El
debate político y la reflexión consecuente llevan con frecuencia al pesimismo,
y más todavía después de observar el transcurrir de la coyuntura en la que
estamos. España está fragmentada, no en las dos partes machadianas que han de
helarnos el corazón sino en cuatro, que bien pudieran ser cinco o más. Se
ahonda así, más aun si cabe, la división cainita que maldice eternamente a esta
vieja y desgastada Nación, que gusta de los duelos a garrotazos que espantaron
a Goya y que de persistir, llevarán a la piel de toro a la hecatombe.
Veamos, pues, las distintas clases de españoles que coexisten actualmente, y que no parecen estar de acuerdo ni para que les toque juntos la quiniela.
Veamos, pues, las distintas clases de españoles que coexisten actualmente, y que no parecen estar de acuerdo ni para que les toque juntos la quiniela.
La primera —y conste que el orden
aquí no importa— es la España radical, que vive en muchos casos del odio al
otro, pero también de la ignorancia, a veces tan atrevida que resulta
insultante. Sus manidos espantajos son los ricos, la Iglesia y, en general, todo
el que no piense como ellos, si bien para ellos está última categoría entra en
lo que llaman “fascistas”. Son “la gente”, más bien la gente indignada, ese
grupo de población que en muchos casos padece de úlcera o estreñimiento porque
nada les acomoda, o bien porque su fracaso en la vida les hace envidiar,
despotricar y odiar. Totalitarios hasta la médula, en ellos conviven los
idealistas junto con auténticas malas personas que constituyen un peligro
potencial.
Los progresistas son la segunda
cohorte, que se caracteriza fundamentalmente por la corrección política, ese
nauseabundo espécimen. Suelen mirar a los demás por encima del hombro,
convencidos de estar en posesión de la verdad. Se acomodan a cualquier idea que
les parezca moderna, por lo que a veces algunos se pasan de rosca y sufren una
metamorfosis que les lleva a la primera categoría, e incluso a la tercera
tribu, debido al cacao mental que alojan en sus meninges. No son generalmente
peligrosos (salvo que sufran la transmutación antes citada), pero a veces
rondan lo cursi. En este grupo pueden encontrarse patriotas, pero cuidan mucho
su imagen para no ser encuadrados en la última España.
La tercera clase son los
separatistas. También se creen superiores además de diferentes, por lo que
resultan mucho más odiosos y antipáticos para el resto. Autoritarios en sus
formas y fondos para imponer su idea, pecan de chulería porque nadie les ha
parado los pies. Manipulan la historia, las costumbres y todo lo que les sea
necesario para sus perversos fines. Sus defectos son iguales a los de los demás
grupos, por lo que sesudos autores han establecidos que son tan españolazos o
más que el resto, aunque todavía no se hayan enterado.
Por último, tenemos a los
patriotas, que para el resto de las divisiones de esta hipótesis son,
simplemente, “los fachas”, o también “la derechona” aunque sean de izquierdas.
Para ellos, España es lo primero, por encima de ideologías y fruslerías. Es la
clase más numerosa, abarcando desde las gentes de izquierda moderada, pasando
por el centro —si es que éste existe— hasta todo el espectro de la derecha
(algunos de éstos sí que constituyen un auténtico espectro que deambula
fantasmagórico). Son los que tienen mayor autocrítica y quienes presentan mayor
diversidad entre sí dentro de las distintas subclases de la categoría.
Por eso nunca se unirán y siempre perderán.
Por eso nunca se unirán y siempre perderán.
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