Un servidor es un fanático en esto del Interné, y ya se cuida su familia de advertírselo de vez en cuando, unas veces más amablemente, otras con mayor energía. Sin embargo, y establecida la premisa de defensa del ordenador, es justo reconocer que éste no puede suplir las viejas formas de comprender y asimilar la información, que se han revelado como las únicas eficaces para un aprendizaje integral.
Cuando se lee un libro, el contenido se asimila y queda impregnado en nuestro intelecto; incluso a partir de la lectura se reelabora la información asimilada y se establecen nuevas reflexiones y teorías que pueden dar pie incluso a nueva obras, como es el caso de los ensayos literarios y otros géneros. En cambio, cuando leemos algo en el PC, el cerebro registra una imagen efímera que no se interioriza. Los libros digitales no se disfrutan como los escritos, su texto se olvida en seguida y apenas queda poso en las neuronas para elaborarlo convenientemente y de modo provechoso.
He aquí, por tanto el problema del futuro y su relación con las generaciones que nos siguen, si bien el asunto ya empieza a manifestarse en nuestros días. Aquellos que se están criando en esta cultura visual no son capaces de aprender como antaño, y sus destrezas memorísticas y de creación es menor que la de muchos fósiles que nos quemamos las pestañas leyendo todo lo que pudimos. A ello viene añadido algo peor: el desinterés por la cultura escrita, motivado por la dificultad para leer un libro que tienen nuestros jóvenes, a los que la lectura les supone un esfuerzo considerable por no estar acostumbrados a la misma.
Todos hemos podido comprobarlo, puesto que no es cuestión de edad sino de hábitos. Al que esto escribe, cada vez le cuesta más leer desde que ingresó en las filas cibernéticas, pues la mágica llamada de la maquinita virtual empaña la sosegada invitación a abrir unas páginas escritas, y eso no es bueno. De continuar en esta espiral de ensalzamiento de la imagen y menosprecio de lo clásico, es muy posible que la profecía de Ray Bradbury en Fahrenheit 451 llegue tristemente a cumplirse algún día y los libros y los lectores sean unos proscritos enemigos del sistema a los que hay que incinerar sin compasión.
Me voy corriendo a la librería; y si esta cerrada, siempre podré comprarme en el kiosco un tebeo (no me gusta el palabro ese de cómic). El caso es desengancharse como sea de la pantalla.
1 comentario:
Querido emperador: Yo leo hasta los componentes químicos de las bayetas ecológicas, y las bolsas de tacos... esas que van con números, una "ref:" un dibujito en esquema de flechas que se abrazan en negro y las letras de la C.E....
Es cierto que la pantallita se las trae, y es cierto que el tacto áspero del libro virgen es eso, como el tacto áspero de algo virgen... en cualquier caso leer... "quemar pestañas", gastar progresivos...
Un abrazo, amigo Emperador
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