Es frecuente que las Administraciones propongan deducciones fiscales para los jóvenes que alquilen pisos, lo cual no está mal, pero otra cosa son las estimaciones. Si, como algunos eruditos afirman, la gente joven se emancipa alrededor de los 20 años, puede vivir de alquiler hasta más o menos los 30 y serían los jóvenes de ese tramo de edad los beneficiados de esas medidas. Craso error, fruto del mayor optimismo.
Hoy día no se emancipa ni el Tato hasta que está a punto de irse al asilo y la mayoría de los jóvenes siguen al pie de la letra aquella famosa máxima: “Vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos”. Como padre, y por la parte que me toca, me parecería maravilloso que mis hijos se emancipen cuando toque, pero crudo lo veo de momento (tienen 15 y 8 años). Yo mismo no salí de mi casa hasta los 33, no sé si para desespero de mis padres (q.e.p.d.) o no, pero también me hice el remolón...y eso que no había crisis, porque con los tiempos que corren, es muy probable que casi nadie pueda abandonar el hogar de sus mayores por serle material y económicamente imposible.
Los hijos son una bendición de Dios, pero que nos absorbe la mayor parte de nuestras energías y existencia. Todos recordamos con nostalgia aquellos tiempos con la novia, que luego se convirtió en nuestra esposa, la felicidad de vivir juntos y de ser libres, de salir por la noche, de las fiestas, etc. Todo aquello acabó. Es cierto que a los hijos se les quiere muchísimo, pero también es cierto que acaban con grandes parcelas de nuestra libertad e intimidad y, en opinión del que esto escribe, cuando son mayores deben volar del hogar para vivir su propia vida y dar un poco de respiro a sus ya cansados progenitores que dedicaron los mejores años de su vida a ellos. Ello no quita para que se ayude al emancipado en lo posible.
Algunos padres son afortunados, porque los abuelos se encargan de los nietos en mayor o menos medida, y eso les da un poco de vidilla, aunque no se debe abusar. Pero los que no tenemos prácticamente con quien dejarlos, vivimos una vida un tanto monótona que a todos termina por afectar.
Por eso estoy esperando a que mis hijos crezcan un poquito, a ver si empiezan a salir con los amigos y por lo menos, tenemos un poco de desahogo. Podrán venir otros problemas, lo sé, pero por lo menos podré ir al cine a ver una película que no sea de Walt Disney o de guerra y a restaurantes en los que las hamburguesas no sean el plato fuerte.
Mi suegra siempre dice: “El embarazo es una enfermedad que dura nueve meses y una convalecencia que dura toda la vida”. Y la verdad es que, aunque sólo sea en esto, tengo que darle la razón.
Saludos de un padre agobiado.
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