Ahora que han pasado las Navidades y todo vuelve a la actividad habitual, conviene recordar que cada vez son más numerosas las voces de psicólogos infantiles (de esos que ni saben de psicología ni saben de la infancia), pedagogos (de los que que se tiran pedos a go-gó en vez de hacer propuestas de interés) y asociaciones de padres laicos y progresistas que proponen “eliminar” a los Magos de Oriente y sustituirlos abiertamente por el rojo barrigón de la campanilla tonta y la risotada boba para así acortar las vacaciones de Navidad, tan perniciosas ellas por su duración.
Conviene recordar a tal efecto que antes las vacaciones eran aún más largas pero los alumnos rendían mejor que ahora, entre otras cosas porque la LOGSE no había hecho todavía sus estragos. Por otra parte, a esos padres que parecen molestarles tanto los niños en casa les sería probablemente más útil pedir más medidas de conciliación familiar y laboral en vez de absurdas reducciones vacacionales.
Y, sin embargo, no dejaría de haber algo oscuro en el tema, según estiman los malpensados que empiezan a captar un cierto tufillo en todo esto, similar al de aquellos intentos para suprimir la Semana Santa o colocarla en función de la climatología en vez de la liturgia. Parece que solo son cuestionables las fiestas y tradiciones basadas en la religión católica, que siempre andan en peligro por mor de extraños intereses políticos y/o comerciales.
Si se quieren quitar días de vacaciones, suprímanse las fiestas taifeñas de muchas comunidades autónomas, la mayoría sin tradición ni historia y solo reducidas a las aburridas celebraciones oficiales que despiertan nulo interés popular. O en vez de meterse con los pobres estudiantes, redúzcanse las vacaciones de los diputados, que no van al Congreso hasta Febrero. Pero no, que eso son fiestas tradicionales de los políticos y sí que son “sagradas”.
España es el único país donde las incongruencias, en vez de ser motivo de risa, se analizan concienzuda y sesudamente. Así nos va.
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