Comienza abril en la Comarca de las
Vegas, ese rincón que renace entre corrientes de Tajo, Jarama y Tajuña. A sus
veras florecen villas que guardan en nombres sonoros y entrañables esencias de
Castilla, que aquí es Nueva y también parte de la Alcarria madrileña: Fuentidueña,
Estremera, Carabaña.
El universo de la capital se queda atrás
al enfilar la carretera de Valencia y bajar la larga cuesta montañosa donde a
un lado se cuelga Perales de Tajuña. Abajo se toma la desviación que lleva a
Tielmes. Cerca queda Fuentidueña, con su castillo arruinado sobre el Tajo a
remedo de aquel de Soria que cantaba Don Antonio y, poco más allá, las tierras
de Cuenca.
En Tielmes cambiaron el arado de antaño
para fabricar ahora dientes de resina, cambios de vida que traen los tiempos y
las necesidades sanitarias. Se pasa por el pueblo entre saltos de badenes y seguimos
camino hacia el destino de este breve periplo que empezó como ilusión y termina
en nostalgia.
Nuestros ancestros ya sabían las virtudes
del manantial salino que brota en el cerro de Cabeza Gorda, en las alturas de
Carabaña; de allí sale agua depurativa, antiséptica y purgante. De esta última
propiedad puede dar fe un servidor que en tiempos mozos y universitarios que
invitaban a la experimentación, echóse un buen trago del líquido referido. Como
consecuencia del mismo, tuvo que salir como un cohete hacia las cavernas del
rey Excretas —que no era griego, pero lo parece— para terminar en vergonzante e intestinal
mascletá. La cualidad que rezaba en la botella (“suave laxante”, según la
etiqueta) quedaba así demostrada para mayor gloria del conocimiento empírico.
No se había comprado el agua prodigiosa
para evacuantes menesteres sino por aquellos pequeños volcanes que erupcionaban
en nuestro cutis juvenil. La revolución de hormonas propia de esa edad, donde
idealismo e ignorancia conviven como pareja de hecho, se apaciguaba
maravillosamente con esta pócima que en todas las farmacias se vendía.
Antes del llegar al pueblo, a la
izquierda de la carretera, se ve un cartel que promete “Aguas de Carabaña”. Es
la planta embotelladora. Al pasar junto a ella, se observa a la derecha un
pórtico enorme donde se encuentra o se encontraba el balneario. Decidimos
volver después pues nos hemos pasado y los cambios de sentidos son asaz
problemáticos en España; nunca encuentra uno donde dar la vuelta.
Tras una breve visita al pueblo, continuamos
a Nuevo Baztán, ya en la comarca del Henares. Allí comemos carne a la brasa y
migas en la plaza, junto al enorme conjunto monumental que forman el Palacio de
Goyeneche y la Iglesia de san Francisco Javier. El poblado original fue fundado
por Juan de Goyeneche, navarro y originario del Valle del Baztán, que encargó
la construcción de casas, palacio e iglesia a Juan de Churriguera.
A la vuelta, y tras el tedioso y ya
citado cambio de sentido, se llega al balneario. El pórtico es inmenso y está
adornado en la cima con una Victoria de Samotracia que irónicamente nada bueno
presagia en ese momento, porque además está cerrado, y eso extraña. Aparcamos en el exterior y la visita se hace a pie.
El balneario está a quince minutos
andando y desistimos de la pedestre excursión, nada apecetible en la coyuntura
postprandial. Vemos los edificios de la entrada que fueron la Central Eléctrica
de Chávarri, reconvertidos en hotel o sala de eventos. Todo está muy cuidado
pero abandonado de gentes, como un pueblo fantasma del que hubieran huido sus
habitantes dejándolo intacto, en una visión casi paranormal y extraña que
inquieta. La explicación es más mundana: la empresa que llevaba el balneario, el hotel
de la entrada y la planta embotelladora cerró; sigue a la venta, pero sin
comprador de momento.
El gozo en el pozo de Carabaña, que no
está seco sino dormido. Adiós al maravilloso jabón de sales que secaba
espinillas y barrillos. Adiós al líquido salobre y taumatúrgico que purgaba
cutis e intestinos, y traía a estas tierras visitantes de Inglaterra, Francia y
otros países. Toda una época que se desvanece, como tantas cosas que fueron y
ya no lo son pero que nos dejaron su recuerdo. Ojalá el Ave Fénix renazca aquí
también, pero en vez de cenizas traiga agua.
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