El historiador romano Pompeyo Trogo decía de los hispanos:
“Los hispanos tienen preparado el cuerpo para la abstinencia y la
fatiga, y el ánimo para la muerte: dura y austera sobriedad en todo. En
tantos siglos de guerras con Roma no han tenido ningún capitán sino
Viriato, hombre de tal virtud y continencia que, después de vencer los
ejércitos consulares durante 10 años, nunca quiso en su género de vida
distinguirse de cualquier soldado raso. Los hispanos prefieren la guerra
al descanso y si no tienen enemigo exterior lo buscan en casa.”
Como puede verse en el último párrafo, puede llegarse a la conclusión de
que los españoles estamos permanentemente condenados a luchar, y si no
hay enemigo exterior, lo buscamos dentro de casa. Con respecto al resto
del texto hemos perdido bastantes cualidades.
Esta constante de
buscar guerra puede observarse en la izquierda, que siempre achaca a los
que no piensan como ellos de todos los males, acusándoles de fascistas.
Este carácter excluyente abarca incluso a gentes de la propia izquierda
que cometen el tremendo crimen de pensar y señalar los defectos que
observan en sus correligionarios. Automáticamente pasan a ser “fachas”.
Véanse sino, los últimos episodios protagonizados por los podemitas y
los partidarios de Sánchez contra aquellos socialistas que se oponían a
la salida del citado Pedrusco.
Lo mismo puede decirse del
nacionalismo. Todo aquel que no esté de acuerdo con ellos, ofende al
territorio común. El no hablar en catalán o vasco o criticar los
desmanes separatistas puede llegar a ser una injuria a Cataluña o
Euskadi y por tanto, merece el más severo de los castigos.
Gran
parte de lo anterior se debe a la posición privilegiada que gozan los
nacionalismos (e incluso los regionalismos) en nuestro país debido a la
nefasta ley D´Hont que les proporciona una representación excesiva, lo
que ha obligado durante años a los partidos nacionales a pactar con
ellos en el Congreso para recabar su apoyo, obteniendo a cambio
importantes prebendas. Urge cambiar la Ley Electoral para que en las
Cortes no obtengan representación nada más que aquellos que se presenten
en un número elevado de circunscripciones, puesto que los diputados
representan a todo el pueblo español y no a una parte.
El
filósofo, escritor y político Ernesto Ladrón de Guevara criticó una vez
a los nacionalistas vascos y la respuesta que obtuvo fue “Al PNV no se
le molesta. Es fundamental para las políticas del Estado”. Mientras el
buenismo y lo políticamente correcto mantengan esta postura, mal vamos.
Porque no se ven trazas de que esto vaya a cambiar.
En otro
ejemplo más cercano, hace años a un conocido mío (funcionario del
Estado) se le aleccionó antes de una reunión con sus homólogos de la
comunidad autónoma correspondiente, más o menos en los siguientes
términos: “Sed prudentes y no les enfadéis ni discutáis con ellos”. No
era en Cataluña ni en Vascongadas, y los asuntos o competencias a tratar
eran simplemente cuestiones técnicas. Inaudito.
Y al final se
llega a la triste conclusión de que el Estado no es residual en
Cataluña, lo es en toda España. ¿Hasta cuándo las autonomías?
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