martes, 3 de enero de 2017

El cinturón de incomodidad



Anda uno de bastante mal genio, porque está constipado y los virus, amén de la rinorrea y el dolor de cabeza, le ponen a uno con un cabreo de mil narices. Además, eso de que la comida no sepa a nada es motivo de malhumor añadido que viene a juntarse con los síntomas anteriores y completan un cuadro glorioso en el que me encuentro actualmente.

Por eso, esta mañana al ir a trabajar he reparado más de la cuenta en un adminículo que odio habitualmente pero con el que transijo a causa de la economía doméstica. Me refiero a esa especie de horca que ha de atravesar nuestro tórax cuando nos subimos a los vehículos automóviles y que se llama cinturón de seguridad, aunque mejor sería denominarle como “cinturón de incomodidad”. El susodicho se ha enrollado de tan mala manera alrededor de mi frágil figura al intentar sacar un cigarro (ya sé que es malo, pero calma mucho) que he tenido que pararme y desabrocharlo haciendo numerosos aspavientos y echando mil pestes.
Nunca he apreciado tal artilugio y no me lo he puesto —salvo en carretera— hasta que se implantó de manera democrática la obligatoriedad de su uso. No discuto sus virtudes, aunque algunos expertos avisan asimismo de sus riesgos (sobre todo si uno queda atrapado en el interior del coche y éste empieza a arder, por ejemplo) pero no me gustan las imposiciones y menos aún si no se perjudica de forma directa a otros.

Me explico, puedo darme un trastazo sin llevar el cinturón y si me escogorcio, el único afectado seré yo; nada le ocurrirá a otros por esta conducta y es pura y simplemente responsabilidad de uno. Sin embargo, las autoridades, siempre tan solícitas ellas, nos obligan salvo pena de multa y pérdida de puntos, a ponérnoslo para que no nos matemos. Eso sí, podemos fumar, beber y llevar otros vicios mortales sin ningún problema, pues buenos impuestos se sacan a costa de ellos. El caso es sacar los cuartos como sea, de una u otra forma.

Y como soy políticamente incorrecto, dejo aquí una frase que lo retrata: Podrán obligarme a ponérmelo, pero no a que me guste.

Saludos cordiales.

sábado, 10 de diciembre de 2016

La vacuna



 
Se conmemora por estos días el comienzo de la aplicación de la vacuna antivariólica, es decir, contra la viruela, en España. La palabra “vacuna” deriva de “vaca”, ese simpático bóvido que se ríe en las cajas de quesitos ya que la primera vacuna se descubrió a partir de estos cornúpetas gracias a las investigaciones del médico inglés Jenner en el siglo XVIII.
De antiguo se sabía que las personas que se dedicaban a ordeñar solían infectarse con el virus de la viruela vacuna, que produce ampollas en las ubres de las vacas y también en las manos y brazos de las personas que las manipulaban (en el buen sentido). Sin embargo este virus vacuno es menos peligroso que el de la viruela humana, enfermedad muy contagiosa y mortal a menudo.
Estas personas infectadas de viruela vacuna no sufrían nunca la terrible enfermedad humana. Jenner decidió probar que la viruela vacuna protegía a las personas de la viruela humana; para ello sacó fluido de una pústula (ampolla) de una mujer que se dedicaba al ordeño (de las vacas) y se la inoculó a un niño sano dándole varios cortes en el brazo e introduciendo el líquido. Unas semanas después inoculó al niño (que hacía de conejillo de Indias) con el virus vivo de la viruela humana, y el niño no enfermó. Probó con más gente y todos los inoculados nunca llegaron a sufrir la enfermedad, puesto que quedaban protegidos.
La vacuna comenzó a aplicarse en todo el mundo y en este sentido el papel de España fue determinante, pues fueron los españoles los que impulsaron una expedición a América (comandada por el insigne médico Balmis) para propagar la vacuna. Para ello se valieron de 22 niños huérfanos que eran infectados con viruela vacuna de uno en uno en cadena y hacían de reservorio. Si bien el método era algo expeditivo, por lo menos no pueden acusarnos esta vez de no haber hecho un bien a la humanidad y nuestra labor en América no sólo se redujo a matar indios como dicen algunos miserables.
La palabra "vacuna" no se hizo popular hasta el siglo XIX cuando Pasteur (descubridor de la vacuna contra la rabia) comenzó a usarla. Desde entonces se conoce como vacuna toda inoculación para prevenir una infección bacteriana o vírica.
El éxito de la vacuna antivariólica en la prevención de la enfermedad ha sido tal que hoy día, la viruela ha sido erradicada en el mundo. Tan sólo se guardan celosamente algunos cultivos por si un día es necesario fabricar nuevas vacunas.
Ojalá todos los virus se curasen hoy, pero hay uno, el del separatismo, en el que no se encuentra remedio. Esperaremos a un nuevo Jenner de la política.