jueves, 27 de agosto de 2009

Las llaves del coche (una historia real)











Nunca he creído en la bondad de los españoles, aun cuando yo sea uno de ellos pues somos un pueblo que no suele caracterizarse por el amor al prójimo. Sin embargo, la historia que cuento y que me aconteció el año pasado me sirvió para reflexionar y llegar a la conclusión de que las gentes buenas existen y que hemos venido a este mundo para ayudar.

Había bajado a dejar unas cosas en el viejo Peugeot de mis padres (q.e.p.d) que todavía uso y conservo, y que se hallaba aparcado en una calle cerca de mi casa. Cuando me disponía a abrirlo, oí una voz desde las alturas que no correspondía a ninguna entidad celestial aparentemente:

— ¡Oiga, jefe! ¿Me puede subir este interruptor que se me ha caído?

Eran unos operarios que trabajaban en el arreglo de la antena de una vetusta casa situada justo donde tenía aparcado el coche. Cogí el interruptor y lo até a un cable que colgaba, subiéndolo ellos después. Me dieron las gracias y me dispuse a entrar en el vehículo.

Es entonces cuando me di cuenta que no tenía las llaves, lo que me resultó extraño porque recordaba haberlas cogido antes de salir de mi domicilio. Regresé a casa pensando que me las habría dejado encima de la mesa o algo así, pero nada. Busqué y rebusqué y como siempre en estos casos de desesperación, nunca se encuentra. Menos mal que dispongo de un duplicado que tomé apresuradamente y volví a bajar.

Escudriñé los escasos 100 metros que me separaban del coche andando de forma cheposa y vigilante. Nada. Volví donde estaba el coche. Nada tampoco. La mente, que es muy buena si se sabe usar bien, pero una hija de mala madre si no se la educa correctamente ya empezó a elucubrar:”Te las han quitado; seguro que alguno que pasaba por allí te las birló mientras hablabas con los currantes. Eso te pasa por ser servicial, etc., etc., etc.” Es curioso comprobar como nuestro ego siempre piensa en lo peor y como retuerce el problema mil vueltas para dejarte un mensaje negativo. Al fin y al cabo, el ego no es más que nuestro pequeño yo que se cree separado de todo y de todos, incluso de Dios, que no sería más que un señor lejano sentado en un trono y con un triángulo en la cabeza al que hay que pedirle cosas y enfadarse con él si no te las concede.

Confuso y nervioso, arranqué el vehículo y me lo lleve al otro extremo del barrio para que el presunto sustractor no supiera donde estaba. Cogí tambien la documentación, que ya dicen que es una de las primeras cosas que choricean para falsificarlas. Todo un cúmulo de precauciones que muchas veces pasan de la frontera de la prudencia para adentrarse en el territorio de la neurosis.

Aceptando por fin la situación (no resignándome, que es muy distinto e implica derrota) decidí olvidarme del tema y ver si me podrían fabricar otro duplicado. Al día siguiente, mientras iba con mi señora a hacer unas compras, pasé por el bar que hay debajo de casa y le dije “Voy a comprar tabaco un momento”. Nada más traspasar el umbral de la puerta un hombre se me quedó mirando fijo y se dirigió había mí decididamente. Como no debo dinero a nadie, salvo a los bancos, me quedé perplejo. Es entonces cuando pronunció las palabras en las que resume el fin de la historia:

— ¿Ha perdido usted unas llaves de coche? Yo las tengo.

Era el currante al que yo había ayudado a subirle aquella pieza que se le había caído del tejado, y que me había reconocido. Había encontrado las llaves en el suelo nada más bajar.

Sin yo saberlo, se había creado un círculo de circunstancias mutuas en el que se ve al final la mano del Cielo. Probablemente si no hubiera ayudado a ese hombre, no se me habrían caído, pero entonces no habría aprendido la lección.

“Dad y se os dará”, una verdad irrefutable.

(Gracias también a San Antonio, al que recé para que me las encontrara, y que hasta ahora no me ha fallado nunca).

jueves, 13 de agosto de 2009

Palabras con otro sentido


Inestable: Mesa norteamericana de Inés.
Envergadura: Lugar de la anatomía humana donde se colocan los preservativos.
Ondeando: Onde estoy.
Camarón: Aparato enorme que saca fotos.
Decimal: Pronunciar equivocadamente.
Becerro: Que ve u observa una loma o colina.
Bermudas: Observar a las que no hablan.
Telepatía: Regalar un aparato de televisión a la hermana de mi madre.
Anómalo: Hemorroides.
Berro: Bastor Alebán.
Barbarismo: Colección exagerada de muñecas.
Chinchilla: Auchenchia de un lugar donde chentarche.
Diademas: Veintinueve de Febrero.
Manifiesta. Juerga de cacahuetes.
Atiborrarte: Desaparecerte.
Cacareo: Excremento del preso.
Elección: Lo que expelimenta un oliental al vel una peli polno.
Endoscopio: Me estudio todos los exámenes menos dos.
Nitrato: Ni lo intento.
Nuevamente: Cerebro sin usar.
Esguince: Uno más gatorce.
Sorprendida: Monja en llamas.

domingo, 9 de agosto de 2009

Retrato en sepia




















Los ratos libres de los días del verano sacan a la luz aquellas viejas aficiones que tuvimos y tenemos, brotando de nuevo recuerdos que nunca se fueron y que se esconden en el baúl de la memoria entre la vorágine de la vida diaria y el devenir de la existencia . Retornan viejas fotos en blanco y negro realizadas en los tiempos de la juventud, divino tesoro de Rubén Darío que se va para no volver, aunque siempre puede asomarse de nuevo por un instante en las imágenes guardadas en la película del corazón.

La foto está tomada en Santander allá por principios de los 90, cuando las pasiones se desataban furiosa y románticamente con los primeros balbuceos del amor. El tono granuloso y difuminado se debe a la película infrarroja, que da un carácter como algodonoso y evocador, casi como un sueño. El viraje al sepia siempre invita a echar la vista atrás, aunque se mire hacia adelante.

La mirada hacia el infinito, oteando océanos de esperanza. La felicidad siempre se busca, aun en los sitios que todavía no se pueden ver por estar en la nebulosa del futuro.

A la chica la conozco bien.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Medidas de ahorro que nunca se les ocurrirán a los políticos

Andamos todos a vueltas con la crisis criticando la ineptitud del gobierno zapatético y su nula capacidad para manejar la situación tomando medidas que por lo menos la aminoren. Sin embargo, hay hechos que parece pasar inadvertidos a los ojos de casi todos; empeñados como estamos con el gobierno central solemos olvidar el tremendo gasto que originan otras administraciones, en particular las taifeñas y los ayuntamientos.

Los virreinatos de Taifas que pululan por España conllevan un gasto salvaje en cuanto a funcionarios, parlamentos varios, consejeros, subconsejeros e infraconsejeros, directores generales de promoción de bailes regionales, etc., siendo asimismo los sueldos de los funcionarios o altos cargos de este democrático y plural caos territorial generalmente más altos que en la Administración Central. Y sin embargo, nadie dice nada para no ser incorrecto y criticar los derroches de la “España plural”, ese ente fantasmagórico y carísimo.

No se trata ya de suprimir las nefastas autonomías —cosa desde luego deseable, pero poco probable por constituir una enorme agencia de colocación de políticos de amplio espectro— sino de que alguien en las altas instancias del Estado llamara al orden a los gobiernos regionales con el fin de que ellos también se aprieten el cinturón. Pero no, muchos siguen gastando como si nada pasara y reclamando más dinero al Estado, que sólo parece ya ejercer como teta nutricia de derrochadores periféricos.

Hay que ser claros de una vez: este modelo no sirve para nada bueno. A los riesgos de desunión de España se unen los problemas en el ámbito económico. A este respecto, de la mayoría de las encuestas se desprende que los españoles piensan que ahora pagan más impuestos que cuando éramos un país centralizado.

De los Ayuntamientos, también habría mucho que hablar y parece igualmente perentoria la necesidad de que se controle eficazmente sus gastos desde instancias externas. Es frecuente que alcaldes y concejales de muchos consistorios se suban arbitrariamente el sueldo así porque sí, y sin dar cuentas a nadie, o se embarquen en obras cada dos por tres que son absolutamente innecesarias. Como puede verse, sitios por donde ahorrar hay a montones.

Otro tanto podría decirse del Senado, esa cámara de supuesta representación territorial (como si los diputados en el Congreso no se eligieran por territorios), que no sirve para casi nada pero que sus buenos dineros se lleva. Muchos beneficios económicos se obtendrían de su supresión y más bien poco se perdería.

Como puede comprobarse, todos estos ejemplos se le pueden ocurrir a cualquiera...a cualquiera que no esté en la política, claro. Que ellos son aparte y el pueblo va por otro lado.

Fuerza y Honor.