El
calendario nos recuerda que hoy es San Bartolomé, uno de los Apóstoles y
posiblemente el Natanael que se cita en la Biblia. Patrón de
numerosos pueblos de España, es conocido entre otras facetas por lo
desagradable de su martirio. Fue desollado vivo antes de decapitarlo, y por eso
también es el patrón de los curtidores y los dermatólogos, además de tener fama
de obrar milagros en las enfermedades de la piel.
En
estos tiempos artificiosos en que muchos hombres y mujeres amigos del look
juvenil se estiran la piel en un vano intento de recuperar la juventud —aunque
sólo a efectos estéticos— convendría que recordaran a San Bartolomé y mediten
que esas cosas no se deben hacer por gusto pues el tejido dérmico es sagrado;
entre otras cosas, porque en el van impresos de manera imperceptible nuestra
vivencias y valores, nuestros caracteres y nuestra forma de ser. Arrancárselo
voluntariamente no debe ser del agrado del Santo por las causas citadas sobre
su martirio, y no creo que rezarle para que las operaciones estéticas salgan
con bien sea lo más adecuado.
De
hecho, en los frescos del Juicio Final que pintó Miguel Angel, San Bartolomé
resucita el último día exhibiendo orgulloso su pellejo tan bárbaramente
despojado, como puede comprobarse en la imagen de arriba. Y es que las personas
deben sentirse agradecidas con su cuerpo y no manipularlo artificiosamente
aumentándose las tetas de tamaño o arreglándose la nariz, salvo que las deformaciones
sean acentuadas en exceso. Somos lo que somos por algo y los planes del
Cielo no deben alterarse con la
tecnología.
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