historiadores no fueron más que unos reaccionarios que intentaban prolongar el poder de la antigua nobleza frente al nuevo rey y emperador Carlos I. Sin embargo, la mayoría coincide en que la rebelión fue un acto de fuerza contra la actitud autoritaria del Emperador, que llegó a España esquilmando a sus pobladores a impuestos y colocando en el poder a sus consejeros flamencos que no sabían ni una palabra de español y gobernaban despóticamente. Tengamos en cuenta que Castilla era entonces la región más poderosa y rica, siendo por ello expoliada económicamente para sufragar los gastos imperiales que eran cuantiosos, ya que incluían partidas incluso para pagos en Alemania. Desgraciadamente la gesta de los comuneros es aprovechado por una minoría radical que aprovecha este día para llenar la campa de Villalar de extrañas banderas castellanas con una estrella roja que no sería muy del gusto de Padilla, Bravo y Maldonado.

La derrota castellana supuso el comienzo del declive de Castilla, cuyos habitantes fueron definitivamente el blanco principal del Emperador para conseguir dinero, lo que originó su ruina económica y el fin de su importancia y pujanza en el conjunto de España. Padilla, Bravo y Maldonado dieron su vida por defender las libertades de una Castilla fuerte que seguramente hubiera hecho una Nación Española más fuerte.

Hoy día, Castilla languidece y es la región más despoblada de España, si se exceptúa el caso especial de Madrid. Para colmo, ha sido troceada en cuatro o cinco comunidades autónomas en un ejercicio de despropósito que no pareciera tener otro fin que seguir prolongando esa debilidad.
Un servidor, como ya ha expresado múltiples veces, no es partidario de las autonomías, pero es madrileño y, por tanto, castellano. Por eso, ya que estamos metidos en el juego, no estaría de más que se acometiera un proceso para reunificar Castilla, lo cual sería provechoso para el Estado (menos autonomías, menos cargos y menos gastos) y rehabilitaría histórica y económicamente a esta región, parte fundamental e imprescindible de la esencia de España.
Fuerza y Honor.


La pera irrigadora


Han caído en desuso últimamente una gama de artilugios que antaño se usaban eficazmente para el tratamiento de todo tipo de dolencias. Tal es el caso de aquellas vetustas técnicas denominadas enemas, lavativas o clísteres, mediante las cuales se introduce un líquido en alguna cavidad del organismo utilizando una pera irrigadora o una cánula conectada a un depósito. Por este último método es posible meterle a un usuario más de un litro de agua en un santiamén. La vía de entrada del enema puede ser cualquiera, pero la más extendida es aquella que todos suponemos y aunque también haya lavativas de oído, oculares o nasales (pues orificios el cuerpo humano tiene varios) todas las mentes siempre se dirigen velozmente al nefando agujero. Por este camino oscuro cumplían sin apenas riesgo, aunque con asaz molestia, la importante función de facilitar la evacuación intestinal a todo tipo de gentes. 

En nuestros días es raro que se prescriban muchas lavativas —salvo para limpiar los intestinos en caso de exploración radiológica, preparación al parto o previo a la cirugía— por lo que el comercio de peras de goma para la irrigación no tiene la pujanza de otras épocas. Aun así y con todo, todavía se pueden encontrar en las farmacias españolas este tipo de adminículos, muy útiles asimismo para otros menesteres como quitar el polvo a las lentes de cámaras fotográficas o telescopios, que suelen ser los que motivan un aumento en las ventas de dichos artículos.

No vendría mal que se popularizara el uso de las irrigaciones, pues los defensores de las mismas argumentaban en tiempos pretéritos que las purgas permitían eliminar miasmas y contribuían a la salud del cuerpo y la mente. En Francia, Luis XIV popularizó el uso de las lavativas que estuvieron mucho de moda. No se sabe si se curaron de sus males, pero a buen seguro que cagaban todos de maravilla. Asimismo, el gran Camilo José Cela afirmaba que era capaz de absorber un litro de agua por conducto anal, a lo que posiblemente debía su lucidez.

Como en esta sociedad nuestra no abunda precisamente la claridad de ideas, mal no estaría que alguno recurriera a estos enérgicos remedios para solucionar las empanadas mentales —bien adquiridas por uno mismo, bien transmitidas por políticos varios, plumillas y otras especies— que abundan en nuestro entorno como champiñones tras las lluvias, siendo de este modo eficazmente combatidas y contribuyendo por tanto a la lucidez del pensamiento y de las ideas. Se ha intentado sustituirlas por el bífidus, pero estas bacterias no poseen la potencia catártica de las lavativas, aunque la publicidad diga que regularizan mucho el tránsito.
En tiempos decadentes a veces sólo valen soluciones drásticas, por molestos que parezcan; además ya se sabe que a todo termina uno por acostumbrarse. Al fin y al cabo, nos están irrigando todo el día por ahí y ya ni nos enteramos.


Aunque lo mejor sería que se purgaran ellos.