Pocos paisajes hay en las montañas españolas con la majestuosidad y
embrujo de la Laguna Grande de Peñalara, situada en el Parque Nacional
del Guadarrama. Junto a sus hermanas de las lagunas negras de Soria y
Burgos, constituyen un conjunto de origen glaciar que no abunda en
España. El hallarse rodeadas de enormes macizos rocosos hace que la
sombra que se proyecta sobre las aguas dé a éstas un tono oscuro y
misterioso; de ahí el apelativo de lagunas negras con las que suele conocerse.
Todas ellas son fuente de ricas leyendas. Se cuenta que la Laguna Negra
de Soria no tiene fondo y que se comunica con el mar, de ahí su enorme
profundidad. Lo cierto es que en ella se ahogaron muchos, afirmándose
que los espíritus de los fallecidos pasean por las noches su triste
deambular. Fue inmortalizada en la obra de Antonio Machado La Tierra de
Alvar González, historia de trágicos crímenes y muertes allí
acontecidos. En la existente en Neila (Burgos) se arrojó Doña Lambra,
instigadora de la tragedia de los siete infantes de Lara, y quizás su
espíritu siga paseándose por allá.
La Laguna de Peñalara comparte asimismo la fama de carecer de fondo. Un servidor se ha asomado a ella (con mucho cuidadín) y es imposible contemplar cualquier atisbo del mismo; se ven piedras en el fondo cerca de la orilla, pero cuando la mirada se dirige un poco más hacia el centro sólo la negrura de las aguas se advierte. También se narran leyendas de espíritus paseantes y de islotes que emergen en el centro del lago la noche de Difuntos, saliendo la figura de una pastora que por allí se fue a rescatar un corderillo.
Leyendas aparte, sigue siendo un regalo para la vista contemplarla, así como el paisaje que la rodea. Así la retrató Pio Baroja en una visita nocturna:
“Era un paisaje extraño, un paisaje cósmico, algo como un lugar de planeta inhabitado, de la Tierra en las edades geológicas de los ictiosaurios. En la superficie no se movía ni una onda; en su seno oscuro, insondable, brillaban dormidas miles de estrellas. La orilla quebrada e irregular no tenía a sus lados ni arbustos ni matas; estaba desnuda.”
Y así la retrató un servidor.
La Laguna de Peñalara comparte asimismo la fama de carecer de fondo. Un servidor se ha asomado a ella (con mucho cuidadín) y es imposible contemplar cualquier atisbo del mismo; se ven piedras en el fondo cerca de la orilla, pero cuando la mirada se dirige un poco más hacia el centro sólo la negrura de las aguas se advierte. También se narran leyendas de espíritus paseantes y de islotes que emergen en el centro del lago la noche de Difuntos, saliendo la figura de una pastora que por allí se fue a rescatar un corderillo.
Leyendas aparte, sigue siendo un regalo para la vista contemplarla, así como el paisaje que la rodea. Así la retrató Pio Baroja en una visita nocturna:
“Era un paisaje extraño, un paisaje cósmico, algo como un lugar de planeta inhabitado, de la Tierra en las edades geológicas de los ictiosaurios. En la superficie no se movía ni una onda; en su seno oscuro, insondable, brillaban dormidas miles de estrellas. La orilla quebrada e irregular no tenía a sus lados ni arbustos ni matas; estaba desnuda.”
Y así la retrató un servidor.
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