sábado, 19 de abril de 2014

Vascones y vascos

Según diversos historiadores, los vascones eran tan iberos como los de otras partes de España, hecho éste tiraría por tierra las ilusiones de los nacionalistas. Esto es discutible, aunque para los romanos no lo fuese tanto pues consideraban similares a todos los habitantes de la Península. Más difícilmente creíbles, no obstante, son las pretensiones de los nacionalistas, para los cuales los vascos son los descendientes de un antiguo pueblo milenario —siete mil años por lo menos, según sostenía el inefable Ibarreche— que tendría unos orígenes ancestrales en Túbal, nieto de Noé y llegado poco después del chaparrón, o quizás en la figura mítica de Aitor que había llegado del Este y cuyos siete hijos fundaron las siete tribus originales vascas.

Lo que sí es cierto es que los vascones no vivian en la actual Euskadi, sino que ocupaban originariamente un territorio que abarca lo que hoy es Navarra —su capital era Pompaelo, la actual Pamplona, fundada por Pompeyo sobre la ciudad vascona de Iruña— y tan sólo una pequeña parte de Guipúzcoa que comprendía la franja oriental de la misma, es decir, la zona de Irún (la antigua Oiasso). La lengua de los vascones era el euskera primitivo, lingua navarrorum según los romanos, aliados suyos que les entregaron posteriormente las tierras de otros pueblos vencidos. De este modo, el territorio vascón se extendió por una parte hasta la Rioja (Calagurris y Graccurris, las actuales Calahorra y Alfaro) y, por otra, hasta las tierras de Aragón que ocupaban los jacetanos —Jaca y zonas limítrofes— y los suessetanos (la comarca de las Cinco Villas en Zaragoza cuya ciudad principal era Segia, la actual Egea de los Caballeros). Así pues, que nadie se extrañe si algún día los nacionalistas vascos reclaman Jaca, Calahorra o Ejea de los Caballeros basándose en esto.
Las actuales provincias vascas estaban pobladas por várdulos, caristios y autrigones, pueblos de origen celta para muchos historiadores. Ello explica la veneración a los árboles (caso del de Guernica), una costumbre típicamente celta, o el símbolo del lauburu, variante curvilínea de la esvástica sánscrita y que aparece ya en primitivos grabados hindúes. Los várdulos ocupaban la mayor parte de los que hoy es Guipúzcoa, los caristios se situaban en Vizcaya y los autrigones en la zona de Álava.

Los vascones, tras la caída del Imperio Romano, habrían comenzado a adentrarse en las actuales provincias vascas a finales del siglo VI d.C y aquellos pueblos celtas que las habitaban terminaron por someterse y se vasconizaron, de ahí el nombre de Provincias Vascongadas, es decir vasconizadas, y la causa probable de que esta denominación les guste tan poco a los amantes de recoger nueces, que entonces no serían vascones, sino que habrían sido “vasconizados” por los antepasados de los navarros y de algunos riojanos y aragoneses.



Tampoco puede afirmarse que los vascones fueran una raza aparte, pues parecen ser el resultado de la mezcla de varias etnias primitivas. La hipótesis del posible origen bereber de los vascones está descartada por algunos autores mientras que otros la sostienen, pero esto quedará para otro día.


viernes, 18 de abril de 2014

Noche de Jueves Santo


Es noche de Jueves Santo y el Metro me conduce con su traqueteo monótono y cada vez más amortiguado a las viejas calles que inmortalizara Boccherini, refugio de turistas, santuario de la pretérita modernidad, centro del rompeolas de las Españas. La noche ha caído ya sobre Madrid y las gentes se arremolinan cerca del mercado de San Miguel a la par que se oye el redoble de los tambores. Está cerca la procesión de Jesús Nazareno “el Pobre” y María Santísima del Dulce Nombre. Los guiris contemplan ensimismados el espectáculo de gloria y tragedia mientras hacen fotos que luego exhibirán en lugares remotos como una costumbre spanish de lo más exótico, mientras las señoras contemplan arrobadas las imágenes, lloran y aplauden. Los inoportunos (que también los hay) se empeñan en empujarnos para pasar al otro lado donde les espera otra muralla de gente que también pondrá reparos a su presencia. Lo de casi siempre.
Sevilla también está aquí, o al menos dos de sus pasos más famosos: Jesús del Gran Poder, silencio, nazarenos que visten de negro; La Esperanza Macarena, música y trompetas que acompañan el dolor de la Madre. Son réplicas de las originales pero la devoción es la misma. Jesús da la vuelta en la plaza del Conde de Miranda entre aplausos del gentío. A su lado, un edificio en el que destacan el escudo con la mitra y las llaves de San Pedro y la bandera blanca y amarilla del Vaticano. La embajada de Roma en Madrid y la embajada sevillana, que son las imágenes.
Nazarenos, trompetas, tambores, flores, incienso, costaleros, damas con mantilla y peineta enlutadas en toda su extensión. Toda la iconografía de la Semana Santa que se despliega en esta noche de abril y vuelve a recordarnos que la fe, sea sentida o dormida, se encuentra en el corazón de todos nosotros. Y en los balcones, banderas que vienen a rememorar la unión patria con sus tradiciones. Ésta es la vieja España, legendaria, heroica, que decía Azorín.
Esto es la Semana Santa. Esto es España.