Cuenta la historia que, allá por la Guerra de los Cien Años, los soldados franceses tenían la piadosa costumbre de cortar el dedo corazón de la mano a los arqueros ingleses a los que capturaban, dejándoles así inútiles para volver a utilizar su arma. Fue entonces cuando los ingleses adoptaron el gesto de levantar dicho dedo en actitud desafiante a sus enemigos para mostrarles que todavía podían apiolarles.
Otras fuentes atribuyen incluso a la época romana el origen de tal levantamiento dedil. Sea cual sea el comienzo, tal gesto despectivo ha sido adoptado por la humanidad de modo frecuente y puede interpretarse de diversos modos siendo “Que te den” el más frecuente. Evidentemente no es una actitud muy adecuada pero ya dicen los eruditos que todo hay que analizarlo en su contexto.
Muy recomendable debe ser tener un comportamiento paciente en casi todas las situaciones, pero ante los que atacan inmisericorde y pertinazmente llega un momento en que se hace verdad aquella frase que el protagonista de una película daba después de propinar un puñetazo a un estúpido: “La paciencia me estaba matando”.
Gran mayoría de medios critican ayer el gesto de la peineta que Aznar dedicó a un grupo de personajes —por calificarlos de algún modo— que intentaban reventar su acto en Oviedo a la par que le dedicaban insultos gravísimos y calumniosos. Sin embargo, el democrático comportamiento de los radicales ha quedado ensombrecido ante el aluvión de críticas que se le dedican al ex-presidente. Conviene recordar al efecto que hace unos años precisamente, el rey Borbón hizo lo mismo a un grupo de batasunos que le abucheaban y a todos pareció bien.
Pero Aznar sigue levantando ampollas en los amigos de lo moderno, quizás por que le odian, o más bien porque le temen. El caso es que sigue al frente del bestiario progre seguido muy de cerca por Aguirre y después por todos aquellos que adoptan una actitud crítica exenta de tibiezas a la hora de señalar los disparates, desatinos y atrocidades cometidos en nombre de un supuesto progreso. Entre estos se cuentan también aquellos que no vacilan en fustigar con la palabra como es el caso de Federico, vapuleado asaz y continuamente por los artesanos de lo políticamente correcto, mientras aquellos que le seguimos y apoyamos somos tachados de apologistas de la violencia verbal o simplemente de radícales o de fachas, según de donde vengan las dedicatorias.
Tiene su encanto, no obstante, el ser un proscrito o que le ataquen a uno. Mantiene el espíritu renovado —por aquello de la juventud rebelde— y además se tiene la agradable sensación de luchar contra lo establecido, pues es una de las pocas maneras de cambiar el mundo y también de arreglarlo, como es el caso en el que nos hallamos.
Aznar con un par, sí señor.
Muy recomendable debe ser tener un comportamiento paciente en casi todas las situaciones, pero ante los que atacan inmisericorde y pertinazmente llega un momento en que se hace verdad aquella frase que el protagonista de una película daba después de propinar un puñetazo a un estúpido: “La paciencia me estaba matando”.
Gran mayoría de medios critican ayer el gesto de la peineta que Aznar dedicó a un grupo de personajes —por calificarlos de algún modo— que intentaban reventar su acto en Oviedo a la par que le dedicaban insultos gravísimos y calumniosos. Sin embargo, el democrático comportamiento de los radicales ha quedado ensombrecido ante el aluvión de críticas que se le dedican al ex-presidente. Conviene recordar al efecto que hace unos años precisamente, el rey Borbón hizo lo mismo a un grupo de batasunos que le abucheaban y a todos pareció bien.
Pero Aznar sigue levantando ampollas en los amigos de lo moderno, quizás por que le odian, o más bien porque le temen. El caso es que sigue al frente del bestiario progre seguido muy de cerca por Aguirre y después por todos aquellos que adoptan una actitud crítica exenta de tibiezas a la hora de señalar los disparates, desatinos y atrocidades cometidos en nombre de un supuesto progreso. Entre estos se cuentan también aquellos que no vacilan en fustigar con la palabra como es el caso de Federico, vapuleado asaz y continuamente por los artesanos de lo políticamente correcto, mientras aquellos que le seguimos y apoyamos somos tachados de apologistas de la violencia verbal o simplemente de radícales o de fachas, según de donde vengan las dedicatorias.
Tiene su encanto, no obstante, el ser un proscrito o que le ataquen a uno. Mantiene el espíritu renovado —por aquello de la juventud rebelde— y además se tiene la agradable sensación de luchar contra lo establecido, pues es una de las pocas maneras de cambiar el mundo y también de arreglarlo, como es el caso en el que nos hallamos.
Aznar con un par, sí señor.
1 comentario:
En pocas ocasiones Aznar ha sido tan mejor reflejo y representante d euna inmensa mayoría de los españoles.
Ese dedo estirado tiene una sombra muy larga que llega hasta el zaguán de la Moncloa.
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