España renace tímidamente. Sólo un poco, quizás, pero algo emerge del ostracismo impuesto en los últimos años en aras de las diferencias y la pluralidad, esa palabra tan mal entendida y tan odiosa a veces. Posiblemente estemos simplemente ante un espejismo pasajero fruto de unas cuantas victorias futbolísticas y de los vaticinios de un cefalópodo con supuestas artes adivinatorias, pero todo es válido con tal de que la única Nación vuelva a cobrar fuerzas en los castigados espíritus ciudadanos, aparcando por un tiempo la secular amargura de ser español que arrastramos desde tiempos de los Austrias (y lo que te rondaré, morena).
Preocupa mucho en ambientes secesionistas la profusión de banderas y símbolos patrios, incluso en aquellos territorios donde se asientan los partidarios de mitos inventados y los benefactores de jíbaros. Y no es para menos; han descubierto a su pesar que el todo sigue siendo más que las partes, por mucho que éstas intenten ser “toditos” o mejorables imitaciones de un todo a cien o, peor aún, de un todo a diecisiete. El corazón de la mayoría sigue siendo rojigualda y se manifiesta en cuanto tiene ocasión para hacerlo. Puede que mañana la efusión acabe, pero el poso allí seguirá esperando otra oportunidad que cuente con el permiso de la política corrección que nos asola.
Uno no podía ser menos y, cavilando como aprovechar esta breve etapa de patriotismo decidió echar mano, no de la bandera, que también la tiene y bien grande, sino de las pulseras. Muchos recordarán aquellos hilitos de plásticos que se vendían en los piperos y tiendas de frutos secos y que, convenientemente trenzados permitían hacer llaveros, pulseras y hasta figuritas varias. Con el tiempo, he aprendido que se llamaban hilos Scoubidou, vocablo que recuerda a la versión francesa de Scooby Doo, aquella serie de dibujos animados cuyo protagonista era un perro grande y miedoso, a la sazón mascota de una pandilla de jovenzuelos bastante cursis y sabelotodos que resolvían enigmas misteriosos en un santiamén. Bien valdrían como colaboradores en cuestiones de gobierno y otras hierbas, y si a ellos se les uniera el pulpo Paul, el equipo asesor sería incontestable. Pero no demos ideas, no vaya a ser que nos hagan caso y tengamos Zapatero para diez años más.
Pues bien, armándose de paciencia e intentando resolver el misterio del trenzado, se ha vuelto a conseguir una pulsera de hilos de plástico como las de antaño y que luce bastante bien. No les gustará seguramente a algunos (más por el cromatismo que por la calidad de la técnica), pero ya se sabe que hay gustos para todos y las opiniones son como los culos; cada persona tiene uno. En eso sí somos distintos.
1 comentario:
Ahora va a resultar que somos españoles...
Nada que añadir a tu post. Pásate por mi Blog, en el apartado "Usurpanda" escribo algo al hilo... de color patrio.
Un saludo, ilustradísima.
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