domingo, 21 de noviembre de 2010

Trece rosas y una Basílica

Noviembre trae esa alfombra de hojas secas que todo lo visten con mil tonos de amarillo, naranja y miel, invitando a la melancolía y a la eterna tristeza de otoño. Época también de memoria por aquellos nuestros seres queridos que se fueron y que recordamos también en estas fechas como manda la tradición y, sobre todo, el corazón, que para eso tiene más galones que el intelecto, por lo menos en mi caso.

La mañana del sábado caía un frío húmedo y cortante sobre Madrid; más todavía en el cementerio de la Almudena, como si el soplo de la muerte alimentase el gélido día y lo convirtiera en ventisca de dolor y soledad. Ello no me impidió acercarme con mi esposa a visitar las tumbas de mis padres y abuelos, que hacía ya tiempo que no iba y los muertos no deben quedarse solos, como decía Bécquer. De hecho, andan en la Mejor Compañía, pero nunca está de más llevar unas flores y una oración a aquellos que viven y siempre vivirán en nuestro recuerdo.


En esto andábamos mi señora y yo (más ella que yo en lo de los arreglos florales, pues siempre he sido muy manazas) cuando pasó un señor que iba a visitar la tumba de su hermano. Entablamos conversación y, tras una breve charla, nos habló de un lugar situado al lado de la puerta de O´Donell, a escasos cien metros de la tumba de mis padres y que yo desconocía tan cercano. Allí habían fusilado en 1939 a unas muchachas republicanas a las que se conoce como las Trece Rosas —existe una película sobre el tema, que no he visto— y el hombre dijo que se iba a ver el sitio. Nos despedimos, encaminándose él hacia allá junto con su hijo que le acompañaba.

Por un instante, me dije que no iría. Sin embargo, logré vencer el sectarismo momentáneo; los muertos no son ni de derechas ni de izquierdas y merecen respeto. No recordaba tampoco que aquellas mujeres estuvieran implicadas en delitos de sangre, que yo sepa, de modo que me acerqué.


El lugar es impactante. Entre las paredes de columbarios queda un espacio de tapia que es un auténtico paredón de fusilamiento; la perspectiva desde la que se contempla es la misma que debieron tener aquellos que en su día apretaron los gatillos, sembrando ese plomo de muerte que siega las vidas al amanecer. Pensé en todos los que habían muerto en aquella guerra de esta horrible forma y sentí una mezcla de compasión y pena ¿Por qué el trágico destino de España hace que tengamos que enfrentarnos permanentemente unos a otros de una u otra forma? Me santigüé y me marché de aquel lugar con cierta amargura, esa amargura de ser español de la que habla Pérez Reverte y que tan bien se refleja en los magistrales libros del capitán Alatriste.


Al día siguiente, otra jornada también lluviosa y fría, cuando todavía andaba reflexionando sobre las vivencias de ayer, los monjes de el Valle de Los Caídos celebran la misa del domingo en la explanada exterior; la basílica permanece cerrada desde hace meses con excusas vacías y nada convincentes. Allí están enterrados un dictador y el fundador de la Falange, sí, pero también numerosos muertos de ambos bandos. Y todos, desde los primeros hasta los segundos ya no son tampoco ni de derechas ni de izquierdas.

Decía precisamente José Antonio que ser español “es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en el mundo”. No sé si es cierto, pero desde luego es de las más tristes que existen.


miércoles, 10 de noviembre de 2010

El orden anal-fabético

Cuando servidor era sólo un joven estudiante, molestaba en sobremanera tener un apellido cuya inicial correspondía a una de las últimas letras del alfabeto, pues ello acarreaba diversos trastornos logísticos. En la Universidad donde estudié —es un decir— los grupos se establecían por orden alfabético o analfabético (nada que ver con perversiones a base de vibrador o así), de tal manera que este imperial servidor que os escribe se veía relegado al turno de tarde por el trágico destino de no llamarse Abad o Alvaar Aalto. Hay que citar, no obstante, que éste último es poco frecuente en la tierra de las Mil Naciones entre otras cosas porque se trataba de un diseñador finlandés que inventó el mueble estilo nórdico, mientras que aquí nos hemos dedicado a otras grandes contribuciones a la tecnología mundial como son el botijo y las rosquillas del Santo.


Tamaña discriminación por semejante fruslería onomástica no hubiera sido consentida hoy por los fervientes seguidores de la igualdad, pero entonces ningún grupo progre o similar rebelóse ante tan arbitraria e injusta medida. El asistir a unas aulas semivacías (el número de alumnos era menor que el turno de mañana) era descorazonador, había mucho menos ambientillo que por la mañana, y al salir de clase el negro manto de la fría noche madrileña de invierno invitaba más a recogerse en casa con la mantita de cuadros y el cucurucho de castañas que a lanzarse a las calles en busca de mil aventuras mañaneras o a una buena sesión de cervezas con los amigos que a veces terminaban en juergas atroces para la cabeza y el epigastrio.


Afortunadamente pude cambiarme de grupo tras una tarea cuasi epopéyica y el tema se solucionó. Sin embargo, hoy día y gracias al igualitario gobierno que nos asiste los problemas de antaño no hubieran sido. El orden alfabético es la solución taumatúrgica que remediará todos aquellos “conflitos” que pudieran plantearse. El azar, caprichoso cual romántica damisela de antes de los Aídos, establecerá si somos los últimos de la lista o los primeros. Y cuando seamos mayorcitos, nos podemos cambiar de apellido y todo escogiendo siempre el que antes vaya para no quedar atrás, o incluso sustituirlo por uno nuevo. Gran chanza y regocijo se planteará entonces cuando al echar mano de la lista, la enfermera de turno, el funcionario de turno o el que sea de turno comprobará mesándose los cabellos que no sabe a quien llamar primero, pues todos se llaman igual:


— ¡Aarón Aab Aab!

¡Presente!

No, aquí yo

De eso nada, servidor y picapedrero.


De este democrático modo, todos entrarán a la vez en la consulta o en la cola del paro (esta última bastante más numerosa) y se darán de puntapiés para ver a quien atienden primero.


Y, sin embargo, al fondo siempre quedará un señor bajito y callado que al margen de la algarabía permanece silente y a la espera de que todo aquel follón acabe y los traumatólogos terminen su trabajo.


¿Y usted?


No, yo me llamo Zoroastro Zapatero y mi progenitor A quiso mantener su apellido porque quedaba muy progresista. Por eso ahora yo no progreso adecuadamente.


¡Ay, viejos tiempos de la LOGSE cuando dos y dos eran cinco! Llegaremos a añorar estos grises tiempos; los siguientes serán del color de la hormiga que no es roja.


Fuerza y Honor.

martes, 2 de noviembre de 2010

La eterna oposición

En estos húmedos —aunque nada libidinosos— días de principio del otoño, se sacude el Emperador la pereza de los dedos y la mente e intenta volver a escribir en su blog, que cuatro años de actividad bloguera son muchos y más aún cuando ya se ha escrito de todo lo divino y lo humano. La falta de hábito hace que las ideas se emboten y no se sepa de qué hablar.

Dignos de admirar son aquellos que continúan en la brecha del ciberespacio, y quizás su fortaleza es la que anima a este imperial servidor vuestro a escribir de nuevo. Si bien la sensación de estar predicando en el desierto sigue latente en el ánimo, a ella se le opone un pequeño atisbo de esperanza que tiene incluso atisbos de certeza. Ahora sí que parece verse el final de esta época zapateril que tanto nos ha contrariado, pero a la que hemos de estar en parte agradecidos por haber sido el detonante de nuestra vocación de escritores y periodistas aficionados (la frase es del mi primo Cualquie, gran maestre del ciberespacio y chantre catedralicio de la catedral de Socuéllamos que diría el gran Tip, a quien Dios tenga en su sonrisa). Y es por ello que la cuestión mueve a la reflexión que se plasma en estas líneas o, mejor dicho, debajo de ellas.

A cuenta del final previsto, se nos plantea un problema asaz delicado. Si, por ventura, Zapatero es jubilado para gran alegría del pueblo español ¿con quién nos meteremos? ¿Será capaz Mariano de dar grandes tardes de gloria a la Red como las que ha proporcionado el iluminado de la Moncloa? La respuesta está en el viento, como diría Bob Dylan y como apostilló cierto gran pensador y filósofo progresista ya citado en este opúsculo en un momento preclaro cuando atribuyó a este flujo de gases extraintestinales la propiedad de la Tierra.

El que esto escribe no votará a Rajoy; su excesiva tendencia a la corrección política y la deriva autonomista del PP lo hacen imposible de momento. Sin embargo, se alegrará si gana pues cabe suponer que un gobierno Popular no cometerá los terribles desaguisados perpetrados por el socialismo y arreglará algunas o bastantes cosas, según le dejen.

No obstante, para aquellos que llevamos la rebeldía en nuestros genes, la intuición nos dice que debemos seguir en la oposición, pues siempre habrá errores que señalar y propuestas que sugerir. Y en ello estamos y estaremos, con Mariano o con ZP*.

(* = no lo quiera Dios)

Fuerza y Honor.