Como en otras ocasiones, anduvo anoche el escribano errante de este rincón de la blogosfera en una cena con sus compañeros de colegio de épocas pretéritas, tan vetustas que se pierden en la noche de los tiempos modernos, en esa oscuridad de los recuerdos que de vez en cuando se ilumina brevemente para apuntar un destello de los buenos momentos vividos. No es la primera vez que esta reunión acontece, pues ya son cuatro años quedando para cenar, e incluso a veces hay alguna cita para desayunar un roscón el día de Nochevieja por la mañana, que también es un modo de adelantar la llegada del nuevo año que se aproxima.
La primera reunión que hubo tras el contacto —establecido gracias a las páginas de búsqueda de antiguos amigos que existen en
Las sensaciones son curiosas y cambiantes en esta tesitura. Compañeros que se reconocen inmediatamente nada más verles, como si nada hubiera cambiado; a otros, en cambio, hay que preguntarles aquello tan manido de “¿Y tú quien eres?” Es entonces cuando el interlocutor dice un apellido —la clásica forma de llamar a los condiscípulos en el colegio— y nuestro código descifra su identidad y la compara con una imagen juvenil que anida en un dormido rincón de las neuronas.
Dice la letra del tango que veinte años no es nada. Poco más son tampoco treinta, y aquellos muchachos, hoy canosos y en las puertas del otoño de la vida, se siguen llamando y comportando en sus encuentros como los inocentes escolares que habitaron aquellas aulas de los años setenta, entre albores de libertad y comienzos de amores, desamores y experiencias.
Mucho hemos cambiado o, a lo mejor, no. Pero los que anoche se reunieron tienen en su interior la certeza de que el tiempo se detuvo en un reloj de pared y las pesas inmóviles de antaño anunciaron que, a veces, cualquier tiempo pasado fue mejor.
1 comentario:
Hola chinito.
Es cierto lo que dices, pues tambien yo tengo de vez en cuando una reunión de antiguos compañeros de colegio, aunque hace ya tres años que no. Veré de reanudar esos encuentros, pues eran muy satisfactorios. Chaveas imberbes de entonces que ya son abuelos... ¡como pasan los años! Pero es un gustazo el encontrarse y recordar viejos y buenos tiempos, poner a parir a aquel profesor que teniamos, con tan malísima leche, el cual ya está criando malvas...
Y recordar las travesuras que hicimos y situaciones adolescentes vividas. Un gustazo.
Espero que lo pasaras bien, amigo.
Un abrazo, Emperor.
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