Un servidor se encuadra en el grupo poblacional de los que podrían considerarse incómodos o incorrectos dentro de esta nueva moda del pensamiento único: varón heterosexual, orgulloso de ser español, republicano (pero no de izquierdas), centralista, creyente (a mi manera) y además…fumador.
La última característica es, en nuestros tiempos, una de las peores. Tratados muchas veces como apestados, vivimos esclavos de un hábito legal en el que las autoridades que lo permiten y te venden el paquete, avisan en el mismo de que es malísimo e implementan a la par campañas antitabaco para prevenirnos de los nefastos efectos de tan pernicioso vicio. Por mí, podrían prohibirlo, pues me quitaría para siempre o, a lo más, vagaría de vez en cuando por las sórdidas callejas en busca del camello correspondiente, de tal modo que probablemente no me fumaría más de dos o tres al día teniendo en cuenta el elevado precio que adquiriría el cigarro clandestino. Pero no caerá esa breva, que es una sustanciosa fuente de ingresos para el erario público, y todos los Estados del orbe incurren en tal ejercicio de doblez institucional.
Sin embargo, sí que he dejado definitivamente de fumar al modo clásico, caro y más insano. Desde hace siete meses sólo uso tabaco de liar, artesanal forma de quemarse el organismo pero mucho más barata, menos maloliente y un poco menos dañina. Algunos se preguntarán perplejos las razones y el Emperador, siempre magnánimo, accede gustoso a ello.
En cuanto a la artesanía, no cabe la menor duda de que estas labores nos retrotraen a los viejos tiempos en que nuestros abuelos liaban aquello que llamaban “caldo de gallina” y que constituía uno de los escasos pasatiempos de aquella España de antaño. Hoy día, podemos hacer nuestros cigarrillos mientras vemos la televisión, como hace el que esto escribe, igual que podría hacer ganchillo (si supiera). También puede procederse a liarlo en calle, pero tiene dos inconvenientes. Por una parte, el de tener que acarrear la correspondiente impedimenta: bolsa de tabaco, filtros, papel y la maquinilla de liar —que los hace más apañados que a mano porque, si no, parecen un canuto trompetero— y, por otra, la posible erosión de la propia imagen, ya que mucha gente le confunde a uno con un fumador de porros y no es cuestión de ponerse a dar explicaciones, aunque tampoco hay porqué hacerlo. Por eso, lo mejor es confeccionarlos previamente y llevarlos en una pitillera que da mucho lustre y empaque como si uno fuera un príncipe ruso venido a menos.
La cuestión económica no es menos baladí. Con una bolsa se pueden obtener un número de cigarrillos equivalente al de dos o tres paquetes de tabaco convencional. El beneficio es evidente y ya se han percatado nuestras amadas autoridades que, conscientes del aumento de popularidad de la picadura de liar en tiempos de crisis, han elevado el precio de la misma en dos años casi al doble. Aún así, sigue siendo mucho más barato.
En el asunto de los olores hay para todos los gustos, pues ya se sabe que las opiniones son como los culos, cada una es distinta. Sin embargo, casi todos coinciden en que el olor del tabaco de liar es mucho más agradable y aromático que el del otro; algunas marcas incorporan aromas de vainilla o chocolate similares al del tabaco de pipa, ése que a casi todo el mundo le gusta aunque pocos lo fumen.
Y en lo relativo a la salud, aunque no hay que tirar cohetes, sí es cierto que el tabaco de liar lleva muy pocos aditivos y, a veces, ninguno (por lo menos eso afirman los fabricantes), el papel de fumar es mucho más fino y existen papeles ecológicos sin blanqueantes ni otras sustancias, y un cigarro artesanal liado con papel de combustión lenta (la mayoría) dura mucho más que los otros, por lo que “llena” más y se fuma bastante menos, si uno se lo propone y no se envicia en demasía.
La última característica es, en nuestros tiempos, una de las peores. Tratados muchas veces como apestados, vivimos esclavos de un hábito legal en el que las autoridades que lo permiten y te venden el paquete, avisan en el mismo de que es malísimo e implementan a la par campañas antitabaco para prevenirnos de los nefastos efectos de tan pernicioso vicio. Por mí, podrían prohibirlo, pues me quitaría para siempre o, a lo más, vagaría de vez en cuando por las sórdidas callejas en busca del camello correspondiente, de tal modo que probablemente no me fumaría más de dos o tres al día teniendo en cuenta el elevado precio que adquiriría el cigarro clandestino. Pero no caerá esa breva, que es una sustanciosa fuente de ingresos para el erario público, y todos los Estados del orbe incurren en tal ejercicio de doblez institucional.
Sin embargo, sí que he dejado definitivamente de fumar al modo clásico, caro y más insano. Desde hace siete meses sólo uso tabaco de liar, artesanal forma de quemarse el organismo pero mucho más barata, menos maloliente y un poco menos dañina. Algunos se preguntarán perplejos las razones y el Emperador, siempre magnánimo, accede gustoso a ello.
En cuanto a la artesanía, no cabe la menor duda de que estas labores nos retrotraen a los viejos tiempos en que nuestros abuelos liaban aquello que llamaban “caldo de gallina” y que constituía uno de los escasos pasatiempos de aquella España de antaño. Hoy día, podemos hacer nuestros cigarrillos mientras vemos la televisión, como hace el que esto escribe, igual que podría hacer ganchillo (si supiera). También puede procederse a liarlo en calle, pero tiene dos inconvenientes. Por una parte, el de tener que acarrear la correspondiente impedimenta: bolsa de tabaco, filtros, papel y la maquinilla de liar —que los hace más apañados que a mano porque, si no, parecen un canuto trompetero— y, por otra, la posible erosión de la propia imagen, ya que mucha gente le confunde a uno con un fumador de porros y no es cuestión de ponerse a dar explicaciones, aunque tampoco hay porqué hacerlo. Por eso, lo mejor es confeccionarlos previamente y llevarlos en una pitillera que da mucho lustre y empaque como si uno fuera un príncipe ruso venido a menos.
La cuestión económica no es menos baladí. Con una bolsa se pueden obtener un número de cigarrillos equivalente al de dos o tres paquetes de tabaco convencional. El beneficio es evidente y ya se han percatado nuestras amadas autoridades que, conscientes del aumento de popularidad de la picadura de liar en tiempos de crisis, han elevado el precio de la misma en dos años casi al doble. Aún así, sigue siendo mucho más barato.
En el asunto de los olores hay para todos los gustos, pues ya se sabe que las opiniones son como los culos, cada una es distinta. Sin embargo, casi todos coinciden en que el olor del tabaco de liar es mucho más agradable y aromático que el del otro; algunas marcas incorporan aromas de vainilla o chocolate similares al del tabaco de pipa, ése que a casi todo el mundo le gusta aunque pocos lo fumen.
Y en lo relativo a la salud, aunque no hay que tirar cohetes, sí es cierto que el tabaco de liar lleva muy pocos aditivos y, a veces, ninguno (por lo menos eso afirman los fabricantes), el papel de fumar es mucho más fino y existen papeles ecológicos sin blanqueantes ni otras sustancias, y un cigarro artesanal liado con papel de combustión lenta (la mayoría) dura mucho más que los otros, por lo que “llena” más y se fuma bastante menos, si uno se lo propone y no se envicia en demasía.
Resumiendo, que aunque sigue siendo malo fumar, esta forma es menos perjudicial (si se hace con moderación, sobre todo) y más barato. De todas formas, lo mejor es abandonar el tabaco para siempre jamás. A ver si se consigue un año de éstos.
5 comentarios:
Pues si que hay últimamente
gente como tú,
que se lía los cigarros,
yo sé mucho de eso,
a mi abuelito le traía
el tabaco y el papelde fumar
todos los días,
¡cómo lo recuerdo!
primero al estanco
y luego al bar a por la
gaseosa.
Sobre lo de fumar
soy bastante liberal y comprensiva,
¡allá tú!
he sido fumadora empedernida
durante veinte años
pero tuve los "santos ovarios"
de dejarlo.
Luego está fumar en los váteres del insti... y también salía económico pues fumabas del tuyo, del de otro, del de maroto...
Hice laprueba d el amaquinita empaquetadora pero me desespera y además se me queda fofo por lo más importante...
Al tabaco de liar lo llamo tabaco salvífico o de emergencia... Cuando te quedas sin tabaco un domingo por la mañana desesperado gritas..
Eureka! ¡Está el Golden Virginia!
¡Viva el Sur...!
Un abrazo, Emperador.
Hola, chinito. Qué te puedo decir, si tú fuiste el que me comprantes mi primera maquinita de liar y desde entonces tampoco fumo otra cosa, Ahora me acabo de hacer uno.
Un abrazo fuerte.
Hola Emperador.
Mira tio, es tan bueno tu artículo, que me han entrado ganas de volver a fumar diecisiete años después de haberlo dejado. Créete que aún me gusta seguir el rastro humeante de un cigarrillo y, aunque me gusta, lo evito, por razones que ya conoces.
Varios amigos y familiares mios ya se han pasado al tabaco de liar, pero a ninguno lo he visto con máquina alguna, todos los lian a mano. Se ve que tienen práctica anterior, por lo de los canutos que decías.
Con todo, como muy bien dices, cualquier tabaco es malo. A mi me dijeron los médicos que uno de los motivos de haber encajado la enfermedad sin peores resultados y mayores daños, fué que no era fumador, pues podía haber sido muchísimo peor si me pilla fumando. Don't smoke more.
Un abrazo.
Ya sabe Su Alteza que servidor fumó hasta los primeros días del año del Señor de 1982 y que desde entonces sólo vivo del recuerdo, pero que lo que se aprende con "babas", no se olvida con "canas".
A pesar de no fumar desde entonces, me reconozco fumador en estado de desintoxicación, pues siempre has de estar diciendo ¡NO!
Por ganas que tengas de encender una pipa o encender un cigarro.
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