Hubo un tiempo en que el día 23 de enero
se colgaba una enorme pancarta o cartel en la madrileña calle de Preciados que
decía “Bienvenidos, toledanos”. La causa no era otra que la festividad de San
Ildefonso, patrón de la Ciudad Imperial, y motivo muy propicio, por tanto, para
desplazarse a la capital de compras. El cartel lo ponía El Corte Inglés, como
puede imaginarse.
Un día de San Ildefonso, yendo hacia
Fuenla (1) casi morí. Este tuneo de la letra de “El Relicario” viene muy bien
para recordarme que fui bienvenido de nuevo a la vida. Son esos momentos en el
devenir de la existencia que los caminos de la vida y la muerte se cruzan, aunque
solo una vez se producirá la salida definitiva. El resto serán situaciones en las que, como se dice
habitualmente, uno ha vuelto a nacer.
Ese día, el que esto escribe casi se mata en la carretera. Un
pequeño movimiento de volante para corregir una maniobra hizo a su coche
describir múltiples eses para al final hacer un trompo. Afortunadamente la
carretera estaba vacía y nadie venía detrás, ni se vieron implicados otros
vehículos. Tampoco sufrí ni un rasguño y el coche quedó intacto. Sin embargo,
el no haber sufrido daños hace que la memoria estuviera despierta todo el
tiempo y la película de los hechos estuvo mucho tiempo pasando por mis ojos.
Los escasos segundos en los que aconteció el incidente se me antojaron eternos.
Llamé, o mejor, grité, a Jesús varias veces mientras daba vueltas como una
peonza intentando controlar el coche, porque vi el final muy próximo. Iba a
morir o, como mínimo, terminaría la jornada en un hospital, a saber en qué
estado. El coche se paró al final y lo enderecé rápidamente para seguir mi
camino como un flan.
Desde entonces amo más la vida y tengo más Fe en Dios, aunque siga
siendo un heterodoxo. Sus designios no me tenían reservado el final para aquel
día. De ahí, el rechazo a quienes se creen con derecho a acabar con su vida o
la del prójimo argumentando buenos sentimientos o un supuesto derecho a morir
dignamente. Como si la muerte fuera indigna. El pensamiento único nos organiza la
vida y la muerte, nos dice cómo hemos de vivir y también cómo y cuándo hemos de
morir. Es nuestro mentor y nuestro verdugo.
Y es que todo este asunto huele a falso y está solo creado por
intereses políticos. Salvo escasísimas excepciones —muy aireadas por el cine y
los medios, eso sí— ningún enfermo terminal ni sus familiares piden la
eutanasia. Sólo se solicita vivir los últimos tiempos sin sufrimiento y esto es
perfectamente posible desde el punto de vista
terapéutico sin necesidad de acelerar el exitus. La existencia tiene sentido
desde el primer momento hasta el último y no es lícito ni compatible con la
moral suprimir ningún instante de la misma por parte de terceros. Mucho menos
aún que el Estado pueda llegar a suplir las voluntades íntimas del individuo
que solo a éste pertenecen.
Por eso, cuando me llame el de la
trompeta (2), espero y deseo que la decisión venga de Arriba, no de otro sitio.
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(1) Fuenlabrada, para los que allí viven.
(2) El de la trompeta es Fausto, el ángel que corona la cúpula del Cementerio de la Almudena, en Madrid. Está sentado y tiene entre sus piernas una trompeta para la llamada al Juicio. Sobre él circulan múltiples leyendas. Mi abuelo (q.e.p.d) se refería mucho a él (Por ejemplo: "Cuando me llame el de la trompeta).
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(1) Fuenlabrada, para los que allí viven.
(2) El de la trompeta es Fausto, el ángel que corona la cúpula del Cementerio de la Almudena, en Madrid. Está sentado y tiene entre sus piernas una trompeta para la llamada al Juicio. Sobre él circulan múltiples leyendas. Mi abuelo (q.e.p.d) se refería mucho a él (Por ejemplo: "Cuando me llame el de la trompeta).
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