Los ratos libres de los días del verano sacan a la luz aquellas viejas aficiones que tuvimos y tenemos, brotando de nuevo recuerdos que nunca se fueron y que se esconden en el baúl de la memoria entre la vorágine de la vida diaria y el devenir de la existencia . Retornan viejas fotos en blanco y negro realizadas en los tiempos de la juventud, divino tesoro de Rubén Darío que se va para no volver, aunque siempre puede asomarse de nuevo por un instante en las imágenes guardadas en la película del corazón.
La foto está tomada en Santander allá por principios de los 90, cuando las pasiones se desataban furiosa y románticamente con los primeros balbuceos del amor. El tono granuloso y difuminado se debe a la película infrarroja, que da un carácter como algodonoso y evocador, casi como un sueño. El viraje al sepia siempre invita a echar la vista atrás, aunque se mire hacia adelante.
La mirada hacia el infinito, oteando océanos de esperanza. La felicidad siempre se busca, aun en los sitios que todavía no se pueden ver por estar en la nebulosa del futuro.
A la chica la conozco bien.
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