domingo, 18 de octubre de 2009

Catecúmenos

Mañana, como todos los lunes, llevaré a mi hijo el pequeño a su reunión semanal de la catequesis. Da gusto ver entrar a los muchachos con su librito bajo el brazo y subir alegres las escaleras de la iglesia como el que va a una fiesta. Él me lo dice que se lo pasa muy bien y que le gusta mucho, aunque supongo que también influye en eso el que van casi todos sus amigos, pero cualquier motivo es bueno para que los hijos se acerquen a Dios, que luego ya tomarán ellos el camino que estimen conveniente según sus creencias.

El bien puede aprenderse, como es el caso que relato. Los ejemplos y las enseñanzas de otros pueden inculcarnos unos valores éticos, morales y religiosos que están dentro de la órbita de lo que podríamos llamar bueno. Pero desgraciadamente, también se puede aprender el mal, y el temario de esa peligrosa asignatura es bastante más subrepticio y subliminal. Un amigo mío dice —y razón no le falta—que una de las artes del diablo es convencer a la gente de que no existe y así pasar desapercibido. Por eso, las enseñanza maléficas suelen disfrazarse de buenos propósitos: igualdad, paz, diálogo, progreso, etc. Sin embargo, lo que subyace en muchos casos es una perversión de estos conceptos que no se corresponde con el significado auténtico de los mismos.

Asistimos hoy en todos los ámbitos a una lucha entre el Bien y el mal (no me gusta escribir este último con mayúsculas para no darle más poder). Y no me refiero exactamente a una pugna directa entre la Luz y las tinieblas, que todo pudiera ser, sino a la confrontación entre unos valores e ideas —que pueden tener sus fallos, porque nada es perfecto en esta tierra— y una posición contraria que se basa en negar las anteriores porque sí, sin dar razones y argumentos de validez, lo cual lleva a pensar que su objetivo último es la destrucción de los primeros. Y destruir no es bueno, sino que lo adecuado es construir. Quizás hay que demoler los restos de una casa vieja y ruinosa, pero no tiene sentido derribar una casa en buen estado simplemente porque no gusta para crear otra probablemente peor. ¿No será mejor arreglar la casa en buen estado que tirarla? Es bastante más fácil, más barato y menos dramático. Las reformas siempre son mejores que las rupturas, y si la casa es España, más a mi favor.

Hay catequesis del Bien y del mal, pero de esta última abundan últimamente los profesores que brotan como setas en otoño que estamos.

Fuerza y Honor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Desde un primer momento a las tinieblas se las ha relacionado con la ignorancia.
Y, como bien dices, está la noche como el hocico de un lobo.
Destruir es la solución fácil. Reconstruir es la solución mejor.

Un abrazo, ¡Oh, liente de Oliente!

Fran Capitán dijo...

Hola, Chinito:
te recomiendo, pues, que leas a tu hijo el poema "Los motivos del lobo", de Rubén Darío. Muy hermoso: el poema, tu post, etc.
PAZ Y BIEN.
Hasta pronto, Empeladol