Nunca he creído en la bondad de los españoles, aun cuando yo sea uno de ellos pues somos un pueblo que no suele caracterizarse por el amor al prójimo. Sin embargo, la historia que cuento y que me aconteció el año pasado me sirvió para reflexionar y llegar a la conclusión de que las gentes buenas existen y que hemos venido a este mundo para ayudar.
Había bajado a dejar unas cosas en el viejo Peugeot de mis padres (q.e.p.d) que todavía uso y conservo, y que se hallaba aparcado en una calle cerca de mi casa. Cuando me disponía a abrirlo, oí una voz desde las alturas que no correspondía a ninguna entidad celestial aparentemente:
— ¡Oiga, jefe! ¿Me puede subir este interruptor que se me ha caído?
Eran unos operarios que trabajaban en el arreglo de la antena de una vetusta casa situada justo donde tenía aparcado el coche. Cogí el interruptor y lo até a un cable que colgaba, subiéndolo ellos después. Me dieron las gracias y me dispuse a entrar en el vehículo.
Es entonces cuando me di cuenta que no tenía las llaves, lo que me resultó extraño porque recordaba haberlas cogido antes de salir de mi domicilio. Regresé a casa pensando que me las habría dejado encima de la mesa o algo así, pero nada. Busqué y rebusqué y como siempre en estos casos de desesperación, nunca se encuentra. Menos mal que dispongo de un duplicado que tomé apresuradamente y volví a bajar.
Escudriñé los escasos 100 metros que me separaban del coche andando de forma cheposa y vigilante. Nada. Volví donde estaba el coche. Nada tampoco. La mente, que es muy buena si se sabe usar bien, pero una hija de mala madre si no se la educa correctamente ya empezó a elucubrar:”Te las han quitado; seguro que alguno que pasaba por allí te las birló mientras hablabas con los currantes. Eso te pasa por ser servicial, etc., etc., etc.” Es curioso comprobar como nuestro ego siempre piensa en lo peor y como retuerce el problema mil vueltas para dejarte un mensaje negativo. Al fin y al cabo, el ego no es más que nuestro pequeño yo que se cree separado de todo y de todos, incluso de Dios, que no sería más que un señor lejano sentado en un trono y con un triángulo en la cabeza al que hay que pedirle cosas y enfadarse con él si no te las concede.
Confuso y nervioso, arranqué el vehículo y me lo lleve al otro extremo del barrio para que el presunto sustractor no supiera donde estaba. Cogí tambien la documentación, que ya dicen que es una de las primeras cosas que choricean para falsificarlas. Todo un cúmulo de precauciones que muchas veces pasan de la frontera de la prudencia para adentrarse en el territorio de la neurosis.
Aceptando por fin la situación (no resignándome, que es muy distinto e implica derrota) decidí olvidarme del tema y ver si me podrían fabricar otro duplicado. Al día siguiente, mientras iba con mi señora a hacer unas compras, pasé por el bar que hay debajo de casa y le dije “Voy a comprar tabaco un momento”. Nada más traspasar el umbral de la puerta un hombre se me quedó mirando fijo y se dirigió había mí decididamente. Como no debo dinero a nadie, salvo a los bancos, me quedé perplejo. Es entonces cuando pronunció las palabras en las que resume el fin de la historia:
— ¿Ha perdido usted unas llaves de coche? Yo las tengo.
Era el currante al que yo había ayudado a subirle aquella pieza que se le había caído del tejado, y que me había reconocido. Había encontrado las llaves en el suelo nada más bajar.
Sin yo saberlo, se había creado un círculo de circunstancias mutuas en el que se ve al final la mano del Cielo. Probablemente si no hubiera ayudado a ese hombre, no se me habrían caído, pero entonces no habría aprendido la lección.
Sin yo saberlo, se había creado un círculo de circunstancias mutuas en el que se ve al final la mano del Cielo. Probablemente si no hubiera ayudado a ese hombre, no se me habrían caído, pero entonces no habría aprendido la lección.
“Dad y se os dará”, una verdad irrefutable.
(Gracias también a San Antonio, al que recé para que me las encontrara, y que hasta ahora no me ha fallado nunca).
2 comentarios:
Hey, Chinito!
Perder cualquier cosa, llaves del coche o de casa, o lo que sea, es de las cosas más desesperantes que le pueden pasar a uno.
Yo creo que fue una pequeña prueba divina. Me explico: al ayudar al currante con el interruptor, Dios te devolvió tu buena acción haciendo que fuera el currante quien encontrara las llaves y te las devolviera. Imagnínate si las llega a encontrar un desaprensivo, como dices. Igual, en los minutos que estuviste en tu casa, el coche hubiera 'volado', vete a saber.
San Antonio funciona siempre: a mí tampoco me ha fallado nunca, es increíble, pero cierto. Y es posible que Dios funcione así, poniendo a prueba nuestras acciones, y devolviéndonos 'las llaves' de la vida...
Me alegro de leerte. Pásalo bien, disfrutando de estos últimos días de agosto, antes de que llegue septiembre, con su corte mal humor y vuelta a los trabajos.
Se te echa de menos, ya sabes ;)
Un fuerte abrazo, Emperador
San Antonio no falla nunca, dices bien! A mi me han pasado cosas raras con la perdida de llaves y anillos, principalmente.
Por cierto cambiando de tema, me gista mucho esa foto sepia que has puesto en otro post. Enhorabuena.
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