La
vida nos da razones para reír, para llorar y también para soñar. Hubo un tiempo
y un lugar, quizás mejor, quizás no, en que esas razones quedaban para la
familia y los amigos, pero en la era de Internet el milagro cibernáutico ha
hecho que ese círculo pequeñito con el que compartíamos nuestras alegrías,
nuestras penas y nuestro sueños se haya agrandado hasta límites que jamás
pensamos alcanzar; ese deseo sí se ha cumplido.
Dijo
un sabio que la la
riqueza de un humano se mide por la cantidad y calidad de los amigos que tiene.
En estos últimos años puedo afirmar sin temor a equivocarme que me hecho rico,
rico en amigos y de los buenos. Del contacto etéreo y misterioso que surge de
los dedos que aporrean un teclado se pasa un día a quedar con esas personas a
las que no has visto nunca ni has oído su voz, pero sabes que merece la pena
porque la intuición y el contacto diario a través del éter así lo afirman. Y
nunca queda uno defraudado.
Hace ya varios años, no tantos pero que a veces
parecen una eternidad, comencé a escribir en los blogs de Libertad Digital
gracias a mi primo, que es el responsable de todo esto. Conocimos gente con la
que nos unía nuestro amor a España y a la Libertad , esos dos valores que van unidos
inseparablemente y junto a ellos, además de echar pestes de los políticos de
turno, hicimos amigos a los que luego pudimos poner cara y voz en diversas
reuniones al amor de una buena mesa. Sin embargo, un blog es una pequeña isla
en el océano virtual y salvo que se sea un bloguero de la más alta élite, un
prócer insigne o una famosoide de la prensa rosa, el número de seguidores o amigos que puede conocer o con
los que comunicarse es relativamente exiguo.
Pero llego un día en que aparecieron las redes
sociales y acabaron con el auge de los blogs, como el video mató a la estrella de la radio. En mi humilde
opinión tienen defectos, sí, pero se compensan de sobra con sus virtudes,
siendo la principal el poder relacionarse con muchas más personas y favorecer
un encuentro más cercano y familiar. En una de esas redes, y tras gloriosos
antecedentes en la blogosfera, nació La Llanura de Palmaria, uno de los mejores grupos
del Caralibro hispánico en los que recalamos viejos blogueros, idealistas
románticos y gentes de bien. Y para ellos, mis hermanos Palmaris, y todos los
amigos de Internet va esta felicitación del nuevo Año.
Cuando
llega el fin de año, mientras el viejo reloj de la Puerta del Sol da las
campanadas que indican que pasó otro más, pensamos durante un instante —que es
toda una eternidad— en las metas que nos planteamos, las vivencias, los buenos
y malos ratos y, otra vez, en los sueños. Y
uno de éstos es que podamos seguir viéndonos y hablándonos muchos años.
Agradezcamos la vida, la amistad y los buenos recuerdos y sigamos valorando y
buscando lo mejor para nuestra Nación que merece la pena, de veras. Porque ese
sueño, como todos, nos permite saber que estamos vivos.
Feliz año, Palmaris,
blogueros y amigos.