Vuelve por estas fechas la neocostumbre (orwelliana e inventada palabra) de vestirse de tarasca y espantajo con el necio argumento de que es Halloween, Jalogüin para los amigos, en un burdo remedo de las fiestas anglosajonas que tan lejos están de nuestra tradición histórica y popular.
En los lejanos tiempos en que este país se llamaba España, estas fechas se solían dedicar a honrar a los seres queridos que ya nos dejaron, así como a celebrar la exaltación de Todos los Santos, pues es bueno recordar que en el Cielo hay mucha gente y numerosas son las moradas que hay en la Casa del Padre ocupadas por nobles almas no veneradas en el Santoral.
También era frecuente que se representara el Tenorio, genial obra romántica que abundaba en las visiones de espíritus y aparecidos para terror de los más pequeños y que muchos sabíamos recitar, por lo menos algunos fragmentos. Hoy día D. Jose de Zorrilla y su obra son olvidados mientras esa noche se celebran saraos en los que unos cuantos lucen sus vestiduras de Frankestein o de espectro y cantan lúgubres canciones; tienen a su favor que canten por la noche pues si lo hicieran por la mañana revelarían su posible condición de cantamañanas.
La gastronomía popular tiene también digna representación. Los huesos de santo y los buñuelos de viento son auténticas delicias al paladar para los más golosos y muy populares en el centro de España. Supongo que por otros lares hay también dulces que se confeccionan por esta época.
Todo esto se va perdiendo por el puñetero Jalogüin, y hay que decir que la culpa no sólo la tienen las modas y costumbres importadas del país del tío Sam. Entre los aficionados a hacer el merluzo disfrazándose de siniestro es asaz frecuente encontrarse a amantes del pensamiento único que sustituyen la motivación religiosa y trascendente por una fiesta laica en la que se intenta desdramatizar la muerte y reírse de lo sobrenatural. Posiblemente el ateísmo de muchos les empuje a ello; el terror que sienten ante la llamada de la Parca y el supuesto vacío que hay detrás les mueve a intentar hacer chanza de ello. Lo malo es que, como después del óbito haya otra vida, mucho es de temer que se encuentren con los espectros y demonios de los que tanto se reían, que les devolverán la burla en justa correspondencia.
Allá ellos. Lo que más molesta es que se disfrace a los niños en muchos colegios modernos, pues en su inocencia aceptan esta nefasta moda como algo natural sin saber que la significación de la fiesta es otra. Yo a los míos no los visto de fantoche.
En los lejanos tiempos en que este país se llamaba España, estas fechas se solían dedicar a honrar a los seres queridos que ya nos dejaron, así como a celebrar la exaltación de Todos los Santos, pues es bueno recordar que en el Cielo hay mucha gente y numerosas son las moradas que hay en la Casa del Padre ocupadas por nobles almas no veneradas en el Santoral.
También era frecuente que se representara el Tenorio, genial obra romántica que abundaba en las visiones de espíritus y aparecidos para terror de los más pequeños y que muchos sabíamos recitar, por lo menos algunos fragmentos. Hoy día D. Jose de Zorrilla y su obra son olvidados mientras esa noche se celebran saraos en los que unos cuantos lucen sus vestiduras de Frankestein o de espectro y cantan lúgubres canciones; tienen a su favor que canten por la noche pues si lo hicieran por la mañana revelarían su posible condición de cantamañanas.
La gastronomía popular tiene también digna representación. Los huesos de santo y los buñuelos de viento son auténticas delicias al paladar para los más golosos y muy populares en el centro de España. Supongo que por otros lares hay también dulces que se confeccionan por esta época.
Todo esto se va perdiendo por el puñetero Jalogüin, y hay que decir que la culpa no sólo la tienen las modas y costumbres importadas del país del tío Sam. Entre los aficionados a hacer el merluzo disfrazándose de siniestro es asaz frecuente encontrarse a amantes del pensamiento único que sustituyen la motivación religiosa y trascendente por una fiesta laica en la que se intenta desdramatizar la muerte y reírse de lo sobrenatural. Posiblemente el ateísmo de muchos les empuje a ello; el terror que sienten ante la llamada de la Parca y el supuesto vacío que hay detrás les mueve a intentar hacer chanza de ello. Lo malo es que, como después del óbito haya otra vida, mucho es de temer que se encuentren con los espectros y demonios de los que tanto se reían, que les devolverán la burla en justa correspondencia.
Allá ellos. Lo que más molesta es que se disfrace a los niños en muchos colegios modernos, pues en su inocencia aceptan esta nefasta moda como algo natural sin saber que la significación de la fiesta es otra. Yo a los míos no los visto de fantoche.
1 comentario:
Me alegro que a los tuyos no los vistas de fantoche. El espectaculo es lamentable y la dosis de ideologia nefasta.
Un abrazo fuerte, amigo.
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